Digo como Danilo Kis, cuando escribo estoy tumbado en el sofá del siquiatra, e intento por las palabras llegar a entender aquello que ha saciado, o iluminado, o angustiado mi sensibilidad. Aquello que desde fuera me ha llegado adentro. Aquello que fuera me llama e intento entender más allá de la percepción del que viaja y adormecido va observando cómo cambia el paisaje. Intento llegar hasta mis traumas, al origen de mi ansiedad persistente frente a la vida. Una sensación de que siempre algo falta en lo que hago, soy, siento, miro, entiendo de la vida y de mismo, es lo que tengo, y la única amanera que conozco de amansar la perturbación que me produce es escribir, entrar en la profunda habitación en la que guardo mis sentimientos, y arrancarlos de mí para ponerlos en un folio. Es como decía Machado, dialogar con alguien que eres tú, pero solo está adentro, no sabe vivir afuera.
Para mi escribir es una necesidad de profundización en la penumbra que me invade. Intentar entender la complejidad de mi acercamiento al mundo, ese diálogo en el que ni siempre soy el mismo, ni el mundo siempre es el mismo. Y también escribiendo intento interpretar el silencio del mundo, ese silencio como respuesta ante las más osadas, necesarias y enigmáticas preguntas. Como dice Erwin Mortier, en "Cuando los dioses duermen", escribir es la única manera de devolver al mundo su silencio. Es la queja por esas interrogaciones que como humano lanzo al vacío encontrando la ausente respuesta del vacío. Desde la racionalidad de la observación de la vida, la escritura hace que tenga la certeza de que algo no encaja, algo falta, algo es imposible de ver porque se ha perdido o está oculto, pero se percibe con algo más que los ojos y algo más que las palabras. Se percibe en el viento profundo de la escritura. Decía don Quijote que la pluma es la lengua del alma. Y cuando digo alma me alejo de ese flujo divino que desde "Libro de los muertos" egipcio llega a Sócrates, Platón, Aristóteles, y antes al pensamiento hebreo, alejandrino y después al romano, y es consustancial al cristianismo. Al decir alma hablo de lo que dentro de mí me dice que trascenderé la materia, pero no puedo saber ni por qué ni como, como dice el Tao.
Escribo y me siento cerca de los que pusieron toda su vida en la literatura, y no se protegen de sus propios sentimientos, como kleist, Orten, Vilas, Caballero Bonald, Munárriz, llamazares o Landero, autores en los que me imbuiré estas navidades para sentirme por dentro, mirar hacia afuera y encontrar una extraña belleza en el silencio de la muerte.