En fechas muy recientes hemos recibido los toledanos, todos los amantes de su cultura y de su inmensa riqueza patrimonial, una magnífica noticia. El gobierno municipal ha anunciado un programa de recuperación de cinco espacios de la ciudad que venían siendo víctimas de infrautilización y de un inveterado olvido, cuando no del más lamentable de los abandonos próximo a la ruina.
La propia Corporación Municipal y los más cualificados comentaristas de la prensa local ya se han encargado de poner de relieve lo muy meritorio de esta iniciativa y resaltar todos los aspectos positivos de la misma. Desde los referidos estrictamente a la restauración material de los propios y deteriorados edificios y de sus dependencias, hasta los de carácter de apariencia más inmaterial, pero si cabe más importantes, como son su significativa historia, su condición de bien cultural y, por supuesto, su revalorización como uno más, y de los más valiosos, de los elementos a incorporar a la oferta turística de la ciudad.
Así pues, en este artículo no me voy a ocupar de esas positivas consideraciones para detener mi atención en otros aspectos menos convencionales.
Referido a esos espacios trataré de su situación en la ciudad, de su pequeña historia de lo cotidiano y usos más o menos recientes, de su proyección literaria y también de ciertas vivencias y recuerdos , algunos de ellos muy personales y otros más o menos colectivos.
De los cinco espacios del plan de recuperación, tres son como los vértices de un triángulo imaginario formado por los Paseos de El Tránsito y San Cristóbal y la plaza del Conde de Fuensalida.
Hospital San Juan de Dios
El vértice más exterior a la trama urbana de la manzana del Barrio de La Judería, con ubicación casi inmediata al Paseo de El Tránsito, es el ocupado por el edificio del antiguo Hospital de San Juan de Dios. Su fundación remontada al siglo XVI, con función básicamente de beneficencia asistencial, consolidada después por la tenaz voluntad de humanismo reformista del Cardenal Lorenzana, llegó a nuestros días con otros usos entre los que destacó el de Maternidad Provincial.
Sin duda es éste el que más impronta ha dejado en el recuerdo reciente de varias generaciones de toledanos. Somos muchos los que, lamentando el abandono de estos últimos años, aún guardamos inolvidable memoria de las venerables galerías porticadas de su principal patio ajardinado con evónimos, lilos y celindas, las plantas más típicas de los patios conventuales toledanos, en compañía de macetones de aralias y aspidistras. Y por supuesto la hermosa azulejería cerámica de don Sebastián Aguado, presente en la ornamentación interior del edificio.
Motivos para la evocación de todo ello teníamos más que sobrados. Bajo los arcos de las enlosadas galerías, administrábamos lo mejor que podíamos, casi siempre con abuso del tabaco, la nerviosa espera de estrenarnos o repetir en la hermosa realidad de ser padres. El edificio de la Maternidad Provincial ya había quedado incorporado para siempre a nuestro álbum más entrañable de memoria imperecedera.
Y como la descripción de esos paisajes tan metidos en los sentimientos queda incompleta sin ponerle personajes, por allí nos aparecen algunos de los más icónicos de aquellos días. Quizá fuera el más representativo entre ellos el doctor don Arturo Relanzón Echevarría, director del Centro y jefe de Ginecología.
Don Arturo era tan decisiva persona en el razonable funcionamiento del centro, que dirigía con espíritu casi espartano, como eminente ginecólogo de cuya habilidad y experiencia siempre cabía esperar lo mejor de cualquier alumbramiento a la vida que saliera de sus manos.
Formaban trío con el insigne doctor la monja Sor Sagrario, la única persona con reaños suficientes capaz de plantar cara a don Arturo en las ocasiones en las que el galeno, de su propia cosecha, también daba a luz a un cierto genio irascible, cedido casi de inmediato a su carácter de afable bondad, una vez terminado el trance doloroso de la parturienta, quedando en empate técnico cualquier rifirrafe con la reverenda.
Y era Antoñita –tan solo su diminutivo era suficiente para resaltar su inmensa talla humana– la tercera persona de esta memorable terna. Su función de matrona, más allá de cualquier rutina de excelente profesional, la ejercía con tan admirable entrega que su ayuda y continua presencia junto a la inmediata madre gestante se prolongaba hasta el mismo momento en que la feliz pareja salía del edificio maternal con la criatura recién venida al mundo.
Pero al igual que otros espacios urbanos de los anunciados en esta proyectada recuperación, el antiguo Hospital de San Juan de Dios cuenta con inconfundible referencia como escenario del 'Ángel Guerra', la novela de Benito Pérez Galdós tan profundamente identificada con el Toledo finisecular del siglo XIX como lo fue su propio autor.
