Un Corpus desde el corazón
Están los toldos encerrados, sabiendo que este año no se mojarán con el agua de las tormentas primaverales y sabiendo también que no mojarán a los viandantes incautos que pasan por debajo de ellos después de una madrugada de tormentas.
Andan los gigantones cabizbajos, pues nadie os va a sacar a bailar y La Tarasca compungida, pues no sabe qué ha hecho este año para no poder salir a asustar a los niños. Las flores buscan el cielo de Toledo que les regala el sol y la lluvia para que luzcan sus mejores colores, y los balcones aparecen desnudos sin pendones que les vistan con sus mejores galas, tampoco los mantones de Manila exhibirán sus bordados maravillosos y provocarán la envidia de aquellos que desde la calle los miran desde abajo, intentando contar cada puntada.
El romero y el tomillo se han quedado en los campos sin arrancar y andan apesadumbrados buscando a quien inundar con su aroma inconfundible de esas mañanas de Corpus. ¿Y los patios? ¿A quién van a recibir, a quién van a mostrar su luz, a quién van a enseñar sus plantas y sus recuerdos acuñados a lo largo de siglos? ¿Quién se asomará discretamente buscando que alguien desde dentro les invite a pasar? La calle Trinidad está desolada como lo están todas las calles de Toledo, pues saben que no tienen toldos que les protejan del sol, pues saben que este año no recibirán a aquel que cada año nos visita dejándonos una estela de paz y reconciliación.
Andan los toledanos buscando su Corpus, intentado calmar su sed y su alimento… Quizás estemos equivocados donde buscar, quizás andemos despistados en el adorno y el boato, en la estética y la belleza exterior, quizás no sepamos buscar, quizás no sepamos mirar. Lo esencial es invisible a los ojos, decía el Principito. El alma de la ciudad de Toledo no está ni en sus calles, ni en sus toldos, ni en sus balcones ni en sus tradiciones. El alma está en aquello que no vemos pero sentimos, en aquello que no tocamos pero nos toca, en aquello que deberíamos ser capaces de encontrar en el interior de nosotros mismos, sin adornos, sin juegos de luces ni fiesta de los sentidos. Busquémoslo, porque solo El permanece, estuvo, está y estará y sólo así encontraremos el verdadero Corpus, el Corpus del corazón.
Ana Isabel Jiménez. Periodista