El Jueves Santo, día del Amor Fraterno, la Iglesia recuerda el lavatorio de los pies, una escena impresionante que recoge tres gestos que son el amor, el servicio y el perdón. Cuando leo la escena me imagino a los apóstoles que se quedarían atónitos cuando Jesús se arrodilló y se puso a hacer este gesto que estaba reservado a los siervos. El Papa Francisco, en la homilía del Jueves Santo de 2015, señala que “Jesús nos tiene tanto amor que se ha convertido en un esclavo para servirnos, para sanarnos, para limpiarnos”.
En el lavatorio de los pies queda muy clara la misión de la Iglesia en el mundo: servir. Nuestra misión es el amor, que se puede manifestar de diferentes formas en nuestra vida, y una de ellas el servicio a los demás, especialmente a los más necesitados, porque en el pobre está Cristo. ¡Nunca lo olvidemos!
“Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?” Mateo 25, 31-46.
Cristo está en Julia, una madre con tres hijos que ha sufrido malos tratos por su marido; en José, colombiano, que huye de su país porque está perseguido; en Sara, la mujer que se ve obligada a abortar; en la familia de Martín, que vive en una vivienda infrahumana; en Carlos, la persona sin hogar que se ha quedado sin casa porque nadie de su familia le quiere acoger o no tiene a nadie porque es nadie para el mundo; en Manu, joven que ha caído en las drogas y roba a sus padres para conseguir la heroína; en el abuelo que está solo; en Mayka, joven alcohólico que no puede volver a casa y rehabilitarse porque su madre también es alcohólica; en Asira, mujer que por defender en su país la igualdad entre hombres y mujeres se ve obligada a salir y ahora es amenazada, no solo ella, sino también su familia que está en ese país; en la familia de Pedro que no sabe si cenarán hoy; en Pepe, padre de familia que se ha quedado sin trabajo y no sabe cuál es su futuro; en Sandra, enferma de cáncer que sufre; en Nico, joven de 17 años que hoy está triste y no sabemos qué le ocurre; en el que está solo; en Tomás, el que está acosado; en Sandra, que no tiene con quién hablar; en Amaliam que ha perdido toda esperanza… En todos ellos está Cristo, y a todos ellos los tenemos que amar, y amar es servir.
Por lo tanto, ese lavatorio no solo se celebra el Jueves Santo, sino que se recuerda en nuestro día a día, en el servicio a los demás. En Cáritas lo sabemos bien. Esa es nuestra misión: SERVIR. Cada día trabajadores, voluntarios, sacerdotes celebran ese Jueves Santo, porque cada día es un día de servicio, un día de entrega y de AMOR sin límites. Y ese servicio sin límites se da en cada momento, porque allí donde nadie quiere estar está Cáritas.
En estos años de pandemia y ahora con la crisis de Ucrania lo estamos viendo; es como se actualiza. Hay tantos gestos anónimos y escondidos que reflejan ese amor y ese servicio; cuántos gestos de ayuda, de inclinarse por los demás, de entregarse de diversas maneras. El lavatorio de los pies de hoy en el siglo XXI se traduce en el servicio a los demás. El lavatorio de los pies, esa gran lección de servicio.
«Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13, 15)
Jesús demuestra que no vino a ser servido sino a servir, y lo hace con el ejemplo de su vida, que se convierte en testimonio de vida y modelo para todos los cristianos. Dios se pone al servicio del hombre. Y nos dijo cómo. Lo explicó de la mejor manera posible, con el ejemplo, con su muerte.
El servicio es también inclinarse hacia el otro. Jesús no tuvo reparo en inclinarse a lavar los pies. Se agachó, se arrodilló y con humildad lavó los pies. El servicio requiere humildad y es también sacrificio. Servir no es fácil, eso lo sabemos y supone muchas renuncias, pero también muchas satisfacciones. Servir es estar disponible y acoger con gratitud y alegría los servicios que también otros hacen por nosotros. Es dar, pero es también recibir.
En el servicio nos volvemos pequeños, nos volvemos más pobres, más sencillos, más iguales.
El servicio es salir de nosotros mismos; abandonar nuestro egoísmo, y dejar paso al prójimo; y como dice la canción: amar es entregarse, olvidándose de sí.
El servicio es perdonar. Jesús lavó los pies a sus discípulos incluso al que sabía que lo iba a entregar, a Judas Iscariote. Humanamente es muy difícil ese perdón. ¿O no? Yo muchas veces lo pienso, sabiendo lo que iba a hacer le perdona. ¡Puede haber acaso mayor ejemplo del perdón, inclinarnos a lavar los pies a aquel amigo que decide entregarnos!
¡Servir!, una palabra clave del Evangelio. Y en el Evangelio de la vida también tiene que serlo.
En la Santa Misa In Coena Domini, del papa Francisco, en el Centro Penitenciario de Velletri, Roma (Jueves Santo, 18 de abril de 2019) manifestó: “Esta es la regla de Jesús y la regla del Evangelio: la regla del servicio, no del dominio, de hacer el mal, de humillar a otros. ¡Servicio! Una vez, cuando los apóstoles discutían entre ellos sobre “quién es más importante entre nosotros”, Jesús tomó a un niño y dijo: “El niño”. Si vuestro corazón no es el corazón de un niño, no seréis mis discípulos”. Corazón de niño, sencillo, humilde pero servidor. Y añade algo interesante que podemos vincular con este gesto de hoy. Dice: “Tened cuidado: los líderes de las naciones dominan, pero entre vosotros no debe ser así. El más grande debe servir al más pequeño. El que se siente más grande debe ser servidor”. También todos nosotros debemos ser servidores.
Mónica Moreno Alonso. Presidenta de Cáritas Regional de Castilla-La Mancha