Así relata el Cantar del Mío Cid, la lealtad que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, a pesar de ser calumniado y desterrado por dos veces, le profería al Reino de Castilla y León y por ende a su Rey, el mismo que le calumnió y desterró.
Salvando las diferencias, algo así sentimos los docentes. Somos decenas de miles de Rodrigos los que a pesar de no ser reconocidos ni valorados, a veces justo lo contrario, nos supera la lealtad a nuestros alumnos, a nuestro centro y sus familias, y en definitiva a eso que llamamos sistema educativo, aunque por desgracia nunca hayamos tenido buen señor, o señora. Buena prueba de ello es que seguimos siendo el único grupo funcionarial sin estatuto propio o carrera profesional, con unas obligaciones laborales superiores al resto de funcionarios y sin derecho a la mayoría de licencias y permisos que el resto, o simplemente con unas diferencias salariales escandalosas no ya con otras profesiones, incluso dentro de la misma. Pero eso sólo es la punta del iceberg, lo que se ve, pero lo que no se ve les aseguro que es mucho más.
Aunque seguramente me deje mucho sin decir intentaré al menos que se hagan una idea de arriba a abajo.
Cada cuatro años una Ley de Educación distinta, un ordenamiento distinto, una organización distinta, asignaturas distintas y currículos distintos, objetivos distintos, atribuciones distintas. Esto pareciera quedara sólo en el Congreso y en el BOE, pero no. Eso, implica modificar todas las programaciones, es decir, todo el trabajo anterior y atendiendo a las necesidades individuales con cada alumno. Tampoco queda ahí, según qué, cómo y cuándo, modifica proyectos educativos y curriculares de centro, adaptaciones, etcétera. Es decir, una exageración de burocracia que cuando te quieres adaptar vienen otras elecciones generales y vuélvelas a cambiar. No es el día de la marmota, es el lustro de la marmota. Eso sin contar la desorientación para alumnos y familias.
Sigamos. Nuevos protocolos, nuevas comisiones, nuevos proyectos, nuevas obligaciones, nuevas necesidades, nuevas exigencias etcétera. Escuela 2.0, aulas abiertas, aulas del futuro, proyectos de innovación, programas de mejora, etcétera, etcétera, etcétera. Casi todas sin remuneración, y la formación en horas no lectivas y por cuenta propia. Más burocracia, más dedicación, más trabajo.
Continuemos, ahora a pie de aula. Eres de Música o de Matemáticas, imaginemos Primaria y Secundaria, pero da igual, puedes impartir cualquier materia, en caso de necesidad o asumir obligaciones que no te son propias para cuadrar los horarios y atender a un alumnado que por culpa de los recortes ni llega ni llegará, y total para dos cursos y una materia pues te la preparas en tu casa. Por ejemplo, como me ha llegado el caso, tener que impartir portugués sin tener idea de portugués, porque si cuela, coló.
Un poquito más a pie de aula, especialmente infantil y primaria. Abre el colegio porque no tienes conserje, cierra el colegio por el mismo motivo, enciende la caldera, unas horas antes de que lleguen los alumnos, apaga la caldera. Cambia el rollo del papel higiénico, compra mascarillas, desinfecta el material, coloca el mobiliario, cura las heridas, hasta en algún caso asea o cambia al alumno. Esto sólo son unas poquitas.
Llegan matriculaciones, becas, ayudas, etcétera. Rellena la documentación y atiende a las familias y/o alumnos porque no tienes administrativo. Más madera, que diría Groucho Marx.
Además de todo lo anterior, haz lo de siempre, prepara tus clases, prepara material, corrige, quédate por las tardes a echar un ojo a los alumnos de Actividades Complementarias, atiende a padres, haz el acta de la reunión, adapta la programación a lo hablado, recoge las actividades de mejora, etcétera.
No he acabado. Eso si tienes la suerte que no haya confinados por aulas o individualmente y tengas que dar clases online y presenciales. Si eres especialista con una tutoría, ya muérete.
Bueno, pues aun así, seguimos con el mismo sueldo, congelaciones, pérdidas de poder adquisitivo, y sin estatuto ni carrera profesional.
Lo dicho, que buenos vasallos, si tuviéramos buen señor.
Satur Acosta