Nicotina: consuelo de meditabundos, nocivo veneno del pueblo
La industria tabaquera ha hecho de la covid-19 una oportunidad para promocionar sus productos con nicotina, atenuar el daño percibido hacia el tabaco y mejorar su imagen pública a nivel internacional. Desde que Colón se llevó el fumeque de América, el tabaquismo se ha abierto paso contra viento y marea.
Como descubrieron nada más poner pie en tierra dos marineros españoles que acompañaban a Colón, la nicotina tiene propiedades estimulantes gracias a las cuales se pueden obtener efectos placenteros. La aventura de la «hoja india, consuelo de meditabundos, deleite de los soñadores arquitectos del aire, seno fragante del ópalo alado…», como la llamó José Martí, ese «pestilencial y nocivo veneno del pueblo» como la calificó Girolamo Benzoni, comenzó su andadura apenas unas semanas después de que las naves de Cristóbal Colón llegaran con regocijo al archipiélago antillano.
Sin saber para qué servía, los españoles habían tenido el primer contacto con las hojas de tabaco en la isla Guanahaní, donde los morenos, desnudos, ingenuos, estupefactos y prudentes indios taínos ofrecieron a Colón, a modo de regalo de bienvenida, «unas hojas secas, que deben ser cosa muy apreciada por ellos», que resultaron ser las mismas que vieron unos días después en la canoa de un indígena que traficaba entre las islas de Santa María y Cuba.
Pero si convenimos en que esas «hojas secas muy apreciadas por ellos» eran realmente tabaco, el almirante entonces lo vio, pero no lo descubrió. Como decía el historiador Fernando Ortiz: «Descubrir no es solo ver sino “echar de ver”».
Don Cristóbal no supo lo que era el tabaco, ni conoció sus placenteras cualidades y su uso principal, hasta la noche del lunes 5 de noviembre de 1492 cuando se las narraron Luis de Torres y Rodrigo de Jerez, dos adelantados enviados por Colón tierra adentro con la atolondrada pretensión de encontrar a los emisarios del Gran Kan.
Los exploradores adelantados descubrieron el tabaco cuando se espantaron al ver a los taínos, sin distinción de edad y sexo, aspirando el humo de unos cilindros de hojas secas. De regreso relataron a Colón lo que han visto y al día siguiente el genovés anota en su Diario de Navegación:
«Hallaron estos dos cristianos por el camino mucha gente […] siempre los hombres con un tizón en las manos y ciertas yerbas secas metidas en una cierta hoja seca también a manera de mosquete, hecho de papel de los que hacen los muchachos la Pascua del Espíritu Santo; y encendido por una parte de él, por la otra chupan o sorben o reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y casi emborracha, y así dice que no sienten el cansancio. Estos mosquetes, o como los llamáremos, llaman ellos tabacos».
La palabra “tabaco” aparecía escrita por vez primera en nuestro idioma.
Un uso ceremonial
El uso del tabaco era principalmente ceremonial; se decía que el humo producido causaba trances o alucinaciones en los participantes. Si eso era así, significa que el tabaco tenía concentraciones significativamente más altas de ingredientes activos que las que se encuentran en la especie Nicotiana tabacum que se introdujo en Europa y el resto del mundo. El tabaco que observaron los navegantes colombinos era probablemente Nicotiana rustica, el tabaco de la civilización maya, que se sabe que es una especie cuya nicotina tiene efectos euforizantes más potentes.
En la Relación acerca de las antigüedades de los indios del fraile Jerónimo Ramón Pané, considerada por algunos el primer libro escrito en el Nuevo Mundo, se habla por primera vez del uso del tabaco en las prácticas tribales de los amerindios. Al notar el sentido de lo sobrenatural y el carácter sacro que mediaba en la relación sociológica entre el indio y el tabaco, en su mitología, en su magia, en su medicina y en la liturgia exótica de los ritos religiosos, a veces sanguinarios, en los que se hacía gran consumo de la planta, los frailes pensaron que, siendo el fumeteo cosa religiosa pero no ortodoxa, todo lo que de sacro se le atribuyera sería con gran certeza obra maligna de Lucifer.
Aquello era un invento diabólico que, por si fuera poco, excitaba los sentidos. El diabólico incienso americano causaba un placer sobrevenido a otros, como cuando después de los copiosos banquetes imperiales Moctezuma se retiraba a degustar la delicia narcótica y caía en dulce somnolencia, según narra Bernal Díaz del Castillo.
