Me perdí tu café, Carmen
Se marchó sin darme tiempo a tomar ese café pendiente doña Carmen Conde.
Hace menos de una semana conocí a su hija Pilar, quien de buena gana quiso llevar a su madre a la bonita presentación de Mírame, Palmira de la mano de Alba Rodríguez, directora general de Mayores, en la librería Hojablanca. Alba me ayudó a reunir a representantes del mundo de los mayores y mi gran amiga Esperanza Basarán me habló de su prima Pilar Sánchez Conde, gerente de la Fundación de Mayores. Por las condiciones climatológicas del día, Pilar no pudo llevar a su madre, pero sí me habló de ella y de la similitud que existía entre el personaje de Palmira y doña Carmen.
Ni que decir tiene que de sus palabras ya sentí admiración y unas ganas inmensas de tomar ese café cuya cita ya quedó plasmada en la dedicatoria del ejemplar para Carmen. Le dio tiempo a leer unas páginas, a tocarlo y a hacerlo suyo por las palabras de Pilar, pero esta humilde escritora se quedó con las ganas de conocer a una Palmira real. Y, aunque no pueda conocerte, Carmen, desde ahora comienzo a tutearte con afecto, y he de confesarte que un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando supe el domingo que te habías marchado. Es por ello por lo que he querido indagar sobre ti, dedicarte estas letras con el cariño que sé me hubieras dado si el tiempo me hubiera dejado mirarte.
Tus sobrinos dicen que no eras feminista y que siempre te sentiste orgullosa de ser mujer. Eso te hizo estar a gusto en el papel que decidiste vivir como hija, hermana, esposa, madre, tía, universitaria y gran abogada. Aún en los tiempos que te tocaron vivir, tratabas a los demás, hombres y mujeres, desde tu conciencia plena de igualdad, sin necesidad de enarbolar enfrentamientos ideológicos que considerabas una pérdida de tiempo. Porque lo que a ti te importaba era ser igual en derechos y ser mujer en todos tus cuerpos.
Me encanta eso de que fuiste fumadora, y que lo hacías donde y cuando querías en un tiempo en el que solo las mujeres de Hollywood se lo permitían. Mujer libre en esencia que no hacia otra cosa que vivir haciendo valer esa independencia.
Estudiaste la Licenciatura de Derecho en tiempos en los que para poder ir a la Universidad tenías que ir acompañada de una «dama de compañía», tu querida Socorrito, quien permaneció el resto de su vida junto a ti, y que, sin saber, imagino que unas veces ensimismada por lo escuchado y otras cazando moscas, aprovechó el tiempo a tu lado. Siempre pendiente de los demás, con esa fortaleza que te caracterizaba, con tu mano de hierro y guante de seda. Fiel, honesta y generosa.
Pero no te quedaste ahí, ejerciste la abogacía sin arredrarte ante intentos, muchas veces absurdos, de algunos compañeros que te temían cuando te enfundabas en tu toga con el arma del conocimiento pleno de la ley, una maravillosa inteligencia y algo más que tienen pocas personas, una bondad y actitud conciliadora que te hacían distinta. Me han contado que un togado se opuso a tu presencia en un acto de conciliación porque la LEC hablaba de la presencia de un «hombre bueno», y tú, evidentemente, vestías medias y zapatos de tacón.
Fuiste maestra de abogados sin guardarte nada en la chistera. Y los que supieron mirarte nunca han dejado de hacerlo. Defendiste muchos casos sin provisión de fondos, renunciando a honorarios, mujeres que desvalidas precisaban una voz que las defendiese. Y emocionante ha sido en tu despedida cuando una de ellas fue a darte el último adiós.
Dabas consejos a los letrados y letradas que me han dejado embobada y deseo compartirlos con tus palabras: «la importancia de la coherencia y orden en las demandas, los hechos no son fundamentos; no hay que mezclarlos, porque una demanda debe ser tan ilustrativa y cautivante para los jueces como una buena novela». «Los pleitos defiéndelos como propios y siéntelos como ajenos. Si no, perderás la objetividad, la oportunidad y hasta la salud».
No se nos puede olvidar que fuiste la primera mujer en colegiarte como abogada en España con solo veintiún años en 1953, en el Colegio de la Abogacía de Toledo. Y posteriormente, la primera decana mujer de un Colegio de Abogados. ¡Ay qué pena no haberte conocido!
Junto a todo lo dicho, fuiste una esposa y madre maravillosa, criticada por dejar a tus seis retoños en otras manos e irte a defender las causas perdidas de otras mujeres. Pero tú tenías para eso y mucho más, porque tu fuerza, tu ingenio, tus ganas de vivir y aprovechar la vida, han hecho que a tus 93 años te hayas ido con esa paz increíble que siempre te acompañó y con esa fe que ha movido montañas.
Me quedé sin ese café, pero ahora sé mucho más de ti que lo que esa tacita nos hubiera permitido por muy pequeños que fueran los sorbos. Y ese mirarte en la distancia me hace sentir que ser mujer y no morir en el intento, ya lo hicisteis vosotras y rompiendo barreras para conseguir derechos.
Ha sido un verdadero honor conocer parte de tu historia, me quedo con la miel en los labios y una gran admiración. Descansa en paz, alma buena.