El término economía circular se está popularizando rápidamente. Se refiere a aquellos procesos económicos donde los residuos de una actividad se convierten en materia prima de otra. Conseguimos así eliminar el desecho inútil reduciendo el progresivo desgaste de las fuentes originales de materias primas.
Un buen ejemplo de economía circular es el complemento entre agricultura y ganadería tradicional. El cultivo de cereales genera un residuo (la paja) que sirve de alimento a la ganadería. Por otro lado, las reses bien alimentadas producen un residuo orgánico que se utiliza para abonar los campos y favorecen así el crecimiento de nuevos cultivos. Esto que es muy visible en el ejemplo resulta algo más complicado habitualmente porque resulta mucho más fácil obtener materia prima original y abandonar los residuos sobrantes.
La economía circular se diferencia de la economía tradicional por la atención a la gestión de los residuos, aceptando el reto de convertirlos en materias primas. Resulta mucho más elegante hablar de economía circular que de gestión de residuos, pero en el fondo hablamos casi de lo mismo. Esto abre el foco de la actividad económica, superando la tensión oferta-demanda de un lineal de supermercado, y mira más allá, incluyendo en la ecuación el proceso de generación del producto y el efecto de su consumo (sus despojos). Pensar no solo en el mercado de la venta de madera para barbacoas, sino incluir en el argumento la sostenibilidad del bosque y el uso potencial del humo y la ceniza.
Por tanto, la economía circular es un concepto muy interesante que merece un atento seguimiento.
Existe otra perspectiva de circularidad económica introducida por la globalización y que también debería preocuparnos: la circularidad geográfica. Porque toda economía es circular, en el sentido de que el mal uso de los recursos materiales se acaba pagando, el problema es dónde.
Hace cien años los países se consideraban más ricos si eran autónomos. La búsqueda de la autarquía era el objetivo de la política económica. Hoy, sin embargo, el ranking económico de los países se mide por la capacidad de producción de bienes y servicios, aunque eso suponga un gran trasiego internacional de productos y de dinero. La distancia geográfica de un proceso económico es de dimensión global. La tecnología, los alimentos, la ropa, los vehículos, el papel, los servicios digitales, hasta los adornos de navidad… la probabilidad de que hayan sido elaborados, cultivados, fabricados, totalmente o en parte, a miles de kilómetros fuera de nuestras fronteras es altísima.
Eso tiene dos efectos circulares. El primero es económico: la probabilidad de que un euro gastado lejos de nuestra tierra vuelva a nosotros, es mucho más baja que si se queda a pocos kilómetros. La distancia impacta poco en el precio (por el bajo coste del transporte y la ausencia de aranceles) y al generalizarse empobrece lo local, porque el euro que gasto en algo que viene de lejos es mucho más difícil que vuelva a mí. El dinero se marchará lejos y se gastará lejos. Además, se favorece a que el talento se vaya hacia los centros de decisión.
El segundo efecto es ecológico: la distancia entre los que deciden mal-usar los recursos y los que sufren las consecuencias hacen muy difícil reaccionar y buscar soluciones. No solo los recursos naturales, también los humanos. La elaboración de una prenda en España tiene un coste laboral mucho mayor que en Tailandia, y la diferencia no está solo en el nivel de vida, sino más bien en el nivel de garantías en el trabajo.
La economía circular tiene mucho fondo y nos pone delante de retos importantes que no podemos ignorar.
Grupo Areópago