Por todos es sabido que estamos en la era digital. Hoy en día, no podemos concebir un mundo sin vernos inmersos en las nuevas tecnologías. Es obvio el avance que se ha demostrado y la gran utilidad de la que podemos servirnos, siempre como un medio para nuestro trabajo, pero nunca como un fin en sí mismo.
También los docentes nos servimos de estos medios para nuestra labor; sin duda es una gran ayuda a la hora de evaluar, programar y para el desarrollo de nuestras clases: por ejemplo, las pizarras digitales, las tablets, chromebooks, múltiples aplicaciones educativas son muy útiles, prácticas y motivadoras para nuestros alumnos.
El docente cristiano tiene la obligación de conocer y servirse de dichas tecnologías, pero siendo muy consciente que está demostrado que pueden perjudicar el desarrollo cognitivo y alguna capacidad de aprendizaje si no hacemos buen uso de ellas y se emplean excesivamente.
Así lo comenta Marian Rojas Estapé, psiquiatra de renombre: “Hay que educar offline sobre todo a nivel emocional y social, la comunicación cara a cara es el mejor medio de aprender a leer las emociones del otro. Es importante la inteligencia emocional pero la pantalla es la peor educadora para lograrla, frena la capacidad de expresar lo que uno siente mirando a los ojos y no al teclado o la pantalla. Eduquemos a los niños para que sean capaces de paladear la vida, las emociones y las relaciones personales de tú a tú, mirando a los ojos de la persona que tienen enfrente. No se trata de negar la tecnología sino de saber introducirla de forma sensata y escalonada en la vida de los niños y adolescentes, enseñándoles a ellos mismos a controlar el acceso a las aplicaciones y a los contenidos, si educamos para conectar con la realidad, las emociones de las personas y la naturaleza, estaremos preparados para adentrarnos, paso a paso, en el mundo digital”.
Igualmente, el conocido predicador italiano capuchino de la casa pontificia, Raniero Cantalamessa, en su tercera predicación del Adviento de 2022 sobre las virtudes, teologales comentaba acerca de la inteligencia artificial: “Estamos trabajando en una computadora que piensa pero, ¿podemos imaginar una computadora que ama, que se conmueve con nuestras penas y se regocija con nuestras alegrías? Podemos concebir una inteligencia artificial pero ¿podemos concebir un amor artificial?”.
Por tanto, el profesor cristiano debería saber introducir las nuevas tecnologías en su labor docente pero no debería perder su verdadera razón de ser, su identidad cristiana. Para ello consideramos tres claves:
El maestro cristiano es Testigo del amor de Dios. “Ha conocido el amor que Dios le tiene y ha creído en él” (1 Jn 4, 16), un amor que procurará tener también con sus alumnos, aquellos que Dios ha puesto providencialmente en sus manos, cuidando la mirada personal, las palabras, y sobre todo, siendo reflejo del amor de Dios. Como bien decía Cantalamessa, ese amor personal no puede ser nunca remplazado por una máquina, un ordenador que carece de caridad, de alma, de entusiasmo, de fuerza en sus palabras.
El docente cristiano es igualmente apóstol de Jesucristo. Todo cristiano por medio del bautismo y la confirmación se compromete a ser apóstol, es decir, a transmitir con fuerza y vitalidad, movido por el Espíritu Santo, el Evangelio, la buena noticia. Un docente puede impartir la materia que le corresponda impregnándola de un sentido cristiano, a veces de manera implícita, pero siempre teniendo presente el mensaje de Cristo. En ese apostolado, se preocupará de cada alumno entregando la vida por él y sacrificándose para que pueda conocer a Cristo, camino, verdad y vida.
Finalmente el profesor cristiano estará en comunión con la Iglesia y su magisterio, de ahí que tenga obligación de transmitir con sus palabras y obras el mensaje cristiano conociendo la doctrina católica y siendo cauce por el cual se den a conocer las enseñanzas de nuestra Iglesia, madre y maestra. No sería admisible, por tanto, que expresara opiniones subjetivas que estén al margen de dichas enseñanzas.
Además, tendrá la grave responsabilidad de ser voz de la iglesia en medio de nuestro mundo, como dice el Decreto Conciliar Apostolicam Actuositatem: “Es obligación de los cristianos y toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios”.
El maestro cristiano, en definitiva, pondrá el acento en el trato personal con cada alumno, único e irrepetible, procurando ver en sus discípulos “alter Christus”, otros Cristos y, como buen profesional competente, procurará servirse de la herramienta digital también para la evangelización disfrutando de los múltiples recursos que ofrecen y que facilitan su labor. Pero, como hemos dicho, sin perder nuestra identidad y para la cual nos hemos hecho docentes: ser testigos del amor de Dios, verdaderos apóstoles en nuestras aulas para la edificación de la Iglesia en medio del mundo que nos ha tocado vivir: esta era digital, en la que la tecnología debe estar siempre al servicio de la persona.
Quisiera concluir con unas palabras de Benedicto XVI que dirigía a los docentes en Madrid con motivo de la JMJ: “Os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza.”
Carlos Sancho Zamora
Maestro y miembro del Grupo Agaliense