Semanas de urnas
Nos llaman rutinarios porque nos paramos a pensar dos veces las cosas, nos tachan de indecisos porque no atendemos al impulso como parece ser la moda y pretenden atender al uso de la acción espontánea en lugar de reflexionar antes de cometer un error sustancial del que tardaremos cuatro años en cambiar su trayectoria.
La demagogia nos confunde, nos inquietan algunas vertientes nada confiables que surten de pensamientos inconcretos el emerger de posturas, palabras y demostraciones de eufemismo contradictorias con los tiempos que vivimos.
Sí, nos pretenden tapar con maneras suaves de expresión la identidad primitiva de unas formaciones arraigadas en el pasado mientras tratamos de asimilar la decadencia progresiva de una ideología que salió del inconformismo social y que, tras numerosas intentonas de hacerse con todo tipo de asociaciones, formaciones pequeñas o vertientes parecidas, se desinflan ante la llegada de unas elecciones que parece no estar hechas para ellos y ellas en un momento de incertidumbre creativa de sus principales líderes actuales.
Pero es que aquí pasamos de una confluencia de fuerzas a un intento de crear gobierno en lo que se termina la hora de recreo parlamentario. Da igual quién sea presidente o ministro de exteriores, el trasfondo no es obstáculo para conseguir poder y si más a la derecha se consigue los objetivos buscados se da el volantazo justo en el momento adecuado; algo que es prioritario si el giro de la curva coincide con la izquierda y la vacante ministerial está vacía.
Ridículo, ¿verdad? Eso es lo primero que piensa cualquiera que pare un segundo a coincidir por un momento con la coherencia cuando ve la debilidad real de los grupos con representación parlamentaria dispuestos a enfrascarse en un vía crucis interminable hasta el próximo veintiséis de abril. Al menos pararán un poco para cantarle una saeta a la Esperanza y descansar las andas del prolongado ataque al socialismo, posible candidato a aglutinar unos votos que consigan traer algo de estabilidad social al país de nuestros temores. Un reguero de probabilidades estadísticas con las que nos debemos dedicar en rellenar las urnas con la libertad democrática que nos esforzamos en ganar tras décadas de una dictadura retrógrada.