“…Y se muere nuestra madre”. Es lo que dijo Dacil, la pequeña de cuatro hermanos, esta semana al enterarse del fallecimiento de su madre. Ana María era natural de La Orotava, tenía 68 años y un cáncer de útero la llevó al otro mundo. Su esquela ha sido publicada en el diario Avisos de Tenerife y confirma que el género mortuorio sigue estando muy vivo en los periódicos. Hace tiempo que no hago esquelas en la radio, porque cayeron en desuso, pero se me daban muy bien. Recuerdo en mis primeras mañanas de prácticas en la emisora de Ciudad Real, hablar de “su desconsolada viuda” y aflautar la voz con afectación, error del que afortunadamente me di cuenta pronto y deseché por completo. Hoy Dacil y Ana María entran por la puerta grande en el género del obituario, mi preferido de los periódicos. Ya saben que la Humanidad decente que queda todavía, comienza leyendo la prensa por las esquelas. Aquella que las traen, claro. Por eso sigo siendo un fan del ABC. Mi padre siempre lo empezaba por detrás, respiraba tranquilo y luego ya tenía todo el día para continuar.
A Dacil no le falta razón en nada de lo que dice. Tan solo, si uno lee con detenimiento la historia, en que asegura que dijo “hijo de putero” y no “hijo de puta”. Como muy bien señala una de las hermanas, puede ser que esto se deba a un rasgo feminista de la niña, lo cual estaría muy bien, acreditado y justificado. Porque de sobra sabemos que entre putero y puta, más culpa tiene el primero que la segunda; pues si él no existiera, detrás no vendría la otra. Quizá haya sido una forma de disculpa final, cuando vieron que la esquela dio la vuelta al mundo y se arrepintieron de haber sido tan espontáneos. Además, las siglas están puestas con las mayúsculas de la rabia, lo cual le da mayor verismo a la situación. Luis Carandell escribió un libro delicioso que cada Primero de Noviembre se recuerda, Tus amigos no te olvidan. De entre todas las esquelas es imborrable aquella que decía “cuánto sentimos tu pérdida, menos Marianita, que no dio nada”. Aunque hubo otra muy cándida que me apretaba el corazón y decía algo parecido a esto en la lápida de una niña chica de tres años: “Justinita, qué pronto empezaste a darnos disgustos”.
Pero el gran mérito de Dacil es que ha metido de lleno entre la actualidad de la OTAN, los precios y Melilla el asunto de las esquelas y los H.P. de una sola vez, de un único golpe, en una solitaria tacada. No solo es la muerte y su género, sino los H.P., cuya literatura es todavía más universal, acabada, enigmática y característica. Partiendo de la base que H.P. no da lugar a demasiadas interpretaciones, como ocurría con el Pte. de Perote y Felipe González, la historia de los H.P. es casi inmarcesible, no tanto por los lexemas, que están bien claros de inicio, sino por su fonética y pronunciación. Tengo una teoría al respecto, que creo difícilmente refutable. No es lo mismo decir “es un hache de pe”, que sería tanto como tirar la piedra y esconder la mano, a asegurar que “es un hijoputa”, en cuyo caso la determinación es mucho más clara.
Sucede, en cambio, que incluso con todas las letras juntas, existe un factor clave en el sintagma, que unas veces se da y otras no. Y es la preposición. No es lo mismo un “hijoputa” que un “hijo de puta”, así, pronunciado con todas las letras, agrandando la boca, la lengua y los labios conforme se van soltando. Son hijos de puta ónticos, maravillosos, totalmente formados, de una maldad irreversible y dañina, dignos descendientes de la Gigantomaquia y a los que oponer toda la capacidad de resistencia y ataque. A los hijos de puta hay que tratarlos como tales, sin reparos, sin remilgos, sin miramientos, como lo que son. No ha lugar a remordimientos ni reproche alguno si se quiere sobrevivir en la selva y la jungla, donde hay muchos. Variantes ya menores, grotescas y festivas son las de quienes pronuncian “hijueputa”, como si tuvieran la boca llena de cacahuetes y el cubata a punto de estallar. Sin remontarnos, por tiempo, espacio y arcaísmo, al “hideputa” de Sancho, hilo del cual viene que también sea considerada la expresión como una alabanza o sinónimo de envidia ante la prosperidad del prójimo.
Así pues, todo mi amor, cariño y comprensión a Dacil y, por supuesto, a doña Ana María, que bien tranquila se pudo ir al otro mundo dejando en este tan dignos sucesores y descendientes. Porque al fin y al cabo, Dacil, como dijo Quevedo hace cuatro siglos “su cuerpo dejarán, no su cuidado/ serán ceniza, mas tendrán sentido/ polvo serán, mas polvo enamorado”.