El triunfo de la izquierda y la derrota del pusilánime
He leído un par de artículos este fin de semana que me han hecho pensar. Uno, de Gregorio Morán y el otro, de Jorge Bustos. Dice el primero que la izquierda ha ganado claramente por la imposición de su relato a la sociedad, fuera del cual sólo queda depravación, horror y fachas, por más que los autores del relato hagan cosas mucho peores. Justamente es lo que vemos ahora. La izquierda ha ganado unas elecciones no para mejorar la vida de los demás, sino la suya propia, pues nunca personajes tan mediocres alcanzaron tan altas responsabilidades. Han resuelto sus problemas personales y los de quienes les hacían falta para ello, los golpistas, a los que ya han puesto en la calle ante la indiferencia del público, que prefiere mirar al palco en lugar del escenario. Todo ello ha sido posible por el triunfo del relato, según el cual, es la derecha la que ha provocado el crecimiento del independentismo y la que robó a los españoles, saqueando las arcas públicas. Ante la Tangentópolis del PP, qué importancia tendrán unas calderillas provenientes del narcotráfico de Morales y la dictadura iraní. Todo ello ha sido posible por el desistimiento histórico de la derecha a dar la batalla cultural, a convencer con sus razones y motivos. Tanto les preocupó la economía y el crecimiento, que olvidaron explicar que la izquierda crece a base de división, confrontación y enfrentamiento. Perdieron la guerra económica, se derruyeron sus presupuestos ideológicos, pero los travistieron de ecologismo o feminismo. A partir de ahí, se traza la línea de buenos y malos. Y la derecha traga, no osa discutir siquiera. Al contrario, es la izquierda quien tiene el cuajo, como dice Morán, de advertir a la derecha lo que tiene que hacer, esos mismos que jamás la votarían ni hartos de vino.
Y es aquí cuando aparece Bustos, con la teoría del votante de la pinza y el pusilánime. Las encuestas dan la victoria al PNV y PSE en el País Vasco, aunque se les haya caído un vertedero encima con dos trabajadores debajo. No sólo eso, si uno ve el CIS de Tezanos, verdadero órgano de propaganda e intoxicación -algo que la izquierda siempre llevó en el tuétano-, comprueba tranquilamente que, pese a los engaños, embustes y mentiras, todavía hay un tercio de españoles que votaría a Falconetti sin despeinarse. Es el votante con pinza en la nariz, que prefiere y admite cualquier cosa que venga de los suyos, con tal de que no gobiernen los otros. Por contra, el periplo electoral del 19 nos ha dejado clara una cosa que yo no había analizado tan bien como Bustos el otro día. La existencia del votante pusilánime, normalmente de Ciudadanos en esta ocasión, que no perdona ni una miaja el error al tener un elevado concepto de sí mismo y contemplar el disparate que hace su representante. Es por eso por lo que castigó a Rivera como nunca antes había ocurrido en democracia, quitándole en seis meses las tres cuartas partes de su capital político. Para infringir su castigo y evidenciar que con su voto no se juega, ha permitido, sin embargo, que los mediocres se junten como enanos de Liliput ante la intuición de que no habría más oportunidades y que la teta de la vaca no da para más. De esta forma, el pusilánime ha conseguido que el mentiroso triunfe y que, quien decía la verdad de Sánchez y su banda, por sus contradicciones y soberbia, esté ya fuera de la política, de gira con Malú.
Son teorías y nada más, como otras cualesquiera, pero divertidas, diferentes, que me han hecho pensar y entretenerme. Por eso, Inés, no caigas en la tentación de los cantos de sirena o aturdidores que llegan de todas partes, empezando por Igea, la manzana podrida de Ciudadanos. La única forma de salir del túnel es una crisis económica y el triunfo de los mejores. Arrimadas lo es, aunque también sea mortal en sus broncas.