Las prisas de Pedro Sánchez por ser presidente del Gobierno han propiciado una investidura blindada de roscones y regalos de Reyes. Mejor así, porque los españoles no han visto la vergüenza de una sesión de investidura clandestina, donde los defensores de los asesinos han campado a sus anchas y quien debiera replicarles ha escondido la cabeza como el avestruz. No seré yo quien eche una brizna más de leña a un fuego cuyo máximo responsable se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón, uno de los políticos más adanistas y narcisos de nuestra democracia. Pero que nadie se preocupe, España aguanta lo que le echen. Hasta un pacto que trocea la soberanía nacional y una tiparreja soltando improperios un domingo por la mañana. Hay callo.
La aventura política de Pedro Sánchez declina después de echarse en manos de los socios que ha buscado. No se puede gobernar contra media España, porque si en seis meses se perdieron ochocientos mil votos, en cuatro años, el Psoe será lo que el viento se llevó. Hay quien dice que la aventura puede salirle bien y entonces tendríamos Pedro para una década. Puede, aunque no lo creo. La Historia demuestra que el nacionalismo es el tigre indómito, voraz e insaciable. Si le llevan o leen un libro de las memorias de Azaña, verá que estoy en lo cierto. El Gobierno que constituirá Pedro a partir de este mediodía es el retroceso de la España del 78 a la de la Segunda República. Y no parece claro que los protagonistas hayan aprendido de los errores, porque no hacen más que repetirlos. La legislatura puede ser agónica.
Queda el consuelo de que Pedro haya engañado a sus socios, como ya lo ha hecho al resto de españoles. Su palabra no vale nada y por eso no hay que estar pendiente de sus discursos, irrelevantes por completo. Hay que atender a sus hechos, que son los que lo definen. Pedro guarda similitudes con actitudes cínicas, por no decir psicópatas. A su favor cuenta que Esquerra y el Psoe no tienen mucho mejor que hacer que continuar con esta farsa o teatrillo de las mesas de trileros, donde la bolita no está ni se la espera y se retuerce el lenguaje como el cuello de un pavo. Pero hay algo con lo que no cuenta el candidato. España.
Lo he escrito en varias ocasiones, pero España, nos guste o no, sigue siendo un bien superior por el que el ciudadano se moviliza. No vale una autovía en Teruel o una inversión en Valencia. Revilla ha tenido la decencia de decir no a un acuerdo que cuartea la soberanía nacional y a un candidato que se esconde cuando la serpiente deja el hacha sobre el estrado. Suárez Illana se dio la vuelta y con él, la España que no se resigna. Ese será el problema de Sánchez. La España que no se resigna. Y a partir de ahí, tampoco hay que pedir valientes ni osados. Lo que ha hecho Ana Oramas la dignifica, pero nadie nace para ser héroe o pedírselo. Los diputados socialistas votarán con disciplina, aunque según decía ya el otro día Lucía Méndez en El Mundo, el miedo ha aparecido en sus ojos. Por eso los han blindado, encerrado a cal y canto, como los curas, los cardenales que han de elegir Papa. Hoy Pedro gobernará y se saldrá con la suya. De momento. Porque mandar a los lomos de una fiera es como la Lotería del Niño, fácil y repartida al principio, poca duradera al final. Suerte que la investidura ha venido camuflada por los Reyes Magos. Es la venganza de Felipe VI desde su silencio, cuando el carbón inunde los escaños de quienes no entienden otra cosa que el frentismo. Los Decretos de Nueva Planta de mañana envuelven todos los regalos de hoy.