Entre copa y canapé dejen espacio libre al sentido común
Los dirigentes más importantes del mundo o al menos, aquellos que gozan de un estimado prestigio económico, se concentraron en un lugar que siempre fue destino de burgueses y adineradas figuras para compartir ideas sobre los grandes problemas del mundo.
Algunos y algunas de estos personajes se mostraron concienciados de que el cambio climático es un problema de difícil solución si no se ponen los remedios oportunos entre todos los mandatarios del mundo. Pero eso parece pasar a segundo plano con el Brexit sobre los manteles como protagonista, algo que debería de pasar a segundo plano por carecer de la importancia debida equilibrando los casos ya que, ¿para qué tanta salida de Europa si se confirma que los mercados tarde o temprano se volverán en su contra? ¿Querer ser el ombligo de un momento crucial para la humanidad es caer en el hedonismo de unos y unas calamidades políticas sin confección de ideas? Pues sí, es tan nítido como real que la calidad de la libra esterlina ha pasado a la historia, al igual que paso el valor de la peseta o la ostentosidad de la lira, del mismo modo que el franco alemán construido a base de acero en las bases de su economía se ve lastrado sin la estructura europea como organigrama fundamental y por mucho que el presidente francés quiera planificar, todo debería de ser pausada y coherentemente confeccionado a favor de un proteccionismo del ecosistema sin el que cualquier disposición anterior, posterior o momentánea sea de la importancia a las sociedades más imprescindible que los altibajos de la Bolsa fabricados por el afán imperialista del líder americano.
Y es que estamos dejando quemarse el pulmón del planeta, la Amazonia; Brasil se convierte en llamas y su polémico presidente, poco aficionado a pedir disculpas, echa balones fuera culpando a las mafias de la droga, sin tener en cuenta que fue hace años el cambio de ubicación de la capital carioca desde Rio de Janeiro a Brasilia lo que hizo combinar intereses industriales dados a generosos beneficios con la más que probable sabanatización en unas décadas de este extenso almacén de oxígeno a la Tierra. No, señores y señoras, el Amazonas se quema porque posiblemente le sea favorable a su alzamiento económico convertirlo en espacios oscuros para fines malsanos. Solo algunas de las potencias mundiales que se han dignado hacérselo notar al mandatario brasileño han logrado que este mande algunos efectivos militares para solventar la posibilidad de apagarlo antes de que devore todo lo que las llamas y la mala conciencia del hombre convierten en cenizas.
Sociedades nativas, primitivas, creyentes del favor de la Tierra y del don del cielo que les da agua, sol y nieve son las bases de la creación sostenida de indígenas que nada quieren saber del Brexit, del dólar americano convertido en armas para la ocasión, de aspiraciones nucleares de países siempre en guerra o de fanáticos empedernidos creyentes de su fuerza para acabar con el mundo dándole al botón del desafío.
No quiero caer en la fácil ironía del en muchas ocasiones refranero español al expresar con “en todos sitios cuecen habas”, sería poco educado y altamente tóxico para quién lea este artículo; tan sólo quiero dar a entender que al igual que la especie humana rompe la razón con su avaricia, también del mismo modo cree con su locura hacer de su pensamiento incoherente labores de delincuencia. Así, en España, tenemos desgraciadamente cada estío errores humanos, faltas de herramientas, descuidos inmorales y manos terroristas que acaban con metros y metros de naturaleza en nuestros bosques, montes y paisajes únicos y necesarios.
Se nos quemó lo que viene a significar Extremadura entera en Canarias, se hizo polvo lo que muchas familias poseían para sobrevivir con honestidad y decencia, se vertieron toneladas de agua en favor de apaciguar la sed destructiva del fuego y volverán a nacer esos pinos autóctonos reverberando en las laderas que tanto hacen disfrutar la vista de los que pueden visualizar plácidamente. Pero también se quemó parte de Ávila, Huelva, Asturias, Galicia, Levante o Aragón con focos de destrucción nacidos de la mala fe del ser humano, un ser humano que de demostrarse su culpabilidad debería de ser tratado como terrorista ecológico ya que asesina el oxígeno que necesitamos para respirar tanto nosotros como el hábitat en el que nos movemos.
Es cierto, estamos matando el planeta despacio, sabiendo en nuestro fuero interno que todos y todas somos participes del asesinato en cierta medida, bien por la negligencia en reciclar, por el defecto educacional o por simple poca motivación de la Administración competente. Vamos a golpes de premios, a patadas en el trasero de lugartenientes del poder que nada aportan para favorecer soluciones y nos movemos en el fino alambre del final de la Tierra y el combativo experimento de sabernos capaces de evitarlo con todas las herramientas tecnológicas a nuestro alcance y los conocimientos durante siglos que el hombre ha ido recabando; pero para ello siempre será mejor servirnos de un buen ejercicio reflexivo y ponernos en el lugar de Julio Verne, tal vez consigamos crear algún medio de transporte que nos retrotraiga a pasados años de bonanza natural y respeto a la Tierra.
Mientras todo esto ocurre espero que la celebración de Biarritz no sea lo luctuosa que todos pensamos y que la cuenta no ascienda demasiado, algunos y algunas son proclives al hecho básico de que como es gratis pueden ponerse hasta arriba de propuestas inalcanzables, aperitivos inapropiados, remesas de promesas incumplidas y litros de elixires para venirse arriba en el baile sin retorno en el que estamos involucrados por no hacer nada para remediarlo.