La vacuna no cura
La pésima situación económica que atraviesa España se ha visto agravada sustancialmente con motivo de la pandemia provocada por el maldito virus chino (por cierto, hace un año finalizaba en Madrid la Cumbre del clima climático, por si alguien se pregunta quién nos trajo el virus…), pero ya venía deteriorándose desde mucho tiempo atrás.
El bigobierno socialcomunista de ineptos y malvados que padecemos culpa al Covid-19 de todos los males que sufrimos, pero la realidad es otra. Durante décadas, nos han querido vender una ensoñación, de la que despertamos para darnos cuenta que lo que vivimos más bien parece una pesadilla.
El Parlamento Europeo, muy recientemente, ha solicitado a los Estados Miembros el abandono de los estados de emergencia, en sus diferentes acepciones o al menos limitar su impacto. Nadie ha hecho caso.
El gobierno central y los gobiernillos Autonómicos adoptan día tras día medidas y más medidas restrictivas de la libertad y demás derechos fundamentales, incluida la movilidad, con escaso cuando no nulo basamento científico; de hecho, las más de las veces, sin ninguno. Quizá por eso el Emperador Galígula se niega de forma contumaz a facilitar los nombres del Comité de Expertos.
Ni los unos ni los otros hacen caso de las recomendaciones de los Organismos Internacionales, por ejemplo, con las mascarillas. Estos días hemos tenido más noticias acerca de la inconveniencia de su uso para practicar deporte; tampoco hacen caso con las vacunas ni con los confinamientos. Nada, todo vale con tal de limitar y restringir los derechos de las personas. Los políticos han mordido el hueso y difícilmente lo van a soltar.
A ver si alguna vez alguien explica de manera convincente el porqué de las decisiones, ya que lo único que se percibe con claridad es que hacen lo que les da la gana con nosotros, lo que tampoco les resulta nada difícil, dada la dócil sumisión de una población adocenada, empobrecida y anestesiada. Una población que, en su inmensa mayoría, se hunde cada día un poco más en la desesperanza, ante la indiferencia, incluso diríase complacencia, de los gobiernos.
Según datos publicados por la Unión Europea, la cuarta parte de la población española, unos 12 millones de personas, viven ya en situación de exclusión social, al situarse por debajo de la Renta Mínima. Cualquier observador imparcial puede darse cuenta de ello, acercándose a alguno de los numerosos y loables comedores sociales, que están absolutamente desbordados.
Para arreglar esta situación, las medidas del bigobierno no son otras que aumentar el infierno fiscal que ya padecíamos, hasta el infinito y más allá: subidas de impuestos medioambientales, al diésel (el combustible de los pobres), subidas del IRPF, del Impuesto de Sociedades, de las bebidas azucaradas, pólizas de seguros, etc., etc. Y, por supuesto, nueva subida de la cuota de Autónomos, la segunda en dos meses. ¿No se les cae la cara de verguenza? Pues no, es más, están encantados de haberse conocido. No hay más que ver lo feliz que anda la enchufada, Yolanda o el Escrivá.
Mientras tanto, la deuda pública asciende al 114% del PIB (en la hipótesis más favorable), alcanzando los 1,3 billones de euros, que ya no hay forma de saber cuánto dinero es eso, pero parece bastante. La deuda de la Seguridad Social aumenta 1.250 millones de euros, un repunte de más del 42% con respecto al año anterior.
El Comercio ha perdido un 20% de sus licencias; la hostelería, un 30%. Ambos sectores están seriamente amenazados con el cierre permanente y definitivo. Sin embargo, España es el país con menos ayudas a los sectores más afectados y, en general, a las pymes y Autónomos.
Desde el año 2018 perdemos convergencia con la Unión Europea, pese a que en este tiempo se han incorporado países con menos nivel económico que el nuestro. La renta per cápita de España en este tiempo ha caído hasta situarse 1.600 millones por debajo de la media de la Unión. La productividad se hunde por debajo de las cifras de 2.019 y encima España promueve y alienta una inmigración masiva de personas de baja cualificación. En estos últimos dos años, Malta, Chipre, Lituania, Israel o la República Checa, nos han superado. España desciende al puesto 39 en la lista de las economías mundiales.
La maldita pandemia ha acelerado la caída, pero ésta se producía ya con anterioridad. Hemos retrocedido al menos 5 años, en algunos parámetros, incluso 15. Y esperen a ver los datos de paro a final de año y cuando los ERTES se conviertan en ERES.
Con estos datos y otros muchos que se podrían traer a colación, la conclusión es que España vive una situación dramática, de inestabilidad económica, exclusión social de gran parte de su población, además de la crisis sanitaria y la crisis institucional, cambio de régimen incluido (estamos ya de facto en una dictadura y en proceso de sustitución de la monarquía parlamentaria por una república plurinacional con derecho de autodeterminación de no se sabe quién). Los jueces se han pasado ya al lado oscuro y el Rey es el último Jedi, pero me temo que no habrá bastante con ello. El actual gobierno va camino de conseguir en un año, lo que Venezuela tardó diez.
La única política que se aplica y que se percibe con claridad es la de que todo se pudra más y cuánto más rápido, mejor. El ordeño permanente de la clase media hasta su total destrucción, ya muy próxima, el futuro inexistente para los jóvenes (tenemos un paro del 50% en este tramo de edad juvenil), que están emigrando, aquellos que pueden, la eliminación de la mayoría de las empresas y Autónomos, parece producto de un plan para acabar con ellos. Ni siquiera planificándolo, se podría hacer mejor.
El panorama es desolador. El año que viene tendremos paro, ruina y miseria, eso sí, vacunadas. Para que no duela tanto. Supongo.