Niños especiales
La Ley Celaá ha puesto en primera plana los problemas educativos de los niños especiales, esos niños que necesitan una atención especial y personalizada, que no pueden sumarse al ritmo de un grupo heterogéneo ni a las rutinas de un aula convencional. Ha sido un gran clamor el que se ha levantado para reclamar unos recursos específicos para estos chavales, con profesionales especializados y recursos suficientes.
Pero no podemos olvidar que la vida de estos chicos no termina en la escuela, después del colegio vuelven a casa y allí ya no hay padres especializados, ni hogares con recursos infinitos, allí solo queda el esfuerzo heroico de hermanos, progenitores, abuelos y tíos que, literalmente, se desviven por los niños especiales. Noches sin dormir, turnos para que nunca estén solos, atención a la higiene, ejercicios de estimulación, restricciones de movilidad… y así durante años y años.
Ahora que los niños especiales han perdido momentáneamente su invisibilidad social y aparecen nítidos ante nuestros ojos, es una gran oportunidad para pensar en cómo ayudar a todas estas familias que deben luchar cada día para afrontar una situación muy difícil.
Para empezar, apoyando a las asociaciones que dan cobertura a estas familias, asesorándolas, ofreciéndoles servicios y facilitando la petición de ayudas públicas. Incluso, desarrollando nuevos servicios de apoyo para ayudarles.
También reforzando los vínculos de cercanía, si están en la familia o son vecinos o amigos, ofrecer nuestra ayuda, nuestra comprensión, dándoles oportunidad de descansar, de escaparse unas horas, de recargar las pilas.
Finalmente, tomando conciencia de todas estas personas que se lo merecen todo sin poder dar mucho a cambio.
Cualquiera que esté cerca de un niño especial sabe que, la mayoría de las veces, son una enorme fuente de amor y felicidad, pero también de mucho, mucho trabajo. Compartir lo segundo nos llevará a compartir lo primero, no perdamos esa oportunidad.