“El abrazo”, célebre cuadro que pintó el artista valenciano Juan Genovés, recientemente fallecido, para simbolizar el encuentro entre españoles con distintas formas de pensar en el momento histórico trascendental de nuestra llamada transición política, puede representar la metáfora perfecta para expresar también, si no la realidad, sí el sentimiento generalizado de toda nuestra sociedad en este tiempo que sufrimos: juntos venceremos al virus. Sentimiento que nos habla, por una parte, de la ausencia en todo este tiempo de uno de los símbolos más importantes de la afectividad humana, como es el abrazo a los seres queridos enfermos, fallecidos o simplemente confinados; y por otra parte, del ideal de caminar juntos para salir de las garras del virus y para superar las difíciles condiciones socioeconómicas en las que nos va a dejar sumidos.
Pero ese deseo de unidad ¿unánime? pierde valor y contenido cuando nos enfrentamos con la realidad de los hechos en el ámbito de la política, que es la que tiene que gestionarlo y coordinarlo, y también en el ámbito de la ciudadanía, que es la que ha de llevar a cabo y consolidar esa gestión.
En el primero de estos ámbitos, el panorama que se vislumbra es sencillamente desalentador. La ejemplaridad de nuestra clase política no parece que responda a esta necesidad de caminar juntos. Al partido en el gobierno, desnortado e instalado en la soberbia de su ideología, sin contar con otras instituciones sociales y económicas, ni con otras fuerzas políticas de la oposición, no se le ha visto muy por la labor de unir esfuerzos para afrontar la superación de la pandemia, ni se le vislumbran signos significativos de unidad para emprender junto a otros sus consecuencias y la reconstrucción del tejido social y económico destruido por la crisis. Habría que analizar también si los partidos de la oposición están aportando mucho a esta llamada a la unidad.
La realidad de los hechos deja de la misma manera sin valor ese ideal de caminar juntos en el ámbito de la ciudadanía, cuando en este proceso que han dado por llamar de desescalada se desatienden los mínimos deberes éticos de convivencia que dejan en mera anécdota los aplausos que mayoritariamente se han venido produciendo todos los días para agradecer el esfuerzo y la entrega del personal sanitario y de todos aquellos otros que se han desgastado trabajando por el bien común. Son también indicios y señales que hablan por sí solos de las dificultades que se nos van a presentar en la escalada para construir lo derrumbado. Pero es que, como dice Victoria Camps (El declive de la ciudadanía, 2010) “el ciudadano no nace sino que se hace”; y se hace en el marco de una cultura que alimenta los principios, valores y actitudes que forjan su personalidad. El feroz individualismo egoísta que impregna nuestra cultura, la sociedad “líquida” (Bauman), sin valores sólidos que la sustenten y empobrecida por el ciberfetichismo que impulsa y valora la comodidad de un simple like en detrimento del compromiso compartido y programado, son signos fehacientes de las dificultades con que nos vamos a tropezar para construir la cultura del encuentro que tan fundamental es para encarar los nuevos tiempos que se avecinan.
No obstante, no perdamos la esperanza.