El Pasante

Que venga Tamariz

29 septiembre, 2017 00:00

Es frecuente entre la clase política la utilización del término basura para descalificar las actuaciones y comportamientos del contrario en las diferentes instituciones. El vocablo lo mismo sirve para ser esparcido por ventilador, para definir la calidad política de determinados argumentos, alimento para concretar la insoportable política que vivimos, o comida con la que se alimentan determinados populismos. Mas en el caso del Ayuntamiento de Toledo, la metáfora puede incluso ir acompañada por algún resto de inmundicia con destino al Gobierno municipal de turno ante la proximidad de la bazofia, una especie de tres dimensiones con efecto olor.

El intercambio viene de lejos y, como las cuestiones añejas, el tema del bolseo en el casco antiguo de la Ciudad Imperial reviste ya honores institucionales como modelo de incapacidad de la clase política municipal para resolver la indeseable presencia de las dichosas bolsitas de basura en nuestras calles. Toledo, cada vez más, viene sufriendo una impresentable, insufrible y permanente aspecto de suciedad en sus calles a partir de determinadas horas. Un proceso que viene de lejos y que los diferentes Gobiernos municipales, oposición, y Consejos de Participación Ciudadana son incapaces de arreglar, a pesar de las diversas “soluciones” que cada uno de ellos asegura aportar. Instituciones y particulares que lejos de alcanzar acuerdos y aportar soluciones eficaces, se limitan tan solo a un interminable cruce de acusaciones con el resultado por todos conocidos: la ciudad sigue estando hecha una mierda.

Un servicio de limpieza y recogida de basuras que cuesta al contribuyente más de ocho millones de euros con el fin de “garantizar el mejor servicio” al vecino como afirma el portavoz municipal del Consistorio, José Pablo Sabrido, a la hora de anunciar el nuevo contrato. Por tamaña aserción cabe preguntarse por los valores que utiliza el concejal para estimar así el servicio prestado. Con tanto presupuesto,  ideas tan cortas, y a falta de otras artes menos utópicas,  tal vez convendría al Ayuntamiento capitalino contratar los servicios de Juan Tamariz. Ante semejante incompetencia municipal el mago podría aplicar sus conocimientos y hacer desaparecer, naturalmente por arte de magia, los desechos depositados en nuestras calles, como único sistema capaz de solventar tan espinosa cuestión. De paso, el contrato podría incluir algún pregón de fiestas o actuación estelar del ilusionista, como se hace en estos casos.

Una tramitación que, como cualquier espectáculo de prestidigitación, debe contar con la colaboración del respetable. Sin embargo, en el caso del bolseo parece observarse algún déficit de urbanidad y buenas costumbres siempre imprescindible para el éxito que se persigue.