La dignidad de la muerte y los lamentables exabruptos de Echániz
El pasado día 11 se debatía en el Congreso la toma en consideración de la futura Ley de eutanasia. En ese debate, quien fuera Consejero de Sanidad con Dolores de Cospedal, dijo que “la eutanasia es una filosofía de la izquierda para evitar los costes sociales del envejecimiento”, volviendo con ello a ofender a la gente, al reducir un problema humano, complejo y difícil, algo tan serio como afrontar el final de la vida, a parámetros economicistas, tan propios del neoliberalismo. Doctrina, por cierto, que la derecha jamás acompasa con los más elementales principios del liberalismo político, que siempre relegan al más absoluto olvido.
Eran esos mismos parámetros los que en su día le hizo reducir la Sanidad en Castilla–La Mancha a meros números y a la simple conversión de estos en euros. Nunca se preocupó por los pacientes, que veían cómo la sanidad pública se deterioraba a pasos agigantados, ni tampoco de los sanitarios, que sufrieron sus recortes, invectivas, ocurrencias y despropósitos. Como tampoco lo hizo por los desasistidos dependientes, ni con el copago farmacéutico de los jubilados. El Estado social siempre estuvo fuera de sus cálculos.
Ignacio Echániz, diputado por la provincia de Guadalajara, defendió en el Congreso de los Diputados la posición del PP con relación a la Ley de eutanasia. Y en esta región conocemos sobradamente al Sr. Echániz porque nos acostumbró a este tipo de exabruptos, que miraba a las personas solo desde el punto de vista económico. Y ahora, al defender las posiciones de su partido contra esta norma -“¡Es la economía, estúpido!”- ni siquiera apela a principios religiosos, morales o ideológicos. Lo humano y el humanismo siempre quedaron fuera de sus planteamientos y es por eso cree que el pensamiento de los demás se rige por esas mismas coordenadas.
La carcundia avanza y siempre está presente, pero la realidad social siempre se acaba imponiendo.
El Partido Popular vuelve a caer en el error de negar las nuevas realidades sociales y el permanente mundo cambiante. No apoyó la Ley de divorcio porque era cosa de izquierdistas y liberales. Tampoco ninguna de las dos leyes del aborto, porque eran propias de la izquierdas. No respaldó la ley de matrimonio homosexual, porque debían ser también cosa de la izquierda, ¡o del diablo!, que para el caso les acaba pareciendo lo mismo. La derecha siempre se atrincheró en el concepto más arcaico y reaccionario de la familia, sin advertir que esta cambiaba al ritmo de los nuevos tiempos, mientras ellos permanecían anclados en un pasado estático. Actitud que ha trascendido a otros comportamientos y hábitos sociales, que les cuesta adecuar a la realidad.
Pero ellos, paradójicamente, también han hecho uso del derecho al divorcio –incluido el proceloso líder la extrema derecha-, del derecho al aborto, y del derecho al matrimonio homosexual –como el ínclito Javier Maroto, a cuya boda acudió el mismísimo Rajoy-.
La incongruencia, la incoherencia, la hipocresía, su moral permanentemente errática y la inconsistencia de sus principios dan mucho que pensar. ¿Acaso se volvieron de izquierda la gente del PP por aceptar el aborto, el divorcio o el matrimonio homosexual?
Lo que creo es que la realidad social se impone. Una realidad a la que la derecha española jamás se ha acompasado. Siempre la sociedad española ha ido muy por delante de esta derecha, más reaccionaria que conservadora.
Son muy respetable, profundamente respetable, quienes tienen valores firmes, religiosos o ideológicos, quienes defienden con lógica o legitimidad moral sus valores ante la muerte, oponiéndose a la eutanasia. Lo son tanto como quienes quieren terminar con dignidad el final de sus días, sin padecimientos insufribles, o encarnizamientos terapéuticos. La dignidad a la hora de la muerte también es un valor moral que debe ser respetado.
Pero lo que no cabe son las imposiciones, ni las inmorales simplificaciones respecto de un tema tan trascendente, que reduciéndolo a un burdo, vulgar e insultante exabrupto al uso del regate político, no solo ofende a quienes defienden la dignificación de la muerte, sino a quienes –en condiciones personales muy complicadas- tienen que tomar una decisión difícil y trascendente sobre el final de su vida.
Fernando Mora Rodríguez. Politólogo. Presidente del Grupo Socialista en las Cortes de Castilla–La Mancha