Fue hace un año, un aciago 13 de marzo de 2020, se anunciaba el Estado de Alarma y el 14 empezó el confinamiento domiciliario de la población. Me gustaría decir que pareciera fuera ayer, pero ni me lo parece ni la sensación es que hubiera terminado.
Decenas de miles de vidas sesgadas por un despiadado asesino invisible, secuelas, sueños rotos, trabajos perdidos, situaciones límites y la irremediable sensación de angustia y soledad, sin el aliento de muchos seres queridos, sin el tan necesario contacto humano.
Pero igual que el virus condenó a la humanidad a la peor realidad posible, también sacó lo mejor de ella, y una vez más en la historia, esa misma condición humana que nos hace tan débiles nos hizo más fuerte, como en todos las épocas y situaciones, adaptándonos a la nueva realidad, porque de nueva normalidad, por muy tranquilizador que parezca, no tiene nada.
Mucho se ha escrito, reconocido y alabado a todos aquellos héroes y heroínas que en los momentos más duros enfrentaron a pie de campo sin cuartel y acuartelados la ola más dura, por ello no pretendo descubrir la pólvora, pero después de un año, recordar a quién considere que son precisamente de estas lecciones de vida de las que hay que aprender y actuar en consecuencia, de las que separan lo importante de lo irrelevante, de lo que une y de lo que separa, de lo que necesitamos y lo que no necesitamos.
Nos hemos dado cuenta que nuestros sanitarios no sólo son necesarios, que salvan nuestras vidas y dan sus vidas para ello si hace falta. Un aplauso en un balcón es reconfortante y emotivo, más inversión en investigación, hospitales, médicos, sanitarios, celadores, y todo tipo de trabajador relacionado además de emotivo significaría que hemos aprendido. Nos hemos dado cuenta, porque los hemos necesitado para sobrevivir, como empleos y trabajos que hasta ayer ni habíamos caído en la cuenta de su relevancia, son tan o igual de importantes que algunos con menos relevancia social o económica, políticas de salarios, condiciones y precios en algunos sectores también sería motivo de aplausos, en los balcones y en los despachos.
Nos hemos dado cuenta que la figura de un docente es insustituible, su vocación, dedicación, capacidad de trabajo y adaptación dignas de mención y reconocimiento, más puestos docentes, mayor reconocimiento social, laboral y salarial, inversión en la educación pública, y menos cambios legislativos, merecerían también ese ansiado aplauso.
Pero también nos hemos dado cuenta de lo que es innecesario. Innecesaria es la política que no aprende de estas situaciones y en vez de estar creando hospitales, puestos de trabajo, regulando precios de mercado, colegios y puestos docentes, se dedican a juego de cromos y sillones en vez de lo realmente necesario, las personas.
Saturnino Acosta (ANPE).Maestro de Escuela