Servicio de Atención al Cliente, comercio electrónico, frigoristas, repartidores, bomberos forestales… son algunas de las ocupaciones en España de difícil cobertura, según el Servicio Público de Empleo. Al listado se une ahora otro cometido, y no precisamente por estar incluido en algún indicador de oficina de empleo o agencia de colocación. En esta ocasión lo reclama el arzobispo de Toledo, Francisco Chaves: monaguillos, una ocupación de riesgo.
En su carta pastoral con motivo del inicio del curso de los seminarios diocesanos el prelado, además de las habituales de carácter económico, demanda revitalizar las parroquias con “grupos de monaguillos”, -una cantera vocacional en vías de extinción- con la ayuda y mediación de los “fervorosos y entregados” sacerdotes.
El requerimiento me hizo retrotraer a mis años escolares cuando desempeñé temporalmente el oficio. Casi todos en mi colegio queríamos ser acólitos, y no precisamente para encontrar el socorro y la gracia que ahora promete Chaves. Lo nuestro era más terrenal. Mi profesor de religión, don Angelito, además de un magnífico educador era un hábil captador de “vocaciones” para configurar un banquillo de escolanos siempre dispuestos a saltar al templo. Y las primas por el cometido – terrenales, me refiero- no eran nada despreciables.
Al margen de un plus adicional en las calificaciones finales de la asignatura, el “servicio del altar” de forma habitual suponía en domingos y festivos la posibilidad de recaudar unas pesetillas con las propinas que novios, padrinos y acompañantes solían gratificar generosamente a los monaguillos en bodas, bautizos y comuniones. También en otros servicios religiosos prestados por la Iglesia a domicilio. Recuerdo, en una enorme finca muy próxima a Toledo donde se acudía cada domingo y fiesta de guardar a celebrar misa en la capilla con la presencia del servicio de la casa, trabajadores del campo, y señores de la mansión. Tras la celebración de los oficios la “monaguilleria”, reforzada para la ocasión, era agasajada con un abundante y bien surtido desayuno, junto a una cesta para llevar con los frutos de la finca.
Es loable la intención del arzobispo de Toledo de cuidar y fomentar la cantera de monaguillos en su Diócesis, “pese a las dificultades propias de la adolescencia”. Más quizá olvida el prelado que el “sentido de la vida”, como anuncia en su llamamiento para animar a la chavalería, también se encuentra ahora en otros escenarios y procedimientos no tan espirituales como anuncia Chaves en su carta pastoral, pero tal vez más efectivos.