Amanece, que no es poco: la España vacía y sin perspectiva de llenarse
El genial título de la película rodada por José Luís Cuerda en la sierra de Albacete donde nací, he crecido y vivo, me sirve de pretexto para hablar del problema y desafío más importante actualmente del mundo rural. Intentando aportar un enfoque sentimental y preocupado porque el asunto así lo requiere.
Hace unos días asistimos a una manifestación en la capital del Estado de la “España vacía”, con multitud de adhesiones y apoyos por parte de la sociedad. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: seguimos asistiendo al continuo goteo de pueblos que pierden servicios y habitantes, tanto en el Estado como en nuestra propia Comunidad a estas alturas del siglo XXI, lo que evidencia que no es un problema del pasado sino más que está de rabiosa actualidad y el cual presenta un oscuro porvenir. En definitiva, asistimos a una España vaciada y sin perspectivas de llenarse.
En Castilla–La Mancha, como en otras zonas de España, asistimos a una progresiva polarización de la población entorno a los principales ejes de comunicación y grandes núcleos urbanos, convirtiendo, si no lo son ya, amplias zonas de nuestra tierra en auténticos desiertos demográficos con todo lo que ello conlleva, máxime en un territorio tan amplio como el castellano-manchego, lleno de disparidades.
Se trata de una tendencia iniciada a mediados del siglo XX que, con el nuevo siglo, se ha mantenido, acentuándose con la crisis económica y laboral de esta década. Un fenómeno que obliga tanto a jóvenes formados como no formados a abandonar su localidad natal por la imposibilidad de desarrollar su talento, de encontrar trabajo o, simplemente, porque carecen de los más básicos servicios para poder vivir.
Es harto conocido que el sector primario, tan importante en Castilla–La Mancha, no se encuentra entre los sectores preferidos a la hora de iniciar o desarrollar una actividad por los jóvenes, especialmente por lo duras que son las condiciones de trabajo. El problema es mayor cuando hablamos de comarcas montañosas, en donde los pueblos son de menor tamaño, con una población muy envejecida y en los que las actividades agrarias requieren un plus de inversión por lo escarpado de la orografía y las condiciones climáticas, que aún hacen menos rentable los cultivos y el consiguiente incremento de costes de mantener o iniciar una actividad.
Pero es que, si acudimos al sector servicios, la perspectiva no es más halagüeña. Mucho se habla de las bondades de Internet, de que acercan los servicios a los ciudadanos y de que cada individuo tiene acceso a un abanico enorme de posibilidades, pero estas nuevas tecnologías están siendo contraproducentes con nuestros mayores (quienes más ampliamente viven en las zonas rurales), y a los que con la coartada de mayores servicios y posibilidades (a través de la web) se les está obligando a que accedan a una serie de tecnologías que desconocen y que en muchos casos les asustan, al ir en contra de su desenvolvimiento cotidiano, reduciéndoles su libertad y limitando las ya de por si escasas prestaciones que tienen para desarrollar su vida diaria. Y eso si las conexiones a la red que hay son buenas.
Sin ir más lejos, el mundo de la banca, básico para nuestra sociedad del siglo XXI, está eliminando servicios, oficinas y empleos en las zonas rurales con el pretexto de mejorar la competitividad y en pro de la eficiencia económica (el irónicamente denominado como desarrollo del siglo XXI). Hemos pasado del trato cara a cara con el cliente a trabajar con máquinas y pantallas, tales como cajeros automáticos o la llamada banca electrónica, algo impensable hace escaso tiempo. Este hecho tan simple perjudica gravemente los intereses de la población rural, especialmente de la tercera edad, no solo por la reducción de servicios y empleos, sino que algo tan básico como actualizar la cartilla bancaria o sacar dinero puede convertirse en toda una odisea.
Muchos de nuestros mayores ni tienen una adecuada educación financiera (un número considerable son analfabetos) o no tienen forma de desplazarse a los lugares donde se encuentran estos servicios. Se ven obligados a aprender a realizar estas tareas en los cajeros (si es que se aclaran) o se ven forzados a desplazarse a núcleos más grandes para realizar estas tareas porque en su pueblo ya no disponen de sucursal. Estas situaciones necesitan de un plus de compresión por parte de todos: vecinos, empresas e instituciones.
Y no solo desde el sector privado se estimula el abandono de las zonas rurales, sino que desde el sector público (da igual el color político de la Administración) se van reduciendo progresivamente y continuamente las prestaciones y servicios básicos para los ciudadanos, limitándose a acordarse de los pueblos durante la campaña electoral a través de anuncios que pocas veces llegan a convertirse en realidad.
Las proclamas e inversiones en el mundo rural han de realizarse de acuerdo con las necesidades específicas de cada comarca, porque la geografía y las circunstancias son variadas y las carencias de una zona no tienen porqué ser las mismas en una zona distinta.
Sólo comprendiendo cuáles son las realidades, los desafíos y los problemas a los que se enfrentan nuestros pueblos podremos afrontar con éxito cualquier inversión en ellos, teniendo siempre como eje fundamental la red de infraestructuras viarias, sanitarias, de educación y seguridad, que son los servicios que vertebran cualquier sociedad por pequeña que sea.
La realidad actual nos da una imagen del mundo rural con carreteras en mal o muy mal estado independientemente de la titularidad, la reducción de los servicios de transporte o sanitarios, el cierre de colegios y cuarteles de la Guardia Civil y un largo etcétera. Ésta es la realidad de nuestras localidades menos pobladas, y basta con acercarse a cualquier municipio pequeño (mayoría en Castilla-La Mancha) y ver su día a día, y la evolución de los últimos años, para ver que se va de mal en peor salvo muy contadas excepciones. No es suficiente hacer anuncios esporádicos o visitar algunos pueblos cada vez que hay elecciones o en época de fiestas (donde quien más quien menos se va a pasar unos días), sino que hay que estar con ellos, comprenderlos y ver sus frustraciones y carencias diarias. La gran verdad es que si mueren los pueblos de nuestra tierra, muere Castilla-La Mancha, esa es la cuestión.
Si de verdad se quiere ayudar al mundo rural, nuestros dirigentes y representantes deben afanarse en comprender cuáles son las demandas de nuestros pueblos actualmente y cuáles serán de cara a los próximos años, hay que preguntar a los ciudadanos, empresarios, agricultores, ganaderos, mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, a personas mayores... En definitiva, hay que acercarse a aquellos que realmente viven en el mundo rural y conocen cuáles son sus carencias y necesidades, implicar a los vecinos y a las instituciones tanto públicas como privadas en intentar paliar, en la medida de lo posible, la sangría demográfica que se viene encima, porque para entender al mundo rural hay que vivir en él y no verlo como un ámbito residual o de fin de semana del que sólo importan o los votos en cada comicio o los beneficios económicos que se puedan obtener.
Quiero poner punto y final a esta reflexión con una proclama clara y rotunda. ¡Defendamos nuestros pueblos, nuestra tierra y nuestros ciudadanos y ciudadanas vivan donde vivan!
Fermín López Cózar es politólogo y abogado en Molinicos (Albacete)