Vacunas, avances científicos y motivación
En este caso deseo compartir un mensaje esperanzador. El H.Sapiens forma parte de una civilización tecnológica. Las civilizaciones tecnológicas no pueden retroceder o pararse, pero antes debemos saber que la civilización tecnológica no es la única alternativa. En efecto, es la que mayoritariamente funciona en nuestro mundo, pero existen opciones que adoptaron otras etnias. Las civilizaciones tecnológicas acaban erigiéndose en dominantes y devoran todo lo que les rodea, como nos ha sucedido en los últimos 100 años.
Estas sociedades, en efecto, se caracterizan porque no van a retroceder, no hay vuelta atrás y siempre están avanzando, no pueden parar. Pero en ocasiones algún imprevisto que viene de fuera, un cataclismo, la actual pandemia (biológicos), terremotos, volcanes (geológicos), o incluso nosotros mismos como especie, también podemos acabar con el mundo mediante una guerra atómica, o bacteriológica, química, informática… Y ahí se plantea un reto porque al cogernos desprevenidos deja en evidencia infinidad de resortes y respuestas tecnológicas. Entonces tenemos que acelerar el ritmo para dar respuesta.
A veces se le pide a la Ciencia una respuesta rápida a estos problemas, pero la Ciencia tiene y requiere sus tiempos. Ya dice el refrán que “la paciencia es la madre de la Ciencia”. Pero antes quiero establecer una diferencia muy clara entre la Ciencia y la Tecnología. La Ciencia se hace preguntas, normalmente, y sabe cuándo tiene las respuestas adecuadas y cuándo no basándose en el Método Científico. De forma coloquial, el autor de “Construir el mundo” (Enrique Gracián) afirma que “la Ciencia no tiene prisa, tiene su propio “tempo”; en cambio la Tecnología funciona a demanda y condicionada por unos plazos. Cuando la sociedad reclama algo a la Tecnología, ésta no debe contestar “no lo sé, ni sé para cuándo…”. La Ciencia sí contesta a menudo y sin problemas: “No lo sé”. Entonces, ante un fenómeno como el de la pandemia, que requiere soluciones o, mejor, medidas tecnológicas basadas en el conocimiento científico, a ésta (ciencia) no le podemos exigir que nos resuelva tal o cual problema para mañana. Es entonces cuando la tecnología tiene que ponerse manos a la obra a construir vacunas de la mano de la ciencia.
Una vez logradas las vacunas, y cada vez mejores respuestas científicas a los principales retos medioambientales, ¿cómo actúan positivamente sobre nuestra psique a nivel individual y como sociedad?
Necesitamos mantener la motivación, y la neurociencia ha demostrado que ésta tiene que ver con la dopamina, una sustancia fabricada en el encéfalo por las neuronas. Se ha demostrado que este neurotransmisor aumenta la motivación de las personas para activarse y esforzarse en la búsqueda de sensaciones placenteras, bienestar y en definitiva aspirar a ser felices a nivel individual. Si consideramos el placer mismo, éste está relacionado con otras sustancias que también genera el organismo como las encefalinas, endorfinas (derivados mórficos endógenos) y la llamada hormona de la felicidad, la serotonina. La serotonina es un neurotransmisor que puede mejorar las funciones cerebrales (rendimiento) y el estado de ánimo al estar involucrado en nuestras emociones y en la conducta social. Los niveles bajos pueden determinar depresión, ansiedad y otros trastornos de salud.
Volviendo a la dopamina, el cerebro fabrica esta sustancia ante expectativas y situaciones favorables o novedades (positivas) en nuestras vidas; algo bastante habitual por otra parte en los niños y jóvenes, y que con la edad y el acomodamiento de nuestras vidas se ven disminuidas. El caso extremo sería el de los deprimidos, ancianos (sin ilusión o escasas expectativas) por la propia involución o envejecimiento del organismo, y de forma patológica, en los enfermos de enfermedad de Parkinson, que está demostrado científicamente que sufren un déficit de dopamina. Esta alteración no les priva de disfrutar de situaciones placenteras, pero si del esfuerzo o motivación para “luchar” o esforzarse por alcanzarlas. Por tanto, de forma indirecta si podemos defender que la dopamina está relacionada con el placer.
Durante la pandemia de Covid-19 los niveles de dopamina (motivación) en la población general disminuyeron, y más aún en los colectivos más vulnerables (parados, ancianos, personas más aisladas…) y la memoria de futuro a la que se refiere Joaquín Fuster se detuvo. En estos meses la corteza prefrontral “colectiva” parecía paralizada, la motivación se perdió y también falló la memoria de futuro “colectiva”. De poco sirvió la trágica experiencia de la humanidad de hace tan solo un siglo, cuando un tercio de la población mundial (50 millones) perdió la vida como consecuencia de la Gripe del 1918. Los que no recuerdan la historia están condenados a repetirla.
Es de desear que gracias a los progresos y la eficacia de las vacunas, así como las múltiples respuestas que nos ofrece la ciencia, se incrementen los niveles de dopamina en nuestros cerebros. Y dado que nuestros cerebros se encuentran conectados (más o menos según sociedades y/o grupos) a través de lo que conocemos como “corteza cerebral colectiva” - según defiende e neurocientífico Joaquín Fuster- estos principios éticos, de colaboración y altruistas compartidos por una sociedad más sana y despierta (no adormecida), sumado a una mayor motivación (vacunas, y soluciones científicas a los principales retos) nos permita disfrutar los momentos buenos de la vida, alcanzar nuestras metas y, para los mayores, que puedan volver a pasear, relacionarse, abrazar y/o besar a sus hijos y nietos. La ilusión de seguir viviendo.
Jesús Romero es médico en Toledo