Música por el Tajo. 50 años sin nuestro río.

La tribuna

De realidades y simbolismos

2 diciembre, 2021 06:22

Hace unos días la prensa local nos ha informado sobre la nueva iluminación de las fuentes situadas en la mediana en pendiente de la calle que separa el Parque de la Vega y el entorno de la Puerta Vieja de Bisagra o de Alfonso VI. El efecto conseguido es verdaderamente precioso. El vertido en cascada entre ellas y el surtidor en el centro de cada una de las pilas de granito berroqueño logra con la iluminación un bello impacto visual que completa del todo el atractivo de este hermoso paraje de la muralla que media entre estas dos puertas históricas de acceso a la ciudad.

Se nos dice en la reseña periodística que es un “monumento dedicado a las Tres Culturas” y hasta se llega a afirmar que precisamente siete, el número de fuentes por las que discurre el agua, es el mismo número de brazos del candelabro de la Menorá hebrea.

Confieso que jamás había tenido noticia de que tan significativa coincidencia hubiera servido para calificar este simbólico alarde hidráulico como exclusivo homenaje monumental a la cultura judía, cosa que por lo demás habría ido en injusto detrimento de las otras dos culturas del trío.

Tal vez el posible error radique en el hecho de que por aquellas ya lejanas fechas de su construcción tenía también lugar en Toledo, en los primeros días del mes de octubre de 1983, la celebración del II Congreso Internacional de Encuentro entre las Tres Culturas.

Sin embargo, bien sabía yo que no era esa la motivación. Concerté un buen día de aquel tiempo una cita con el entonces concejal, mi buen amigo y, después de unos pocos años también colega de Corporación, don Antonio Sánchez Martín-Macho, a la sazón delegado de Obras y Servicios del Ayuntamiento que presidía en aquella legislatura ese excelente alcalde de Toledo que fue don Joaquín Sánchez-Garrido.

A modo de amistosa colaboración me pedía don Antonio que le diese alguna idea para embellecer dignamente, de alguna forma algo original, aquel tramo de lo que todavía era, más que vía urbana, casi carretera.

A decir verdad, me ponía las cosas en bandeja: tan indignado como obsesionado por el infame desprecio que venía sufriendo nuestro Río Tajo –y por lo mismo la propia ciudad de Toledo–, no podía recibir mejor encargo para renovar y actualizar una vez más, y ahora con tan inesperado motivo, mi vieja lucha reivindicativa a favor de la integridad de nuestra principal seña de identidad histórica.

Buscando elementos simbólicos que pudieran hacer referencia a nuestro maltratado Río, se me ocurrió que aquella pendiente de la mediana entre las dos calzadas –también casi entre los dos puentes históricos, Alcántara y San Martín– podría “ser” el propio cauce de sus aguas tan malheridas.

Y… ¿cómo? Tampoco era un ejercicio de exaltada imaginación: el salto de agua de unas pilas a otras “era” el salto, aunque no de todas, de las siete principales presas o azudes, entre Safont y Rio Chico (Artificio de Juanelo, Saelices, La Alcurnia, Santa Ana y Azumel). Para cualquier amante de Toledo y conocedor de su historia no era difícil poder imaginar que en aquellos remansos y saltos de agua podría elevarse –como los surtidores de agua iluminados– el recuerdo a los pescadores, a los molinos de harina o a los primeros intentos históricos de generar energía hidroeléctrica para la ciudad. Eran retazos de la memoria de aquel río –hoy expoliado y arruinado– que por aquel entonces todavía tenía y daba vida. El Tajo, en su realidad y en sus leyendas, había sido columna vertebral de todas las generaciones, de todas las culturas y religiones que vivieron durante siglos en sus orillas. De todas y de ninguna en exclusivo.  

Pero puestos a encontrar simbolismos había otro no menos sugestivo. Lo rescaté unos años después, 2002, en el capítulo “Barquitos en el Tajo” de mi novela histórica “Sólo navegaron sus sueños”. Aquellos siete pilones, perfectamente tallados en roca granítica, cuya forma ovalada era necesario que se asemejara a pequeñas barcas fluviales, bien podrían simular otras tantas verdaderas y reales. Habrían sido las destinadas a ser utilizadas en esa otra gran iniciativa frustrada –una más, la de navegación del Tajo entre Toledo y Lisboa proyectada por el ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli y auspiciada por el propio Rey Felipe II– y que llegaron a estar disponibles para emprender su rumbo atlántico, “construidas en un taller, cerca de los molinos de Azumel”.

Realidad y simbolismo se enfrentaban a un problema de dimensiones y medidas que debía ser resuelto por los buenos oficios de canteros y carpinteros de ribera. De su buena resolución dependía el proyecto de navegabilidad del Tajo. Unos, los del simbolismo, deberían labrar y tallar el granito, de manera que la anchura de los pilones no excediera la estricta dimensión de la mediana. Otros, los de la realidad, seguro que trabajando sobre las maderadas que los gancheros les trasportaban desde la serranía de Cuenca, habrían de calcular la exacta medida entre proa y popa de las barcas para que su reducido tamaño no perjudicara la ganancia del transporte de los fletes que deberían alcanzar el lisboeta Mar da Palha.

