Estamos viviendo un momento sin precedentes conocidos, convulso, lleno de incertidumbres, pero que no tiene necesariamente que mostrarse inseguro. Las circunstancias económicas y sociales de la crisis sanitaria dejarán consecuencias que perdurarán en el tiempo, y sin saber cómo ni hasta cuándo, también lo harán las soluciones implementadas desde el diálogo social y la acción normativa.
Cuando la crisis generada por el Covid-19 irrumpió en nuestro país, los lobbies económicos quedaron perplejos ante la capacidad autoorganizativa del mundo del trabajo, el compromiso y la responsabilidad de las plantillas de las empresas que por un impulso natural se pusieron al servicio de lo común, un cierto espontaneísmo que tuvo que organizarse desde el sindicalismo de clase ante una nueva etapa histórica que cambia radicalmente el pasado. El trabajo sindical de los próximos años pivotará sobre dos sintagmas que quedan tras la crisis sanitaria, el “valor del trabajo” y la imperiosa necesidad de poner la organización del mismo “pactada y negociada” al servicio de la sociedad, de los trabajadores y las trabajadoras a quienes los intereses colectivos convierten en ciudadanos y ciudadanas.
El esfuerzo de la clase trabajadora ha sido clave en estos meses, no porque antes no lo fuera, sino más bien porque ese valor ha sido reconocido en vivo y en directo con aplausos diarios, que no sólo daban rienda suelta a la emoción por la tragedia vivida, sino que ponían el acento sobre quienes mantenían en tiempos que hubieran sido de huida la cohesión social. Los trabajadores y trabajadoras aportamos a la sociedad el esfuerzo de producir lo esencial para vivir, los alimentos, la salud, la educación, los cuidados… pero también el ocio, la cultura, etc. Los días de confinamiento nos han demostrado cuántas cosas necesitamos, cuántas son esenciales; y cuánto de imprescindibles son algunas de esas aportaciones, los trabajos de las y los sanitarios, de quienes cuidan a nuestros mayores, de los servicios educativos, de quienes limpian calles, edificios y hospitales, de la logística y quienes trasportan mercancías, de las personas que atienden en los supermercados y un interminable etcétera que se refiere siempre a un trabajo que nos ha permitido vivir en estos tiempos.
Durante estos meses las trabajadoras y trabajadores nos hemos confinado en nuestros domicilios y hemos trabajado a distancia, se han suspendido nuestras relaciones laborales a través del instrumento de los ERTE, que posiblemente nos ha salvado del despido y la pobreza; pero la elevada temporalidad en nuestro país de las relaciones laborales ha dejado en shock al trabajo en expectativa, al que espera que su contrato no finalice, al que confía que se le renueve, al que teme que no llegue. Sería muy duro volver a las andadas, mantener una bolsa de trabajadores y trabajadores pobres o con trabajos precarios, cuando todas y todos ellos han dado mucho más de los que se les ofrece, de lo que reciben, y en palabras de la Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, “no se les trata como se merecen”. Por esta razón y alguna otra, es imprescindible hablar del reparto de la riqueza, quien ha puesto sus manos y su salud al servicio de los y las ciudadanas ha sido la clase trabajadora, no el capital.
No es preciso recordar en estos tiempos la reivindicación sindical de los derechos de quienes el trabajo es su identidad, y en especial el papel de CCOO. En los meses futuros habrá necesariamente que buscar alternativas en la acción sindical desde la confrontación de nuestros objetivos, manteniendo en el tiempo la importancia de negociar soluciones, pero trabajadoras y trabajadores saben que ese proceso tiene necesariamente que traducirse en objetivos conseguidos, porque sólo equilibrando la balanza saldremos de este crucial momento. Negociar sí, pero no desde la percepción del sindicalismo de clase como una rémora legal que hay que soportar para luego no aceptar sus posiciones, porque con ello se expresa lo fundamental del valor de lo colectivo, la organización del trabajo y el marco institucional pactados y definidos en una mesa, desde lo grande hasta lo pequeño. No permitiremos vetos a nuestros objetivos más sentidos.
La acción sindical, en este momento como en otros rápidos y líquidos, debe adelantarse a los acontecimientos, y son muchos los temas sobre los que su intervención es necesaria: definir nuevamente los contornos de la relación laboral para impedir que se establezcan nuevas figuras productivas que escapen al derecho del trabajo, en ejemplos que conocemos bien, los riders, los falsos autónomos, el trabajo de plataformas.
La pandemia se ha cebado con los más vulnerables, como las pestes han hecho a lo largo de la historia, y para muestra el descenso estadístico de las pensiones más bajas como consecuencia de la alta mortalidad de nuestros mayores en los últimos meses; la supervivencia de nuestras condiciones de vida también puede hacer mella en otro colectivo pobre, las mujeres, el trabajo a distancia, la precariedad, la conciliación de la vida laboral y personal, y la necesidad mantener el empleo resulta un cóctel infalible para recluir de nuevo a las mujeres a sus casas, como aquellas que en La Mancha cosen botones o planchan en sus casas cuidando de las personas mayores, de las y los pequeños.
No podemos aceptar salir esta vez de la crisis apostando por lo precario, por añadir peso a quienes manejan los resortes económicos. CCOO CLM vamos a incidir en el diálogo social para abrir las mesas negociadoras de los convenios colectivos sin miedo, buscando alternativas negociadas, con la fuerza que da la necesidad de lo colectivo, de las aportaciones imprescindibles de la clase trabajadora, empoderándonos no sólo porque tengamos derechos sino por el valor democrático que impregna al trabajo en este país en este momento histórico concreto.
Carolina Vidal.Secretaria Acción Sindical y Formación Sindical CCOO-CLM.