La criptonita de Sánchez
La criptonita (del griego, kryptón) de Sánchez es la moderación del debate político. Lo único que puede debilitar a este Superman de la democracia es la coherencia de las cosas y la contradicción de sus hechos, para lo cual es necesario guardar una calma que no existe hoy en el espacio público. Al contrario, espoleada por las flagrantes arbitrariedades del Gobierno, la oposición entra a un juego al que siempre perderá por no haber fijado antes las reglas ni habérselas estudiado. El disloque, la agitación y la propaganda son armas más propias de la izquierda en las que nunca quiso entrar la derecha, volcada en sus cuentas de resultados. Sin embargo, la excrecencia de vómitos e insultos en los que se ha convertido la vida política española no hace más que alimentar el crecimiento en progresión geométrica de los extremos en detrimento del centro. Y ahí, la cuenta o suma democrática no da. Izquierda más nacionalismo e independentismo es un guarismo superior al del centro y la derecha. O el PP rompe por el centro o Sánchez nos lleva a la Tercera República.
El reto de mi generación es demostrar que los valores de la Transición siguen vivos cuarenta años después y han propiciado el período más esplendoroso de desarrollo en España, a cuya sombra ha nacido una enredadera que ha mutado en planta carnívora. En la umbría de la prosperidad, una generación de españoles creyó que venía todo dado y hecho, sin reparar en el coste histórico, económico y político que supuso. La universidad es el cénit de la contradicción. Los padres pagaron a sus hijos unos estudios que no tuvieron y los hijos los desaprovecharon en un mundo, el universitario, enclaustrado y cerrado sobre sí, que produjo movimientos trasnochados como Podemos, basados en teorías vetustas y superadas. La universidad enseñó teorías viejas que no valieron para la práctica, pero que ahora la envuelven. El comunismo es el único totalitarismo del siglo XX que no fue derrotado en una guerra, a diferencia del fascismo y el nazismo. Goza de un prestigio intelectual que no merece ni en la práctica ni en la teoría. Como demostró Popper en 'La sociedad abierta y sus enemigos', Marx es un falsario de manual que bebe de Hegel, al cual practica también una estremecedora lobotomía. Digo todo esto para concluir que nuestro Gobierno y el Partido Socialista están presos de un grupo que, pese a llevar la democracia por bandera, pretende subvertirla cambiándola de representativa a popular hasta llegar a la dictadura del proletariado. Del proletariado, pero dictadura.
El peligro está en que Sánchez y sus ansias infinitas de poder lo llevan a arrojarse en sus manos. Pedro ha comprobado que la división le suma, pues cuenta con más efectivos, y toda su estrategia será alimentarla. En este sentido, cuenta con los mejores aliados, ya que Podemos nació de la agitación y la propaganda. Si la realidad se estropea o contradice, creo otra nueva, el fascismo. Y en el mundo onírico de la izquierda, nada hay más efectivo y romántico que la lucha contra el fascismo. Aunque no exista. O exista solo porque lo nombran y sus actores se lo crean, como le pasa a Vox ahora.
En este ruido y furia que horroriza todo entendimiento, solo el trabajo callado y paciente de la razón puede debilitar la barbarie. Somos millones de españoles que no queremos ni rojos ni fachas y los partidos políticos nos han dado de lado. Solo Ciudadanos conserva algo de hálito en el panorama. El “¡Viva el 8-M!” de Sánchez el otro día en el Congreso es en realidad un “¡Viva yo!”. Hasta tal punto están enquistadas las posiciones.
Con cuarenta y tres mil muertos y la peor gestión de la pandemia, no solo por parte del Gobierno central sino también de las autonomías, es hora de pensar el país que queremos. El ataque frontal y despiadado no dará resultados y eso que las mentiras, como las de Marlaska, son de un tamaño sideral. Y España se ha quedado fuera de las vacunas, primer aviso de Europa al que seguirán otros tantos. El liberalismo y la socialdemocracia están seriamente amenazados de nuevo por ideologías trasnochadas que tienen en su genoma el totalitarismo. O esto se entiende en España, como ya han hecho en otros países de Europa, o nuestro destino volverá a ser el sangriento iberismo de la quijada.