Españoles, ¡no fascistas!
Fué un momento de esos difícil de olvidar, empañado, eso sí, por el accidente del Eurofighter que costó la vida al capitán Borja Aybar. Nunca, o al menos las veces en las que yo he sido invitada, se había conseguido en la recepción del Palacio Real, con motivo de nuestra fiesta nacional, un ambiente de unidad y de patriotismo real en la verdadera acepción de la palabras. Toda la España institucional, todos los poderes del Estado, los más poderosos de los consejos de administración, los más altos representantes de la sociedad civil… Todos, independiente de su adscripción político/ideológica eran “uno“ empujando frente a la ruptura inaceptable que se está viviendo con Cataluña.
No faltaba nadie -salvo las previsibles ausencias de rigor- y el protagonismo tuvo dos escenarios. Por un lado el Jefe del Estado, cuyo discurso institucional se escrudiñaba en todos los corrillos como el punto de inflexión, el antes y el después de la respuesta de la España Constitucional y por otro el PSOE, con su posicionamiento al lado del gobierno y la presencia de todas las generaciones, de todos los secretarios generales desde la Transición hasta ahora.
Todos sabemos que estamos en una semana decisiva y tal vez por eso se buscó y se consiguió un mensaje de unidad y de moderado optimismo para que aún estando en el filo del precipicio se percibiera que aún hay esperanza y no terminaremos por despeñarnos. No hace falta recordar que el lunes, el desleal Trapero -al que todos llaman traidor- deberá volver a declarar ante la Audiencia Nacional por sedición, y cuando lo haga tendrá que haberse producido la respuesta de Puigdemont al requerimiento del Gobierno o empezará la cuenta atrás de verdad para que se active el 155. Ese artículo ha dejado de ser un trampantojo y se ha ahormado una respuesta pausada pero efectiva de aplicación si no hay marcha atrás.
En el Palacio Real no había cortesanos ni súbditos, por mucho que los independentistas quieran descalificar así a los ciudadanos que defienden la legalidad que tanto nos costó alcanzar. Allí había demócratas de todas las ideologías, gente de todos los pelajes políticos que anteponían el concepto de España a su pequeñísimo ombligo partidista.
¿Y ahora qué? Qué va a pasar preguntábamos todos a los padres de la patria de ayer y de hoy en busca de respuestas y certezas que son pocas. “No hay que merendarse la cena" se le oía decir a un importante miembro del gobierno, para ir con pies de plomo ante cualquier anticipación, mientras al lado Felipe González insistía: «Yo soy un representante del régimen del 78; sí, estoy orgulloso de serlo y quiero que todo el mundo lo sepa», y a una prudencial distancia Pedro Sánchez, antaño repudiado, se convertía en icono, en una ave fénix del nuevo socialismo “que sabe responder y ponerse en pie cuando de verdad importa”. El PSOE con sus 30 exministros, sus presidentes autonómicos y sus alcaldes (la valiente alcaldesa de Hospitalet, Nuria Martín, fue la más felicitada), quiso mostrar a todos su poderío y que no hay equidistancia que valga si se trata de respetar la legalidad, defender el sistema político de la Transición y, de paso, lograr consensos para abrir el melón constitucional.
En la recepción oficial del palacio se recogía ¡como no! el sorprendente espíritu patriótico que estamos viendo en nuestras calles como un ¡Basta ya! ante el abuso de los independentistas y su forma totalitaria de querer someternos a todos. “No somos fascistas, somos españoles y han despertado un espíritu de unidad que no vivíamos desde hace 40 años". La mayoría silenciosa ha despertado y como siempre pasa en nuestro país serán los ciudadanos quienes marquen el ritmo de los políticos y lo que dicen en la calle es que no se den pasos atrás ni para coger impulso cuando de lo que se trata es de defender la legalidad frente a cualquier tipo de caudillismo. Con uno tuvimos bastante.