Pedro Sánchez ha perdido el plebiscito del 9 de junio. Anoche ni salió a dar la cara. No gana elecciones. Gobierna sin victorias. Su falta de reparo a la hora de armar aritméticas parlamentarias, contra natura y como sea, le mantiene débilmente en el poder. Pero es verdad que ahí sigue, un día más con vida: un hilito de aliento al que se aferra fuertemente, derrotado sin derrotas. Lo que no te destruye, te hace más fuerte, y Sánchez sabe jugar sus malas cartas como nadie. Es un killer y un superviviente.
Pero es un hecho que pierde elecciones. Salvo Cataluña, y ya veremos eso cómo acaba, Sánchez lo ha perdido todo contra Alberto Núñez Feijóo: municipales, autonómicas, generales y europeas. Vota la gente y Sánchez cae fulminado. Lo que pasa es que las victorias del PP son escasas e insuficientes, como sin pegada ni armazón, de poca consistencia. Feijóo no termina de rematar. El mapa inmensamente azul de este domingo europeo en España se traduce en dos diputados y apenas cuatro puntos, y esto el sanchismo sólo sabe leerlo en clave de victoria socialista: derrota tras derrota, Sánchez seguirá tambaleante en el poder y ya veremos lo que va pasando.
Caso curioso es el de Castilla-La Mancha, que discrimina el voto como nadie. Una vieja sabiduría que observa, apunta y dispara en cada convocatoria electoral mirando muy bien la letra pequeña de las papeletas: la cita, el candidato, el momento y el contexto, cambiando los colores según vayan pidiendo el día y la circunstancia. Los castellano-manchegos se acercan a las urnas con un rotulador en una mano y el contrario en la otra, el mismo día y a la misma hora, y ese es un antiguo principio que sucedía ya con Pepe Bono y que vuelve ahora, corregido y aumentado, con Emiliano García-Page.
Por lo que sea, Page gana elecciones por mayoría absoluta en Castilla-La Mancha y Sánchez las pierde. Las siglas del PSOE son las mismas, pero hay un mecanismo invisible que dicta esta norma no escrita: Sánchez necesita a Page y sin Page el PSOE se viene abajo en Castilla-La Mancha, se desploma en las urnas, no engancha a la gente. Sucedió en las generales de julio de 2023 y ha vuelto a suceder ahora, ya por goleada, en las europeas, donde los socialistas han perdido por diez puntos (más del doble de la distancia nacional) y un derrumbe total de 14 puntos respecto al resultado de Page en las autonómicas de mayo de 2023, hace sólo un año.
Es decir, el sello personal de Page marca la diferencia. O tal vez sea Sánchez la clave de la distinción, por abajo. El PP gana más abultadamente en Castilla-La Mancha que en España, pero cuando el candidato es Page los castellano-manchegos dan la vuelta a la tortilla. Un par de datos son muy significativos: este domingo, 9 de junio, el PP cosechó el 41,46 por ciento de los votos frente al 31,67 del PSOE, es decir, una gran victoria, mientras en las autonómicas de mayo de 2023 el ganador fue el PSOE de Page con un 45,04 por ciento frente a un 33,65 del PP.
Un manantial de agua clara que se confirmó un mes y medio después en las generales del 23 de julio con Sánchez como candidato: los socialistas (o sea, el sanchismo) cayeron derrotados en la región con un 34,14 por ciento frente a un 38,96 por ciento del PP, casi cinco puntos de diferencia. La macroencuesta del PSOE en Castilla-La Mancha que publicó recientemente EL ESPAÑOL-EL DIGITAL CLM, con casi cinco mil entrevistas, va en esta misma dirección: los castellano-manchegos dicen sí a Page y no a Sánchez.
O sea, pensando en un plano futurible: no parece Page el que necesita recambio en su liderazgo. Si Sánchez tiene alguna tentación de quitársele del medio el año que viene en unas hipotéticas primarias, tal vez sea una idea regulera: ya se sabe que lo que funciona no se cambia. Tal vez al contrario sí, pero cada cual manda en su casa y ahí nadie tiene que meterse. Y en Ferraz, de momento, mandan Sánchez y Begoña. Por supuesto.