Pero a la delegación municipal del Concejal don Antonio también pertenecía el mantenimiento de los parques y jardines de la ciudad. Era momento y ocasión de aprovechar la consulta anterior para formularme otra. Ahora sí, el asunto de las tan traídas, llevadas y hasta manoseadas Tres Culturas de por medio, se trataba al parecer de buscar también alguna simbología que viniera a representar la convivencia –o simple coexistencia de a trancas y barrancas– que durante siglos habían mantenido en nuestra ciudad las tres religiones.

El simbolismo elegido recaía lógicamente sobre los árboles y el lugar para su exaltación habría de ser también, con muy poco margen de distancia, el mismo en el que se habían situado las fuentes en cascada ahora iluminadas. La elección de especies a recomendar tampoco requería demasiada ciencia botánica ni podría ofrecer muchas dudas. Candidatos seguros, olivo, ciprés, palmera y cedro eran los árboles más representativos y característicos de la flora forestal arbórea extendida desde el centro hasta la parte más oriental de la cuenca mediterránea en la que habían tenido su ancestral asiento secular las tres religiones monoteístas.

En la inmediata rotonda de La Reconquista, sobre una base de césped, ya se habían adelantado los pinos piñoneros. Allí habrían podido plantarse un ejemplar de cada una de las especies. La simbología en aquel lugar ya llegaba tarde. Pero si se tratara de simbolizar con la presencia de árboles las Tres Culturas, tan solo uno por cada una de ellas, quizá fuera el cedro el peor parado en la elección.

En realidad, excepto la alineación de palmeras que se plantaron en la propia mediana desde el final de las fuentes, por distintas razones y si mal no recuerdo se terminó por prescindir de la plantación de los tres ejemplares emblemáticos. Sin embargo, en la consulta que se me hacía no quise renunciar al simbolismo que la vegetación, de alguna otra forma, podría aportar como modesto homenaje al encuentro del “tresculturismo” con el que se pretendía incorporar una más de la señas de identidad de nuestra ciudad, aunque la principal de ellas, la de nuestro Río Tajo, ya la diéramos por perdida.

Fue así como se me ocurrió la idea de hacer un diseño, a modo de muy elemental boceto. En una masa vegetal arbustiva, de plantación única, se entrelazaban de una determinada forma sugestiva los símbolos de las tres religiones: la media luna islámica, la estrella de David judía y la cruz cristiana. Lamento no haber encontrado el dibujo, pero sí recuerdo que hasta indicaba las varias especies de las que habría que elegir tres para ser plantadas. Las únicas condiciones eran que tuvieran un desarrollo vegetativo parecido, que se pudieran diferenciar bien por el distinto color de su follaje y que fueran aptas para la poda y recorte de formas topiarias de perfil bien definido. Esas condiciones las cumplían, entre otras especies, el romero, el boj, el evónimo, la santolina y el cerastium.

La plantación llegó a realizarse. No tuvo, sin embargo, larga vida. Quizá por falta de riego, por alguna dificultad de mantenimiento o, no quiero pensarlo, por algún acto vandálico de intolerancia, el único símbolo que ha permanecido hasta nuestros días ha sido la cruz cristiana. Todo una significativa metáfora.

En esta ciudad nuestra en la que realidades y simbolismos van tan de la mano como la historia y la leyenda sucede que a veces hay cosas que es necesario contar. Para que no se pierdan ni la una ni la otra. 

Post data:

La Real Fundación de Toledo ha tomado la valerosa iniciativa de conmemorar –cuesta trabajo decir celebrar– el cincuentenario de la proclamación oficial del Certificado de Defunción del Río. Era aquel texto, tan lúgubre como escueto, del Bando municipal del 23 de Junio de1972 por el que quedaban prohibidos los baños.

Si hacía muchos años que ya habían pasado los tiempos gloriosos en los que el Tajo a su paso por Toledo había suscitado ingeniosas imágenes literarias y hasta hermosos poemarios de rendida admiración por lo limpio, caudaloso y transparente de sus aguas y por lo delicioso de sus riberas, (Garcilaso, Cervantes, Góngora, Lope de Vega, Baltasar Elisio de Medinilla…), este Bando del Alcalde toledano de la época, ¡quién lo habría de pensar al cabo de tanto tiempo!, dejaba abierta la puerta, tristemente de par en par, para dar rienda suelta a ejercicios entre protesta y nostalgia.

Después de cincuenta años, una nueva pléyade de músicos y poetas de Toledo, cada cual a su manera, cada cual con su sentimiento de un bien perdido, habría de poner pauta musical a un himno obituario. Sería ese “Música por el Tajo” que la Real Fundación de Toledo enarbola ahora como banderín de enganche, de indignación cívica, para convocar a todo el pueblo toledano en defensa de ¡NUESTRO RÍO TAJO!

Ricardo Sánchez Candelas

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