Las putas del coronavirus
Un club de alterne de Alcázar de San Juan ha registrado un brote de coronavirus después de que ocho de sus trabajadoras dieran positivo en la prueba de la covid. No hay más que uno en todo el pueblo y pocas dudas existen de cuál es. La suspicacia surge cuando el común de los mortales y entre ellos, las autoridades sanitarias, piensan que quienes han estado en contacto con las prostitutas no van a comunicarlo a su centro de salud ni van a hacerse las pruebas. Y ya está el lío montado y la mujer en casa mirando de soslayo. Qué buena segunda parte de Villaviciosa de al Lado, como decía uno de los memes que estos días vuelan por los móviles.
Suponer el silencio de quien fue al prostíbulo a hurtadillas es inteligente, pues pocos confiesan algo que ocultan desde el principio. En esto, sucede un poco como con el Gobierno de España. Cuando no sabía las cosas o no tenía claro lo que hacía, callaba y hacía como si nada. El propio Simón lo reconocía no hace mucho cuando aseguraba que no hablaban de mascarillas, sencillamente porque no había. Ahora, si te descuidas, te meten un puro si te cuelga de la oreja, aunque ya ni eso porque no se podrá fumar. Hemos pasado de uno o dos casos en España a proponer policía de barrio para el cumplimiento de las máximas. El gobernante piensa que si esto se desmadra de nuevo, que no sea por su culpa y no lo tachen de negligente. Yo ya lo dije, yo ya lo previne... Si ustedes no cumplen, será su problema.
Lo ocurrido en Alcázar es metáfora de lo pasado en España durante el verano. Mientras el virus se expandía como Pedro por su casa, el Gobierno callaba, silente, observando cómo cundía el desconcierto entre las autonomías, cansado de mando único y ganas de vacaciones. Pedro echó al Rey y se fue a la Mareta a darse crema, que no lo molestaran, mientras los consejeros hacía cada uno lo que podía, sin criterio ni rumbo fijo. Hasta que llegó Illa y puso orden el viernes cerrando el prostíbulo que esto parecía.
Ahora los hosteleros se llevan las manos a la cabeza y piden un plan Marshall para el sector que va a la quiebra. Tanto reírse del turismo y resulta que es nuestra principal industria. El coronavirus ha desnudado la verdad de las cosas y la verdad de las cosas es que somos la cenicienta de Europa, a donde vienen a bañarse ingleses y alemanes. Tan digno como cualquier otra cosa, pero esencial para nuestra supervivencia. Ya nos gustaría ser potencia industrial, pero lo que nos diferencia y ellos no tienen es el sol y la playa. Tanto meterse con ellos y ahora resulta que, si se van a la mierda, el país cierra por quiebra y derribo. Lo que no piensan los hosteleros es abrir para perder dinero y pagar impuestos. Puta y pongo la cama.
Hemos pasado la Virgen de Agosto entre la desazón y el desconcierto de una situación que nadie dijo que fuera fácil de gestionar. Los brotes se han multiplicado hasta el punto de llegar a la profesión más vieja del mundo. El Pana les hizo un brindis majestuoso en su último toro, a las jineteras que me dieron calor cuando no había más nada. Ahora callan porque no quieren descubrir el pastel los vecinos. Que se pongan una camiseta de Simón como contraseña oculta.