Por si fuera poco, el sahumerio amerindio creaba adicción, y como el aprendizaje de los vicios placenteros lleva poco tiempo, los españoles se entregaron al goce de los humos que distinguían a los caciques del pueblo llano entre aztecas y mayas. En su Historia General de las Indias, el severo padre Las Casas, tras describir los primeros cigarros como había hecho Colón y de no explicarse «qué sabor o qué provecho le encuentran», escribe:
«Españoles cognoscí en esta isla Española que los acostumbraron a tomar, que siendo reprendidos por ello diciéndoseles que aquello era vicio, respondían que no era en su mano dejarlos de tomar».
En su Historia de las virtudes y propiedades del tabaco, Juan de Castro, un boticario cordobés del siglo XVII entregado como su colega sevillano Nicolás Monardes al estudio del tabaco, asegura en 1628 que «el uso del tabaco quien más que otros lo ampliaron fueron los marineros y toda la gente que caminaba por el mar. Porque como gente que a todo tiempo está recibiendo humedad de los vapores de sus caminos (con lo cual abundan de flemas en gran cantidad) paréceles vino muy acomodado un medicamento, tal cual lo es éste, para ir desflemando».
Precedido por su reputación de potente afrodisíaco y de hierba abortiva (pero ¿qué planta de las Indias no lo era, en vista de la promiscuidad de costumbres, del erotismo comunal y del fornicio practicado a destajo sin mayores consecuencias?) y con la pícara excusa de sus propiedades medicinales, que de ser ciertas lo hubieran convertido en una prodigiosa panacea de toda dolencia, a mediados del siglo XVI el tabaco era objeto de cultivo en diversos jardines botánicos y en los recoletos huertos monacales.
El tabaco se extiende por Europa
El consumo de tabaco se extendió rápidamente por toda Europa y pronto le siguió su cultivo. Jean Nicot, el embajador francés en Portugal cuya memoria se perpetúa en el nombre botánico de la planta y en el de la nicotina, el alcaloide que le presta sus propiedades euforizantes, era un entusiasta del tabaco como también lo eran otras figuras notables del siglo XVI: Sir Walter Raleigh en Inglaterra y Catherine de Médicis, Reina de Francia. Sin embargo, fumar no obtuvo la aprobación universal entre la realeza. El rey Jaime I de Inglaterra fue el autor de un panfleto de 1604 en el que se denunciaba «una costumbre odiosa a la vista, repelente a la nariz, dañina para el cerebro y peligrosa para los pulmones».
Alertado por la novedad y apoyado en la Biblia (Mateo 15:11: «Lo que sale de la boca del hombre le contamina»), el Vaticano amenazó de excomunión a quienes consumieran la hierba abortiva, de cuyos peligros había informado don Gonzalo Fernández de Oviedo, alcaide de Santo Domingo, para quien muchas indias «cuando se empreñan, toman una yerba con que luego mueven y lanzan la preñez, porque dicen que las viejas han de parir mas ellas no, porque no quieren estar ocupadas para dejar sus placeres, ni empreñarse, porque pariendo se les aflojan las tetas, de las cuales mucho se precian y las tienen muy buenas».
Obsérvese que a don Gonzalo no le disgustaban ciertas piezas anatómicas de las indígenas, por más que detestara y fuera menos objetivo en otras como cuando escribe: «¿Qué puede esperarse de gente cuyos cráneos son tan gruesos y duros que los españoles deben tener cuidado en la lucha de no golpearlos en la cabeza para que sus espadas no se emboten?».
Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
Como la carne es, pese a toda amenaza, débil, un puñado de gentes habían aprendido a disfrutar del placer de fumar siguiendo el ejemplo de los indianos regresados a España. Así como los marineros españoles y portugueses llevaron chiles que contienen el alcaloide de la capsaicina a todo el mundo, también introdujeron el tabaco y el alcaloide de la nicotina en todos los puertos que visitaron.
Entre ellos se encontraba Rodrigo de Jerez que, curado de su inicial espanto, se había dado con delectación al vicio. El humo que lo rodeaba asustó a sus vecinos; la Inquisición lo encarceló por sus hábitos paganos acusado de brujería, ya que «solo el diablo podía dar a un hombre el poder de sacar humo por la boca».
Cuando fue liberado siete años después, la costumbre de fumar se había extendido por toda Europa antes de emprender un viaje que la esparció por el mundo como un reguero de pólvora infernal que se inflamaba con el fuego pero que estallaba silenciosamente en los cerebros para agitar a los espíritus.
Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos., Universidad de Alcalá
Este artículo ha sido publicado originalmene en THE CONVERSATION