¿Navidad sin Dios?
Se acerca la Navidad. Nos lo anuncia la televisión que tiñe sus programaciones de múltiples anuncios con productos típicos a consumir en estos días; se percibe en nuestras calles, engalanadas con variopintos decorados y excesos luminotécnicos que están adquiriendo tintes grotescos de indecoroso carácter competitivo entre ciudades; se vislumbra en el bullicio y en las comidas celebrativas de empresa, entre compañeros de trabajo, con amigos que se reúnen… En fin, múltiples paisajes de un auténtico cuadro pictórico de la realidad en estos días, pero en el que el pintor de un brochazo -no se sabe si consciente o inconscientemente- ha oscurecido por no decir borrado todo vestigio de la idea central del paisaje navideño. ¡Increíble! Ha eliminado la escena de Belén con el Niño Dios.
Vivimos en una época caracterizada por una grave crisis de la memoria que incide de alguna manera en las transmisiones. El imaginario cultural en el que nos movemos está sometido a novedades y experiencias que no se sabe de dónde vienen y a donde nos llevan. La Navidad no está al margen de estas novedades. Por eso en esta grave crisis de la memoria cabe preguntarse hoy qué pinta Dios en esta fiesta que todos la llaman Navidad, y qué queda de sus raíces y significado cristiano.
El discurso-debate-diálogo sobre Dios en la época contemporánea se ha ido visibilizando en distintos planos secuenciales: desde un primero que negó su existencia en la época ilustrada y profetizó su muerte, a un plano más reciente que promueve un laicismo excluyente en el que a Dios no se le acepta en la mesa del foro social; para terminar concretándose hoy en un ateísmo práctico en el que se vive como si Dios no existiera. En este inhóspito paisaje donde se palpa la ausencia, el eclipse del Dios de la Navidad, no es fácil hablar de Él y expresar con palabras lo que significa para las personas que buscamos señales de su presencia. Entre otras razones, porque el diálogo no nace de las ideas y creencias sino más bien de una cultura basada en un estilo de vida consumista-hedonista que incapacita para plantearse las grandes preguntas sobre el sentido de la vida. En esta perspectiva ambiental es donde nuestro grupo desea situar la reflexión sobre el Dios de la Navidad, con mucho respeto, por supuesto, con otras creencias de personas que nos visitan.
Pensamos que lo que llamamos Dios se hace presencia en la Navidad para que de alguna manera los hombres “toquemos” la Divinidad. Cuando en el centro de estas fiestas no se coloca al Niño de Belén, consciente o inconscientemente se están ocultando los grandes valores que hacen al hombre más humano. Y si borramos de la Fiesta al Niño estaremos preparando para ella un menú muy incompleto donde seguramente van a faltar los “buenos y exquisitos vinos” -rebosantes de sentido- de la ternura, la acogida, la compasión, la solidaridad, la alegría… Merece la pena saborearlos aunque solo se haga en pequeños sorbos.
Grupo Areópago