Vivir sin la Pascua del Señor
Les prohibieron a unos cristianos del norte de África reunirse en domingo y celebrar la Eucaristía. Eran tiempos de persecución y rechazo de los discípulos de Cristo, hasta llegar al martirio. Su respuesta fue: “Sin el Domingo no podemos vivir”. Es lo que yo digo ahora: “Sin celebrar la Pascua del Señor apresado, juzgado, muerto, sepultado y resucitado para estar sentado a la derecha del Padre, no podemos vivir”. Así de claro. La celebramos el año pasado, confinados y sin poder ir nuestras iglesias; no pudimos disfrutar de los desfiles procesionales en nuestras plazas y calles. Pero la celebramos.
La celebraremos, si Dios lo quiere, con más posibilidades de asistencia de fieles, según nos marquen nuestras autoridades, pero también sin procesiones. Es ocasión, por ello, de profundizar con más intensidad en lo que es ciertamente la Pascua, el Triduo Pascual, que se enmarca en la Semana Santa, como la fiesta principal de los cristianos. Entonces. ¿Habrá Semana Santa? Por supuesto. Nadie nos puede prohibir celebrarla; y, si se diera esa prohibición, sería un ataque en serio a la libertad religiosa. “Pero no es igual, sin procesiones, sin vernos en la calle como cofrades o como simples fieles o espectadores”.
Es verdad: las procesiones son la consecuencia de decisiones de grupos de católicos que, sobre todo, desde la época barroca, quisieron salir a la calle con sus pasos procesionales, con sus imágenes de Cristo, de María y de otros protagonistas de la primera semana santa; a las calles donde se desarrolla su vida normal de trabajo, de vecindad, de amistades y enemistades. Pero fíjense en lo que hoy significa en realidad, para cofrades y para tantos otros protagonistas, salir a la calle con sus imágenes después de celebrar los actos litúrgicos (“Los Oficios”): “Quiero que mi fe cristiana salga a la calle, que no se quede en la interioridad de los templos o en un intimismo poco comprensible”.
Cuando nacen los desfiles procesionales era época donde los cristianos eran una mayoría casi absoluta en España. Pero “necesitaban salir, procesionar”, dice el alma de los cofrades. De hecho, en épocas de no reconocimiento de la Iglesia, los hechos externos (campanas, procesiones, vía crucis) estuvieron restringidos y aún prohibidos. También la celebración de la Santa Misa y procesiones con el Santísimo, como el día del Corpus. Ese salir, pues, dice algo más que una simple costumbre. Tiene otra causa. “Es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros. El caminar juntos hacia los santuarios y en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo evangelizador” (Documento de Aparecida, n. 264). De modo que el Papa Francisco afirma: “¡No coartemos ni pretendamos controlar esa fuerza misionera!”.
Es verdad, en muchas ocasiones autoridades políticas, sociales e incluso eclesiásticas han querido controlar las cofradías y hermandades, tanto en el antiguo régimen, el que acaba en la Revolución francesa, o en el turbulento siglo XIX; también en el siglo XX, de muchas maneras. Curioso es lo que sucedió tras el mayo del 68 y los inicios de transición política: después de un periodo de menosprecio (=menos aprecio), las cofradías y hermandades se revalorizaron y fueron de nuevo “apreciadas”. En ese aprecio había de todo: rectificación sincera, pero también deseo de estar presentes y dejarse ver en las procesiones no exento de otras posibilidades económico/turísticas y de reconocimiento social. Se convirtieron en foro al que no había que faltar, sobre todo nuestras autoridades. Muchas anécdotas curiosas podría yo contar, acaecidas en mis 33 años como obispo.
Fijemos nuestra atención a ese modo de participar en la vida de la Iglesia de los cofrades. Eso es cierto, a veces sin reconocer el papel de esta participación por otros miembros del Pueblo de Dios. Evidentemente hay otras formas de participar de la vida y del apostolado de la Iglesia por parte de los fieles laicos, que nacen también de la iniciación cristiana y sus sacramentos. En la Iglesia, “nadie es más que nadie”. El sentido de esta frase no es decir que todos en la Iglesia son lo mismo y que no hay distintas vocaciones y funciones, sino que todos tenemos las mismas posibilidades de ser miembros de la Iglesia, con sus derechos y obligaciones de participación en el apostolado. No olvidemos, por otra parte, que el origen de muchas cofradías, también de las “penitenciales”, hay que buscarlo en diferentes gremios y profesiones, y su sentido de hermandad, familiaridad, cercanía en alegrías y penas.
De la carta del Arzobispo de Toledo a hermandades y cofradías “siguiendo sus huellas” (Toledo, 21.02.2021) se pueden sacar algunas conclusiones, que yo ahora quiero subrayar. Si cualquier cristiano adulto no puede subsistir con lo que aprendimos en la catequesis de cuando éramos unos niños, los cofrades deben saber dar “razones” de nuestra fe y formarse bien. Esta formación es siempre continua y urgente. En los momentos presentes hemos de fomentar sobre todo el conocimiento de los que somos como Iglesia, “desde dentro”, dice la carta del Arzobispo. No podemos, en efecto, quedarnos tan tranquilos con las caricaturas al uso. Si estamos a la última en otros ámbitos del saber, conocer qué es la Iglesia es vital.
Además, tenemos que tener iniciativas en nuestras cofradías y hermandades que fomenten en los hermanos cofrades el sentido de pertenencia a la Iglesia. No son los hermanos una peña de un club de fútbol o una agrupación de cazadores. Para conseguir vivir esa pertenencia a la Iglesia están también, y sobre todo, las celebraciones litúrgicas propias de la cofradía o de la parroquia. Este año viene muy bien no salir a la calle con nuestros pasos procesionales para ahondar más en este aspecto fundamental de la Semana Santa que es la celebración litúrgica de Misterio Pascual. También la centralidad de la Misa dominical, como aquellos mártires. De lo contrario, ¿a quién vamos a atraer de verdad? El Arzobispo ha subrayado igualmente lo que, gracias a Dios, se está consiguiendo: cuidar de los más pobres y débiles. Esa era también la finalidad de muchas cofradías antiguas del siglo XVI y XVII: apoyar a cofrades enfermos y su familia e incluso sufragar el entierro de hermanos sin posibilidades. Ese es un auténtico testimonio de “hermanos de la misma hermandad”, de “cofrade, ser hermano con otros hermanos” de la misma Cofradía.
“Viene el día, tu Día, en el que todo vuelve a florecer”, dice un himno de Cuaresma. Viene el Triduo Pascual, el misterio de Cristo celebrado. Esta realidad la Semana Santa no está sometida del todo a la pandemia: la Semana Santa es la Semana Santa. Decía no hace mucho la nueva ministra de Sanidad: “Estamos para salvar vidas, no para salvar semanas (¿Santas?)” Y, ¡quién le pide eso! Tal vez está de nuevo confundiendo la Semana Grande con viajes, playas o turismo interior, días de vacaciones aprovechando esa semana en la que se celebra el Misterio Pascual. Dicten nuestras autoridades cuantas leyes sean necesarias para estos días santos para los cristianos, pero somos nosotros los que decidimos celebrar la Pascua de Cristo con los demás hermanos. Cumpliremos mejor que otros grupos de esta sociedad con las normas sanitarias, estoy seguro. Celebrar la Pascua en la Semana Santa depende de nosotros, no de cualquier ley o acuerdo entre comunidades autonómas.
Braulio Rodríguez Plaza. Arzobispo emérito de Toledo