Partamos de una primera evidencia: estamos de lleno en la era de la información. En estas décadas hemos vivido el gran auge del periodismo y de la comunicación en sí, pero este también se enfrenta a un enorme punto de no retorno entre la libertad y el intervencionismo, una dura batalla en la que sólo las economías más fuertes y las éticas más arraigadas vencerán. Unamos una segunda: el periodismo no es un negocio rentable. Si alguien quiere hacerse rico, salvo alguna excepción, que no se haga periodista ni acepte la titánica tarea de crear, mantener y/o dirigir ningún medio de comunicación.
La unión de ambas evidencias nos trae una realidad incómoda, la del intervencionismo de terceros en los medios y el carácter épico de algunos periodistas libres. Distingamos entonces al periodista del mero vocero que dicta lo que le dice su señor, en este caso su pagador. Y pagar los gastos es un trabajo muy digno, pero nunca a cambio de dejar por el camino la ética profesional y personal.
Reconozco que digo estas palabras desde el cariño que le tengo a la profesión y a sus profesionales, y desde la pena al ver lo que algunos partidos y poderes económicos quieren hacer con la prensa en este país. Y es que el control de los medios de comunicación es el control de la sociedad. La televisión y los medios digitales, las cuentas de Twitter, los generadores de opinión buscan generar, como decía la canción, “autómatas sin sentido”. A los gobiernos, y a las grandes compañías, les interesa una sociedad dormida o que despierte cuando ellos lo digan.
Es cierto que, a nivel nacional, cada año que pasa se radicaliza más la presión sobre los medios, a la vez que aumentan los monopolios de comunicación y, como no podía ser de otra manera, los partidos políticos no sueltan sus garras de estos medios.
Y en esta línea se enfocan los ataques del Sr. Iglesias al PERIODISTA (con mayúsculas) Vicente Vallés. Pero esto ni es nuevo ni será excepcional. Los políticos de la verdad absoluta no contemplan que nadie les lleve la contraria, y no olvidemos que estos señores beben de regímenes tan tolerantes con la prensa como Cuba, Iraq o Venezuela. Hasta tal punto de podredumbre han llegado que pretenden institucionalizar el insulto al periodista.
La incoherencia es máxima… la Sra. Montero, que apoya que se insulte a un periodista, interpuso una demanda porque se sintió insultada. ¿Dónde está la libertad de expresión ahí? Pero qué podemos esperar de aquellos que inventaron el escrache, ese “jarabe democrático”, y hoy se blindan con los mismos guardias civiles a los que escupen a la cara cada vez que tienen la ocasión. Es de locos, piénsenlo.
¿Puede entonces “la prensa” decir lo que quiera? Mientras no se mienta, claramente sí, y si se vulnera la ética periodística no somos los políticos quienes debemos valorarlo, para eso están los comités éticos de los colegios profesionales, porque para eso nuestra obligación es hacer política, y la de los medios informar sobre lo que acontece, punto. Por tanto, cada zapatero a sus zapatos.
Finalmente, nunca está justificado ni el insulto ni el ataque o el linchamiento público, a nadie, pero siempre habrá gente tan despreciable que lo justificará y otros que serán cómplices callando… Qué ingenuos: mañana ese ataque será contra ellos y, entonces, será tarde.
Alejandro Ruiz es presidente del Grupo Parlamentario de Ciudadanos