Se mire por dónde se mire, lo conseguido por Pedro Sánchez es una proeza política. Los obstáculos que ha tenido que vencer para llegar hasta dónde ha llegado han sido muchos y poderosos. En contra del aparato del PSOE y de los poderes fácticos que están detrás de ese aparato; en contra de sus gerifaltes trasnochados (que habían conducido al PSOE al precipicio); en contra de la designada por ese aparato y esos gerifaltes, Susana Díaz, tan feroz como poco elegante en su guerra personal contra Pedro Sánchez; en contra de medios de comunicación muy poderosos, que hicieron su guerra particular al nuevo líder, y solo con el apoyo de la militancia de base que defiende (de verdad) el ideario socialdemócrata, Pedro Sánchez se ha alzado desde los escombros de la expulsión del “aparato” a la victoria electoral. Y eso que durante su breve periodo presidencial, consecuencia de la moción de censura contra Rajoy, su actuación había despertado ya serias dudas sobre sus verdaderas intenciones o el crédito que merecen sus promesas sociales.
Con su actitud ambigua y contradictoria respecto a cuestiones capitales como la reforma laboral, y en definitiva respecto a las cuestiones sociales y económicas sobre las que se había comprometido y que llevaron a la militancia a apoyarlo, parecía estar dilapidando a toda prisa el apoyo recibido desde las bases. Sin embargo, ha ganado las elecciones. Tiene, por tanto, una segunda oportunidad para cumplir las expectativas de la militancia socialista y dar cumplimiento a un programa verdaderamente “social”; es decir, socialdemócrata.
Los militantes socialistas están ilusionados con la victoria pero también están alerta. No quieren más estafa neoliberal, no quieren más de lo mismo, no quieren más engaños, y se lo recordaron a Pedro Sánchez. Lo que más se escuchó en la sede de Ferraz durante el discurso del futuro presidente, en la voz unánime de la militancia, fue: “Con Rivera, no”. Es decir, no a un pacto con Ciudadanos. Y, por si no había quedado claro, el coro socialista lo repitió varias veces.
Me pareció percibir una cierta incomodidad en la tribuna ante la expresión vehemente y clara de este deseo: “Con Rivera, no”. Deseo que no debería extrañar a Pedro Sánchez, porque para pactar con Ciudadanos bastaba Susana Díaz, y no fue esa la opción apoyada por la militancia.
Para salvar esa incomodidad, y aunque dijo que ya lo había escuchado (“con Rivera, no”), Pedro Sánchez intentó salir por la tangente con una reflexión aparentemente generosa sobre los cordones sanitarios que el no aplicará. Eso está muy bien, pero el sabe ya desde el primer momento, desde la misma noche de la victoria electoral, que los pactos que realice, naturales (con Podemos) o antinaturales (con Ciudadanos), determinarán su futuro y el aprovechamiento o no de esta segunda oportunidad que se le ofrece.
Esta va a ser también una segunda oportunidad no solo para el personalmente sino para la socialdemocracia en el ámbito de Europa, centrada en este caso en España como antes ocurrió en Portugal. Mientras en otros puntos de Europa la socialdemocracia se hunde por traición a sus principios sociales y adhesión al catecismo neoliberal, en Portugal y en España (dónde también se produjo esa traición) renace la ilusión socialdemócrata con un nuevo dirigente ante el que se abre una segunda oportunidad que sería imperdonable desaprovechar.
Durante la campaña se ha discutido si España sigue siendo diferente o ya no lo es. Todos han acertado. Por una parte, España ya no es diferente porque la ultraderecha oculta se ha destapado y hace acto de presencia, como en el resto de Europa, aunque ha sido como el parto de los montes, bastante menos de lo que las encuestas amenazaban. Mejor así. Algo tan extremista y retrógrado no puede ser mayoritario. Tampoco sería saludable en términos de futuro. Pero, por otra parte, España si es diferente, porque mientras en otros países de Europa la socialdemocracia “neoliberalizada” se hunde, aquí renace de sus cenizas, de sus traiciones y corrupciones y obtiene una segunda oportunidad. ¿Sabrá aprovecharla?