Tal vez inspirado en 'Las Siervas de María, Ministras de los enfermos', congregación de asistencia domiciliaria a enfermos fundada en 1851 por el sacerdote Miguel Martínez y Sanz y en la que fue su primera profesa y cofundadora Soledad Torres Acosta, se trataba en la ficción literaria del establecimiento de la Orden Las Hermanitas del Socorro, de entonces reciente llegada a la ciudad. Y era Leré, la heroína de la novela, el amor imposible de Ángel Guerra, la persona de presencia más frecuente en el centro hospitalario en inmediata y vehemente espera de profesar cuanto antes como religiosa de la Orden.
Delegación de Radio Nacional
Otro de los vértices de ese hipotético triángulo de la proyectada recuperación le situaríamos en el Paseo de San Cristóbal. El principal de sus edificios, cuyo más reciente uso ha sido el de Delegación de Radio Nacional de España, había sido la antigua iglesia de la que, totalmente derrumbada y arruinada en distintas catástrofes, sólo subsiste hoy su reconstruida y preciosa torre, basada sobre un antiguo alminar de mezquita y mudéjar en su parte superior.
Su emplazamiento, ya en el ámbito intermedio entre historia y leyenda, menos conocido como Montichel que como Paseo de San Cristóbal, era el mismo que había ocupado un alcázar palaciego, trágico escenario de la conocida e histórica Jornada del Foso.
Con origen en una terrible y sanguinaria venganza consumada en un banquete nocturno en tiempos de la dominación árabe, en aquella fatídica noche acabaron degollados centenares de nobles toledanos, cuyas cabezas fueron arrojadas en un foso preparado al efecto. Con el tiempo, tan infausto episodio, sobre todo en clave literaria, ganó el merecido nombre de la famosa 'Noche Toledana'.
Pero tampoco en este caso pasó desapercibido a la minuciosa observación de Galdós para dar vida literaria toledana a su 'Ángel Guerra' el breve espacio en pendiente que separa los dos paseos, San Cristóbal y El Tránsito. Habilitado hoy para tráfico de vehículos para acceder a la ciudad, hasta hace poco tiempo este desnivel se salvaba con una escalinata.
En ese lugar, en uno de los pasajes claves de la narración, don Benito describe la patética escena de la ruptura turbulenta del extinguido amor entre Guerra y su ex amante, Dulcenombre, la verdadera anti-heroína de la novela.
También en el entorno inmediato de este espacio a recuperar, en el propio paseo, se debe mencionar el Hospital sanatorio de Santa Lucía. Promovido en 1946, encargado su proyecto al arquitecto Rey de Viñas, fue derribado en 1984 para construir sobre su solar un bloque de viviendas particulares.
Resultaría macabro cualquier intento de relacionar la inmediata proximidad del depósito de cadáveres de fallecidos en este hospital con otra de las actividades que ocuparon este espacio. Consistió durante un cierto tiempo en un garaje en el que se alojaban los coches funerarios que prestaban tan triste servicio en la ciudad. Los había desde modestos carricoches pintarrajeados de negro hasta alguna aparatosa carroza de suntuosidad casi barroca posiblemente destinada al traslado de domicilio de algún ilustre personaje toledano.
Alamillos del Tránsito
El tercer vértice de esta zona en la que se nos anuncia este plan de recuperación es el situado en Alamillos del Tránsito. En el ámbito más culto de la ciudad se le conocía como el Granero de San Julián. Personalmente le recuerdo como un destartalado corralón, colindante con el Museo de El Greco, al que en cierta ocasión, hace ya mucho tiempo, tuve oportunidad de acceder para hacer un encargo doméstico de carpintería.
Y es que era ésta, entre otras, situada en una especie de porche situado al fondo del amplio solar, una de las actividades que ocuparon este espacio durante algunos años. Un vecino del barrio, no sé con qué grado de certeza que no me atreví a poner en duda, me comentó que esta tarea había sido retomada como autoempleo por un buen oficial de un muy prestigioso e inmediato establecimiento del ramo al llegar el momento del cese del negocio en este lugar. Se trataba, según este comentario, del célebre taller del maestro carpintero señor Santiago Cardeña, amigo y muy frecuente acompañante de don Gregorio Marañón en sus domingueros paseos toledanos por la calle de Santo Tomé.
Enfrente de la puerta del atrio porticado de la propia iglesia nos habríamos encontrado con la tienda del señor Oliva, que con merecida fama podía presumir de tener en sus escaparates las más primorosas labores de bordados de Oropesa y Lagartera, y que había tenido su primer asentamiento comercial en la Cuesta de la Feria, en la calle Chapinería.
Tampoco en este lugar habría de faltar a la cita la extensa narrativa toledanista de Pérez Galdós con su amigo Ángel Guerra. Era el mismo sitio que ocupara la fonda o Posada de Remenditos, junto a la calle de San Juan de Dios. Se trataba de un establecimiento mesonero del cual eran también propietarios los posaderos de la calle de la Sillería, tan mencionada en la novela como lugar de alojamiento de los Babel, la peculiar y estrambótica fauna, familia de Dulcenombre, a la vez que punto de comunicación para viajes entre Toledo y la comarca de La Sagra.
