Manolo, que estás en los cielos
Te me has muerto, Manolo, como del rayo, igual que Ramón Sijé, sin entender por qué temprano madrugó la madrugada. No atino desde el jueves, día del Carmen, tu Carmen, Mamen del alma, cuando Sito me llamó para decirme que te ibas, que te habías ido, que decidiste marcharte con Él. No sabe ná el de Arriba, hubieras dicho tú. Y es que te imagino perfectamente en mi cabeza con tu sonrisa pícara, igual que cuando me dijiste eso mismo por whatsapp el día que empecé en La Razón. “No saben ná los de La Razón”. Estabas tú ya con el tratamiento, que había funcionado bien. Pero nadie sabe cómo ni por qué, el jueves por la mañana el silencio se hizo sobre nosotros.
Manolo era luz de la Mancha, trillo y vilano a un tiempo de la llanura, faro resplandeciente al que acercarse y con el que iluminarse. Lo conocí tarde, muy tarde, gracias a Sito. Algún día Ciudad Real reconocerá a toda la saga Cantero lo hecho por ella, una estirpe cordobesa venida a la Meseta hace décadas. Y ahí empezó el flechazo. Un flechazo imparable, como suceden estas cosas en la vida, en las que el tiempo se aturulla pues te conoces y atisbas de siempre. Los culipardos es lo que tenemos, tampoco somos tantos y por la hebra siempre sale el hilo. Y aquella noche del Domingo de Ramos de hace cinco años, comenzó una amistad verdadera que solo el filo y desgarro de la muerte ha truncado de esta manera tan tremenda.
Manolo Naharro Arteche era la seducción en persona, la dicción perfecta, el habla cuidada, las manos de pianista, la elegancia misma, el blanco cabello plateado de la experiencia, una de las personas que escribe los renglones de la Historia sin que la propia Historia lo sepa. Yo le decía que si hubiera sido mujer, habría caído rendido a sus brazos. Recuerdo que lo presenté hace un año en una Exaltación de la Caridad que hizo para la cofradía que lleva el mismo nombre en el barrio del Perchel, en Ciudad Real. Releo lo que dije entonces y lo que él pronunció y me parece mentira. Me parece mentira que una mente tan preclara, lúcida y despejada nos haya sido arrebatada de esta manera. Ya pudiera yo tener todos los dones del mundo que si no tengo amor o caridad, según traducciones, soy como campana que suena o címbalo que retiñe. Cuánto nos gustaba a los dos San Pablo.
Manolo era abogado y en los últimos años se había especializado en la transformación organizacional y la gestión del cambio. Senior Advisor, nada menos, le decía yo. Pedazo de cargo para un manchego en la capital del reino, Madrid, ese Madrid que había colonizado con su sabiduría y experiencia. Y Manolo reía con esa sonrisa abierta que deslizaba La Mancha entera por sus dientes blancos como la cal. Fue Mazantini puro, el cante y el baile. Pero para mí, cofrade, fue Sevilla. Su paso por la ciudad durante muchos años lo convirtió en fino observador de la Semana Santa. Podíamos hablar horas y horas de cofradías sin enterarnos del paso del tiempo. En una chicotá se nos iba la vida; en una revirá condensábamos el universo; en una marcha, la belleza del arte puro y noble. Y cómo nos jodía la ignorancia de quien se niega a ver lo bello por prejuicio. Grande, Manolo. Muy grande para tan pocas líneas.
Recuerdo a tu hermano Javier darme un abrazo el día de la presentación a la salida de San José. “Gracias por querer tanto a mi hermano”, me soltó aplastando las costillas. Todavía no he tenido ni valor ni fuerzas para hablar con Mamen, porque lo pienso y no me lo creo. Has dejado tu luz, tu brillo, tu esencia, tu voz... Esa voz que perdiste al final pero que embriaga dulcemente los sentidos cuando la escuchabas y aun hoy suena como melodía en el cerebro. Te recuerdo en el Corpus de Toledo, aquella mañana de primavera en que arrasó el verano y puso la procesión entera a temblar de calor. No olvido tus ojos de niño chico contemplando los toldos y abriéndolos de par en par para absorber todo lo que a tu paso veías. Luego nos unió también la Sociedad Gastronómica, Las Penas, otro de los cordones umbilicales que mantengo con mi tierra. Al oído me dijiste qué gran lección magistral sobre el mazapán nos has dado. Siempre generoso en tu comentario, amigo.
Se ha muerto Manolo, se nos ha muerto a La Mancha y al mundo Manolo. Queda el consuelo de quien ya sabe lo que es perder amigos y padres, que con el tiempo se hacen más grandes dentro de uno. Así te llevaremos, prendido en la solapa del corazón, guardado como las grandes cosas, igual que jazmines en el ojal con los que te imagino ya paseando por el cielo. Gracias por tanta maravilla.