Salvar a Sánchez para salvar a España
Tenemos Pedro Sánchez para rato, cada día está más claro. Es obvio que, salvo milagro, agotará la legislatura o aguantará hasta el límite de lo posible. Las enormes dificultades que vienen por delante no van a frenarle. Sánchez no piensa tirar la toalla, ni adelantar las elecciones, ni irse a ninguna parte. Por supuesto jamás dimitirá si tiene otras alternativas. No está en su ADN político. Ha fijado dos grandes palabras en el frontispicio de su inabarcable ambición política, que son sus dos valores principales: poder y resistencia. Otra cosa es que, obligado por las circunstancias, cambie de gobierno, o de coaligados o de aliados parlamentarios, según le convenga o pueda interesarle, pero siempre consigo mismo en el centro de la galaxia. Sánchez no piensa irse, no creo que nunca lo haya pensado ni en la peor de sus pesadillas, no está en su naturaleza. El presidente del Gobierno agotará todo lo agotable, vaya España como vaya: hasta el 2023 tenemos tiempo para comprobarlo y pensar en ello. Luego ya veremos.
Por supuesto, Pedro Sánchez no tiene el más mínimo interés en Pablo Iglesias. Sólo es su instrumento de acceso al poder, el camino más fácil que ha encontrado, su vía rápida. Si pudiera lo laminaría políticamente de un plumazo, a pesar de la creciente conexión que parecen haber encontrado en la tesis de engullirlo todo bajo su paraguas. En esa mala idea sí confluyen, pero lo que pasa es que Pablo Iglesias quiere tener vida propia en el Gobierno y se ha convertido en una mosca cojonera para el propio presidente y en un peligro para el resto de los españoles por su voluntad de agitación y su afán de reventar las costuras de la democracia española construida desde la Transición. Iglesias es un provocador y un político irresponsable y ha ido acumulando tanto poder que su deriva puede ser la deriva de todo el Gobierno y de toda España, al punto de que tal vez llegue un momento en el que Sánchez, presionado por las circunstancias, por el PSOE, por el Congreso y por Europa, necesite soltar ese lastre y tenga que maniobrar.
Echar del barco a Pablo Iglesiasy sus alrededores puede llegar a ser algo imperativo para Sánchez. Para España ya lo es, pero desconocemos en este sentido las intenciones del presidente del Gobierno. Sólo tenemos una condición garantizada: cualquier movimiento político de Sánchez pasará siempre inexcusablemente por mantenerse a sí mismo en el epicentro de todas las cosas y jamás asumirá otra situación que no pase por él y su espejo circular. Sólo un terremoto de magnitud desoladora podría tener efectos diferentes, de manera que, visto así el panorama y llegado el caso, se me aparece todo el rato una sencilla ecuación política a resolver entre el PSOE, el PP y Ciudadanos: salvar a Sánchez para salvar a España. Salvar a Sánchez de Iglesias, del nacionalismo, de los independentistas. Salvar al presidente de la radicalidad, la polarización y la ruptura. O sea: salvarnos a todos.
Es posible que, dentro de unos cuantos meses, llegue la hora en la que ese paso haya que darlo y desde luego ese tripartito en torno al centro político es mi mejor opción en estas circunstancias: que Sánchez presida un gobierno socialista apoyado por esos tres partidos o incluso un gobierno de los tres que pueda sacar a España de la tragedia en la que ha entrado. Un gobierno no sectario, no extremista, no agitador. Un gobierno conciliador y sin ánimo de tensionar la sociedad y cargarse los últimos cuarenta años. Un gobierno en concordia con la mayoría de la sociedad española y con el aval de las Cortes Generales y de Europa. Un gobierno diseñado sin tacticismos estratégicos ni electorales, con la mirada honesta y limpia.
Un Gobierno ¿imposible? No lo sé, aunque de pronto desperté y el dinosaurio seguía ahí.