San Ildefonso
Pertenece también a este proyecto de recuperación de espacios públicos el edificio de San Ildefonso o Cementerio de las Monjas, de extraordinaria ubicación en la Vega Baja, con inmediata proximidad a la Basílica de Santa Leocadia o del Cristo de la Vega.
Con una relativa restauración de 1980 ha venido teniendo diversos usos, el de Centro Cultural entre otros. En referencia a uno de ellos, es de suponer que en la primera construcción de este edificio, conocido también como Cementerio de la Misericordia, ninguno de sus promotores tuviese la original y peregrina idea de que en un futuro pudiera ser sede recaudatoria de la Delegación de la Agencia Española de Administración Tributaria, vulgo Hacienda, actividad pública no demasiado misericordiosa.
Abdón de Paz
Finalmente esta propuesta de restauración alcanza a un muy notable edificio de la Plaza de Abdón de Paz de la que no recuerdo fecha y razón por las que su nombre en el callejero toledano de Plaza de la Cabeza fue sustituido por el de este insigne escritor. Tendré que volver a consultar al inolvidable don Julio Porres en su 'Historia de las calles de Toledo'.
Natural de Polán, el titular de la plaza –abstenerse de llamarle don Abdón para evitar un chistoso capicúa– su trayectoria de polifacético y muy notable personaje de la vida cultural de su tiempo, segunda mitad del XIX, debió hacerle acreedor de la dedicatoria de este enclave tan íntimo de lo más recóndito del centro histórico toledano.
Pero en el repaso de curiosas coincidencias hay que anotar la triple casualidad de que el señor De Paz fuese autor de un estudio, 'La mujer de Toledo', como uno de los fascículos de la colección 'Las mujeres españolas, portuguesas y americanas', editada entre 1872 y 1876, y reimpresa en 1889, en la revista 'Toledo'.
Una rara jugarreta del azar hizo que este edificio que ahora se proyecta recuperar fuese por breve tiempo sede de la falangista Sección Femenina del franquismo, y pasados unos cuantos años –Transición Democrática de por medio– destinado a albergar a una muy progresista Residencia Universitaria Femenina.
Quizás hoy resulte difícil hacer una razonable síntesis de estas tres curiosas confluencias en este singular edificio porque en estos días de militante fervor feminista nunca se puede saber si te pasas o si no llegas.
Pero para centrarse en su historia, aparte ocupaciones casi anecdóticas más o menos recientes, resulta fundamental reparar en su denominación de Palacio del Canónigo Obrero, cargo eclesiástico básico en la organización del Cabildo Catedralicio responsable de la institución conocida como Obra y Fábrica, creada en el siglo XIII por el Arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada.
Al cabo de poco tiempo la decisiva importancia y capacidad de influencia que esta institución alcanzó, y no sólo en el ámbito clerical, ya da una idea de que la denominación como palacio del canónigo que la ocupaba no resulte una exageración.
Entre sus muchas competencias estaba la de abrir plazas delante de puertas de la Catedral, y acaso sea sugerente aventurar como posible que esta Plaza de la Cabeza, tan inmediata a La Primada toledana, sea la que se abrió, con tan solo la breve distancia de por medio del corto callejón del Locum, enfrente de una puerta que por su aparente poca importancia hoy pasa casi inadvertida, pero que por su situación debió tener mucha utilidad en todo lo referente a mantenimiento y obras nuevas en el interior del templo.
En Toledo la Obra y Fábrica tenía su propia oficina, situada en la calle de Obra Prima, la que hoy tiene el nombre de Calle de Martín Gamero, tan del Corpus toledano.
En tan significativo escenario –calle, puerta, Locum– no podría faltar una vez más la lupa toledanista de Pérez Galdós. Así, don Francisco Mancebo, tío y protector de Leré, clérigo Beneficiado de la Obra y Fabrica, tenía su tarea burocrática en la oficina de la calle Obra Prima. Por otra parte, la puerta apenas hoy conocida había sido hueco providencial para otra de las fechorías de la pareja Babel, el robo de una palmatoria de plata del templo catedralicio. Y por más señas, en el propio callejón del Locum vivía Teresa Pantoja, la pariente de Ángel de la rama pobre de los Guerra en Toledo.
Que este edificio, una vez recuperado, tal y como se ha anunciado, pueda albergar cuanto antes al Museo de la Ciudad de Toledo vendría a ser feliz consumación de un hermoso proyecto que hace ya tiempo debería haber sido acometido.
Esta extraordinaria iniciativa de restablecer en su más amplio sentido la utilidad de estos cinco espacios del patrimonio público toledano merece ir también acompañada de la recuperación del recuerdo de lo que fueron en otro tiempo y de la huella que dejaron en la pequeña o gran historia de la ciudad.