Feminismo radical frente a radicales que se dicen feministas
El feminismo, como movimiento político y social tal como lo entendemos, tiene su germen en los movimientos de lucha por la igualdad de trato entre hombres y mujeres que surgen en la Francia revolucionaria del siglo XVIII.
Si bien el término es posterior, y surge con un carácter puramente peyorativo achacando el riesgo de feminizarse a los varones que también defendían la igualdad, ha sido con este vocablo con el que el movimiento ha llegado hasta nuestros días.
Siempre digo que no puede hablarse de feminismo como tal, sino más bien de feminismos, pues como en todo movimiento de origen social, político o económico que pretende remover los cimientos estructurales de la sociedad, existen divergencias de pensamiento y disensiones -a veces ostentosas- en la forma de ver aquello que debe ser cambiado como prioridad para llegar a la raíz del problema.
Con el paso de los años, según la mujer ha ido conquistando derechos, nos hemos encontrado, de hecho, con la asociación del feminismo con otros movimientos y activismos sociales que han dado origen, entre otros, al feminismo antirracista o al ecofeminismo. Algunas de estas corrientes engloban a otras, o entroncan en algunas de sus características con otras que van más allá del deseo de seguir conquistando avances en la igualdad de mujeres y hombres, y que tienen poco que ver entre sí.
Una de las corrientes del feminismo más conocidas es la del feminismo radical, que sostiene que la raíz de la desigualdad social es el patriarcado, el sistema histórico de opresión del hombre sobre la mujer. Desde esta corriente se sostiene que las diferencias de trato surgen “desde la cuna” en función del sexo; es radical, por lo tanto, porque se propone buscar la raíz de la dominación y las diferencias.
Frente a él, estos últimos años surgen grupos feministas que se autodenominan radicales no por el fondo, muchas veces alejado de cualquier análisis profundo sobre lo que dicen defender, sino por sus formas intempestivas; formas que más que ayudar perjudican a las feministas que sí lo somos, y que entendemos que las confrontaciones ideológicas dentro y fuera del feminismo deben hacerse siempre desde el máximo respeto para que sean no solo oídas, sino escuchadas.
¿De qué nos sirven cánticos que impelen a la madre de un señor a abortar, o que lamentan que no lo hiciera en su momento, como escuchábamos hace unos días en las manifestaciones del 8M, para que las formas de hacer política y de manejar la economía empiecen a tomarnos en serio como personas con los mismos derechos y capacidades que los varones en el día a día y al margen de lo que ya nos reconocen las leyes?
¿De qué nos sirve que algunos cargos institucionales excusen comportamientos irrespetuosos y dañinos, vengan de quien vengan, si cuando nos manifestamos lo hacemos para pedir respeto?
Cuando la mirada y el compromiso son auténticos, no hace falta caer en lo burdo ni en lo absurdo; lo necesario es buscar caminos para orientarse en las prácticas políticas, de vida y de pensamiento, que acrecienten la libertad de las mujeres que ya somos unas privilegiadas, pero sobre todo la de esas otras mujeres para quienes la igualdad sigue siendo una utopía.
El camino del feminismo es un camino de respeto, de libertad y de igualdad para hombres y mujeres. No queremos que se hable en nuestro nombre para defendernos, pero no necesitamos atacar ni excluir, porque al igual que tejemos redes de sororidad, debemos ovillar hilos de sensatez en medio de tanta destrucción de cuerpos, de vidas, de relaciones, de pensamiento, de paz y de sentido común.
Diana López. Diputada del Grupo Socialista en las Cortes de Castilla-La Mancha