Políticos en procesión
Las imágenes publicadas esta semana sobre la procesión de la Virgen de la Esperanza en Toledo no dan lugar a equívocos, son auténticas. Se confirma así, a los más escépticos, que las fotografías no han sido manipuladas por ninguna fábrica rusa de noticias falsas con el fin de influir en los resultados de las próximas elecciones municipales y autonómicas de Castilla-La Mancha. Me refiero a los retratos que demuestran fehacientemente la catolicidad aparente de nuestros políticos en desfile procesional.
La Virgen de la Esperanza ha desfilado esta semana por las calles toledanas con la alcaldesa de la ciudad, Milagros Tolón, siempre distinguida, al frente y acompañada de una amplia representación de la Corporación municipal. La regidora toledana cumplía de esta forma con la renovación cada año del voto que en 1200 suscribieron el Cabildo de la Catedral, el Ayuntamiento, y los feligreses de la parroquia de San Cipriano para agradecer a la Virgen la desaparición de la peste por donde discurrió la procesión de rogativas. A la presencia municipal en la procesión se unió a su paso por la sede del Gobierno regional el presidente Emiliano García-Page junto a otros miembros de su Administración que, en devota actitud y marcial apostura, contemplaron recogidos el paso de la Virgen de la Esperanza por delante del Palacio de Fuensalida. Tampoco en este caso hay constancia de que la instantánea haya sido alterada con fines electorales por instancias extranjeras, ni que la presencia gubernamental en la plaza del Conde haya sido consecuencia de algún pacto eclesial suscrito durante su mandato por el expresidente José Bono –pío a carta cabal- similar al del voto municipal con la Virgen del siglo XIII.
La presencia de políticos en actos religiosos suele ser habitual en todo el país, incluso a pesar de Podemos y Laicos cada vez que aparece un político en procesión, bebiendo del botijo, o tirando cohetes en romería. Una cuestión que protagoniza con suma frecuencia el debate público. La polémica está servida cada vez que una ministra de Defensa golpea las campanas de los pasos o manda izar la bandera por Semana Santa, ministros de Justicia besando medallas o jaleando actos religiosos, y presidentes de comunidad, alcaldes y concejales “codeándose” con la Iglesia en procesiones varias. Una controversia cansina para un católico dudoso como un servidor que también contribuye a la causa cada Miércoles Santo vía Cristo Redentor.
El artículo 16 de la Constitución establece bien claro que “ninguna religión tendrá carácter estatal”, aunque la Carta Magna también reconoce que “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española”, manteniendo las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y resto de confesiones. Personalmente me tienen sin cuidado que los políticos vayan o no a las procesiones, que el Ejército desfile o toque el tambor durante el recorrido, que la cabra de la Legión vaya con gorro, o que la bandera ondee a media asta. Las calles donde transcurren las procesiones no se llenan hoy precisamente de fervorosos creyentes o patriotas de viejo cuño, lo hacen personas y turistas que quieren revivir un espectáculo que ancla a su país con una historia de siglos.
Milagros Tolón, Emiliano García-Page, Dolores de Cospedal, Rafael Catalá o cualquier otro representante público que acude libremente a estas celebraciones lo hace, además de por recolectar votos, por tradición y respeto a la manera de vivir y pensar de los demás. Una creencia que solamente el pueblo puede decidir cómo y con quien celebra y vive sus tradiciones e historia.