Me resulta extraño y difícil comprender la necesidad de contar historias que sentimos los seres humanos. Se contaban en el "ayer" sentados frente al fuego, y se cuentan en el "hoy" sentados frente al móvil. De modo que no hay cosa más manoseada que la historia: comienza en las familias, y termina en los Estados y Naciones, pasando por tribus, clanes, pueblos y regiones. Por tanto, ¿hasta qué punto resulta fiable la historia como argumento en cualquier tipo de controversia o cuestión?
Quizá la más lógica de las respuestas debería provenir del ámbito académico: solo la historia que se escribe desde el análisis y la investigación, avalada por su ajuste al método historiográfico, podría presentar el marchamo de un sello de calidad. Todo lo demás convendría "cogerlo" con el máximo de cuidado y la más seria precaución, dado que, con la realidad tecnológica actual, hoy se puede "construir" cualquier historia en pocas horas y difundirla a nivel mundial. La historia no cotejada, sin comprobación de fuentes, se ha convertido así en un arma arrojadiza de desinformación muy difícil de controlar.
¿Significa eso que el recurso a la historia como método de apoyo y divulgación ha dejado de tener fiabilidad? Pregunta cuya respuesta podría construir un oxímoron: ¡Tal vez sí, pero no! Esto es, si el interesado es de los que usan la historia como aval o refuerzo de sus argumentos, evidentemente respondería que no, que precisamente los avatares de la historia, o de un momento histórico concreto, se vienen a conocer más a través de la ficción que puede crear una novela histórica, por ejemplo, que a través de los sesudos textos de cualquier catedrático historiador. Todo ello matizado casi con seguridad por aquel matiz de que "siempre que se guarde la debida fidelidad al momento histórico".
Pero quién define la fidelidad al hecho histórico, si ya hemos argumentado que la historia quizá sea la disciplina académica más dúctil y maleable de cuantas componen el currículo académico: percibe igual, por ejemplo, la Guerra Civil, ¿un hispanista foráneo, que un exiliado republicano o un convencido defensor de los valores del Alzamiento? ¿Lo hace igual, refiriéndonos a un caso más actual, un irredento defensor del independentismo catalán, que un nacionalista español?
Creo que la respuesta es obvia, pese a saber que con ello me sitúo en el blanco de la fácil y ramplona crítica: "Historia no hay más que una, la verdadera" —podrían argumentar—. Craso error: porque la historia es aquella que nos transmiten y se quiere creer. Porque ¿cuál es la verdadera historia? La que cuenta el exiliado y/o represaliado republicano, o la que cuenta el perseguido y al final triunfante seguidor del bando nacional: distintas versiones para unos mismos hechos.
Así que convencido ando de que la cuestión del uso de la historia como apoyo a los argumentos tendrá más o menos valor según el tipo de relato que se quiera pergeñar. No es lo mismo tramar una novela de ficción histórica, que escribir un ensayo para tratar de desmontar con el recurso de la historia el nacionalismo catalán.
Reconozco que yo soy una de esas personas que me gusta utilizar la historia como refuerzo o apoyo argumental. Llegué a esa convicción a través de los conceptos teóricos de la educación ambiental: la posibilidad de la recuperación de la historia, tantas veces perdida, en la recuperación de la vida. Comprender la historia como un encadenamiento de historias circular que permite dar cuenta de la complejidad del momento presente. La historia, entendida así, se configura como un elemento esencial, como una herramienta educativa del mayor nivel dentro de la educación ambiental.
Y así fue como incorporé el recurso historicista a mi forma de hacer; de eso hace más de treinta años. De modo que sigo manteniendo la convicción personal, retornando a la pregunta inicial de si el recurso a la historia ha dejado de tener fiabilidad, de que no solo no lo ha hecho, sino que se ve reforzado con la múltiple interpretación del hecho histórico y la universal difusión que posibilitan las nuevas tecnologías. Solo desde la confrontación y el disenso es posible llegar a la interpretación adecuada que posibilite un consenso sobre el problema a tratar. Y la historia se configura en ello como una parte esencial. La fundamental, no obstante, sigue siendo la capacidad de alcanzar un diálogo franco y la voluntad de entenderse para alcanzar una solución.
Mariano Velasco