Una magnolia convidada de piedra por un manojito de violetas universitarias que celebran el verano después de su primer curso en la Universidad. Cotorreando sin pudor de todos los temas que el azar o la necesidad de contar hacen que se pongan encima de la mesa, delante del cartón grasiento de la pizza que previamente ha sido engullida. Podemos decir que ese es el contexto que me lleva a escribir esta columna.

Ellas a sus 18 años son Preciosas, su sonrisa es aguanosa y sincera. Tienen el mundo por delante y serán la próxima generación de mujeres que cambien el rumbo de muchas cosas. Aunque aún no sean verdaderamente conscientes de ello.

Se afanan por estudiar y tener un futuro profesional en el que trabajar siendo completamente independientes, sintiéndose piezas claves de la sociedad. Y al mismo tiempo, es curioso cómo se preguntan llenas de dudas si alguien las querrá y tendrán su particular escena principesca. ¡Disney ha marcado a demasiadas generaciones! Porque soñar con el amor, así de primeras, no es perjudicial.

Creen que el amor es posible, pero a su vez son realistas, porque algunas de ellas también han mamado que existe el desamor y las rupturas. Lo que las hace mucho más pragmáticas en sus ensoñaciones.

Y es curioso ver que hay cosas que no cambian, pues como en cualquier otra generación anterior, tienen dudas sobre su futuro en todos los ámbitos. Pero hay algo que las diferencia, y es el hecho de que ellas van a poder elegir y lo harán desde la cabeza y el corazón.

Se cuestionan si votar o no, o a quien votar. Y al margen de ideologías más o menos heredadas, son plenamente conscientes de que es un derecho cuyo logro costó demasiado esfuerzo y dolor a otras mujeres antes que ellas. Y se llaman así mismas importantes, porque saben que su recién estrenado voto tiene un valor decisivo. Preguntan sobre el proyecto de cada partido, improvisan justificaciones para elegir un partido y otro, y buscan un encuentro real con ideas que sean verdaderas y posibles.

Se saben autónomas y cultivan una inteligencia emocional que las hace concebirse parte las unas de las otras. Sin necesidad de nada más. Las violetas de esta columna no necesitan el beneplácito social pero sí precisan del apoyo de las otras. Y es que se dan importancia entre ellas, sin ser rivales, porque no compiten ni en belleza ni en posición ni en aceptación. Disfrutan, juegan a la vida entre sonrisas y lágrimas, entre retos y descalabros, pero siempre juntas.

Han entendido la fuerza de la unión, el dar valor al otro, así como apreciar el lugar del que provienen, sus familias y sus hogares. Hablan del colegio, su colegio como un lugar del que salieron hace mil años y fue casi antes de ayer. Porque el tiempo cuando eres joven es solo tiempo y no pasa deprisa, solo cuando llegan demasiado pronto los albores del día y estás bailando con tus amigas.

Son solo 18 años, vividos de diferente manera a como lo hicieron otras mujeres, la madurez y libertad que hoy poseen es brutal y les hace tener todavía más claro el camino por el que continuar aun llenas de dudas. Valoran sus vidas, admiran sus logros, esfuerzos y consejos de las personas en las que confían.

Adoran su espacio juntas, quieren el momento que les ha tocado vivir, ni antes ni después, son del 04 y lo repiten con orgullo. Y a las maduras del 72 nos hace reflexionar y dar gracias a la vida porque no lo hemos hecho nada mal y esta nueva generación viene pisando fuerte y con las botas puestas.

Si, son florecillas en un mundo que las puede tronchar, pero saben erguirse entre ellas y acudir al hombro de sus antecesoras. Se dicen amigas, pero son más que eso, son cómplices, son verdaderas, han crecido entre clases particulares, cuidadoras y mujeres que no han olvidado la importancia de sentirse madres y trabajadoras, haciendo mil filigranas para llegar a todo.

Este es mi homenaje a estas preciosas mujeres que tienen mucho que decir y hacer desde su maravillosa mayoría de edad.