Es cuanto menos curioso cómo funcionan los intereses y desintereses, dependiendo del momento y de los desintereses e intereses de cada cual, país, estado o dirigente político. Cómo el sentido de los derechos humanos más básicos, de la mujer, infancia, libertades y un largo etcétera, unas veces son dignos de defensa y otros condenados al ostracismo, a veces utilizado como excusa para iniciar una misión de paz, bélica, por cierto, y a veces excusa para mirar hacia otro lado y justificar el abandono a la suerte de un población civil que clama no ya por su vida, por el temor a sufrir las aberraciones que a buen seguro sufrirán. Lo saben y lo sabemos, pero no se entiende ni entendemos que mientras unos prefieren morir subidos al fuselaje de un avión, otros prefieren hablar con “los que han ganado la guerra”. Hipocresía moral y ética.
Ni soy político, ni pretendo serlo, ni entiendo de relaciones internacionales, ni nada parecido, por lo que la prudencia debe imperar en mis líneas, por eso sólo me cabe cuestionarme como ciudadano lo que no entiendo para que alguien me lo explique, si tuviera o tuviese derecho a ello pues, por lo que se ve, hay cuestiones internacionales de las que no deben darnos explicaciones, ni a los ciudadanos ni a la justicia, como el encuentro de Ábalos y Delcy.
Me pregunto qué hemos estado haciendo tantos años en Afganistán, la misión española, igual que el resto de países para este resultado. Qué intereses y qué desintereses aconsejaron su intervención y aconsejaron su abandono, o quizás, qué han hecho o no han hecho los afganos, o bien qué conseguíamos y ahora no conseguiremos de ellos. No es comprensible que permitamos en dos días que un régimen Talibán, es decir, regido por la Sharía, leyes fundamentalistas, al parecer de origen tribales, islámicas, que no el Corán, y lo que es peor, bajo el terror de la Hadd, el castigo por ofender o contravenir dichas leyes que incluye lapidación, azotes o las amputaciones de extremidades, aterrorice a hombres mujeres y niños bajo nuestra imperturbable indiferencia o inactividad, que es lo mismo, motivada por nuestro abandono.
Como decía, aquí, uno que no entiende de política ni de exteriores, no puede más que revelarse cuando observa cómo el silencio impera entre nuestros políticos, los de aquí y los de fuera, ante el drama que todo un país va a sufrir, por el abandono de los que un día fuimos a garantizar la paz y los derechos humanos.
La Hadd prohíbe, entre otras cosas, que las mujeres trabajen fuera de sus hogares, a cualquier tipo de actividad a no ser que sea acompañadas de su mahram, el familiar varón más cercano, de estudiar en escuelas o universidades, a llevar un burqa, que las cubra de la cabeza a los pies, incluso a reírse en voz alta, llevar tacones o a viajar en el mismo autobús que los hombres.
Mientras en España juagamos al niño, niña niñe, no he oído a nadie no sólo criticar, que con eso no basta, condenar el golpe de Estado perpetrado, y luchar con todas sus fuerzas contra el terror que se les avecina no sólo a las mujeres afganas, pero especialmente a ellas, y a toda la población civil. Si hay que llorar en un hemiciclo, llore por ellas, si hay que luchar por el derecho tanto de mujeres, hombres e indistintamente por cada identidad sexual es ahora, porque llegar a casa ebria y sin compañía parece intrascendente ante esta monstruosidad, y nuestro silencio, la peor de las condenas, para ellas pero también para ellos y a largo plazo para todos.