Felipe VI estuvo el viernes en Albacete y fue recibido al grito de “¡Viva el Rey!”. No está mal para cómo va la función. Debería Su Majestad venir más a menudo por la Mancha, el territorio óntico del que está formado España, la máquina de la verdad de los sentimientos patrios, el mapa exacto de emociones y aflicciones nacionales. Piensa el manchego en la condición de labriego del vecino y que es igual a él. La Mancha descubrió la Revolución Francesa dos siglos antes de se hiciera, pues el horizonte y la llanura lo igualan todo. Aquí no hubo guillotina porque está la cachaza, verdadero escudo contra la revuelta. Pero no somos gilipollas y no nos la dan con queso, que ya tenemos el nuestro y además es el mejor. Quiero decir, Majestad, que aquí se aprecia a la buena gente como el oro de ley y macizo. No somos más que nadie, pero tampoco menos. Si algo me gusta la Mancha es por su condición universal. Todos somos paletos de un mundo que está por demostrar.
Así las cosas, Majestad, quizá fuera precipitado haber mandado al padre fuera a estudiar. Bien está que lo hiciera con la hija, que está empezando, pero no tanto con el padre, que tiene el culo pelado como Zapatones. La Mancha fue siempre retaguardia de todo, hasta en la guerra. Quizá por eso estemos aquí los últimos monárquicos, Majestad. Pero no es así, no es así ciertamente. Goza usted todavía de un prestigio que no alcanza ningún otro político ni representante… Es eso lo que verdaderamente jode, Majestad. Por volver al Quijote, donde está todo. Cuando a Sancho lo nombran gobernador de la Ínsula de Barataria, sucede una curiosa discusión entre don Quijote, los duques y el propio Sancho sobre quién debe ocupar la presidencia de la mesa. Discusión que zanja el nuevo gobernador diciendo que donde él se sentase, ahí estaría la cabeza. Donde usted vaya, estará la cabeza, siempre que no la pierda, claro, entre tanta pantera y oportunista. Fíese de la Mancha, Majestad, que no engaña.
El rey ya no es la figura que Lope y Calderón retrataron en sus teatros. Fuera de representación, llegaba al final para impartir justicia, aunque Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, que era extremeño y no manchego, ya le advirtió: “Al Rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios”. Quiero decir, Majestad, que a ver quién es ahora el guapo que se trae al Rey Viejo de Abu Dabi, donde permanece en sus días de vino y rosas. Podía esconderlo entre pastores haciendo gachas en la cueva de la Marcela. Y es que se precipitó al aceptar el envite de dos pillos muy pillos que querían comerse el mundo. Uno ya está regurgitado, aunque al otro lo sigue teniendo cerca. Majestad, con ese, ni a tomar café.
Por lo demás, el Rey se quedó en Albacete, pero no siguió camino a Cartagena. Se quedó a la mitad y de vuelta a Madrid. Leo estos días nuevamente a pensadores hablando de España. El país más pensado de la Historia. Debe ser, como decía Bueno, que el nuestro fue un imperio para perdurar, creador y marcó mucho más de lo que nosotros pensamos. El mundo no se entiende sin España y aquí estamos, jugando a las siete y media con Otegi y Rufián, Majestad. Qué tronchante es todo, don Felipe. Lo mejor es que vino a inaugurar la Ciudad de la Justicia, por donde ya pasó su cuñado, qué cabrón, eso lo digo yo. Pero debía haberse comido unos gazpachos manchegos en el Callejón o un rabo de toro de los que exquisitamente prepara Miguel Ángel. Y luego contárselo a la Reina, que también la queremos mucho, pues es del gremio. Los países se hacen y amarran en símbolos y es usted ahora mismo mucho más importante de lo que cree. Vino a la Mancha, la cuna de la humildad, la cachaza y el surrealismo. La Mancha a los artistas es como las flores a la primavera, no existirían. Le faltó retratarse con Muchachada y llevarse una caja de miguelitos. Majestad, no olvide valorar los afectos verdaderos, que son la palanca de su fuerza. El último rey que no lo hizo terminó dejando un país en guerra.