Cruz Galdón

Cruz Galdón

La tribuna

No está en lo que vivimos, sino en lo que sentimos

5 abril, 2023 07:35

Se perfilan unos días para vivir plenamente, al menos en apariencia. Unos, en familia, regresarán a sus pueblos y lugares de origen con gustillos de siempre que solo se saben en la casa de uno, así como con pasiones que erizan el alma y la piel. Otros, haciendo una escapada a la playa o montaña que los alivie del estrés y demás humores. Bajo este escenario, en apariencia idílico, que nos aporta alegría para los sentidos y emociones, deseo detenerme en estas letras.

Y es que, muchas veces, tal y como destaco, estamos rodeados de un bienestar que pareciese nos da motivos suficientes para ser felices, pero lo que sentimos no es esa alegría por dentro o esos cascabeles que te mueven los pies. Y ¿por qué? Porque hay pensamientos dolorosos que martillean nuestro ser, dudas que nos nacen de lo más hondo y no nos abandonan, ni siquiera arrancadas a fuego lento, que no nos permiten ser felices en ese momento que lo tiene todo. Ya que nada de lo que somos nos deserta, por muy buenos motivos que existan para ello.

Y lo más agónico es que no nos damos cuenta de que también le sucede a los demás, a esos que nos acompañarán en el viaje de preciosas expectativas en mayor o menor medida. Pero esto no ocurre simplemente en momentos festivos, es innato al propio desarrollo diario. ¿Quién no ha visto a un compañero exitoso no estar pletórico por conseguir un reto estupendo o a una amiga no sentirse princesa por el amor que ha consolidado?

Y es que somos ese constante cambio que arrastra carros de historias inacabadas por imposibles o no enterradas. Nada se aparca para siempre, simplemente se silencia. Y ¡ay de los silencios! Terminan arrasándonos a gritos.

Hay amaneceres que se nos regalan como tribulaciones que cambian el día, sacrificando «ahoras» en pos de recuerdos que lo tiñen de oscuridad. Y es que, entre lo recordado por punzante y lo temido porque acontezca, son un veneno que no mata la alegría, pero la hiere lentamente.

Y eso, no lo podemos negar, está en nosotros, en nuestro ser más íntimo y menos compartido, incluso nada aceptado. Y como siempre nos gusta culpar al más cercano, este sentir lo achacamos a una frase inesperada del otro, un gesto despechado o una decisión que, por inoportuna, nos descoloca.

Y es que, nuestra felicidad no está sólo en nosotros ni el de enfrente, se halla en esta tela de araña en la que vivimos. Tela que se teje con hilos materiales y personales; lo que nos rodea es posiblemente maravilloso o suficiente para que seamos felices, pero lo que cohabita en nuestro interior no lo es. Somos también miedos, secuelas de duelos o nostalgias.

El corazón que tanto nos gusta nombrar, que cuidamos con esmero o como podemos, es imprevisible y, junto al alma, baila en tangos que desfilan y afilan nuestros sentimientos.

La línea entre la negación y la esperanza es tan fina que solo se percibe en la aceptación de las emociones propias y dejar ir. Es entonces cuando te liberas de esa ancla que no te permite sentir alegría cuando es proclive a sentirla.

Estar y sentir son dos verbos infinitos, conjugados por otros tan intensos como vivir y dejar vivir. O amar y ser amado. No sé cuál es el límite de cada uno para mí, cuánto menos para quienes forman parte de mi vida.

Es por todo ello que estar rodeado de razones para estar felices no es motivo suficiente para serlo realmente.

Porque la verdadera sensación de felicidad o bienestar, de alegría y esperanza no está en lo que vivimos, sino en lo que sentimos

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