Venezuela sin pernil
"A este pueblo nadie le quitó la felicidad de la Navidad", dijo el dictador Nicolás Maduro en una de sus soflamas ante el país en la noche del miércoles para intentar frenar el malestar que crece sin parar en las que ya todos llaman las peores Navidades de la Historia de Venezuela.
“Grandes almacenes vacíos, farmacias sin medicamentos, bancos sin liquidez, mercados sin apenas carne y con precios que se incrementan por minutos, hasta un 2.000% de inflación, largas colas para llenar el depósito de gasolina, apagones de luz, camiones improvisados para sustituir un transporte público que no está ni se le espera... es el día a día de los venezolanos, que en estas fechas adquiere unos tintes más trágicos que de costumbre por venir acompañado de una total falta de esperanza en que la situación mejore.
Con la oposición dividida y silenciada, los ciudadanos de Venezuela viven resignados y sometidos a las decisiones cada día más arbitrarias de una dictadura que no atiende a los requerimientos de la comunidad internacional”. Así reflejaban ayer algunos editoriales de los periódicos españoles el drama de un país que nos es cercano y querido, que ha pasado de ser la tierra donde manaba leche y miel con unos recursos naturales impresionantes a un lugar de escasez y hambre.
La Navidad, según dicen todos, suele es un anestésico en ese país, un alto el fuego en los problemas cotidianos y hasta ahora en ninguna mesa criolla faltaba el tradicional pernil de carne de cerdo. Pero Maduro no ha cumplido y esos cinco kilos de carne por hogar que prometió se han volatilizado, lo que ha provocado en los barrios, sobre todo en los más populares, una ola de protestas a las que incluso se han sumado los militares del régimen. “No se trata solo de uno de los alimentos favoritos de la Navidad, sino también de la única forma de alimentarse con carne ante los precios estratosféricos en el mercado de un producto desaparecido durante varias semanas”, cuentan los periodistas locales. Tal vez lo que no han conseguido ni las urnas ni las presiones internacionales al final lo consiga el pernil y este dictador de medio pelo tenga su merecido, aunque con él nunca se sabe porque es muy difícil, desde el punto de vista de un demócrata, ponerse en los parámetros lunáticos de un dictador. Ya nos sorprendió que este personajillo de quinta división fuera tan lejos y se atreviera a dar un golpe de estado, pero lo hizo y no ha pasado nada. Nos sorprendió la anulación de las competencias de la Asamblea Nacional venezolana, el traspaso de estas al Tribunal Supremo de Justicia —controlado por el chavismo— y la asunción de poderes extraordinarios en materia penal, militar, económica, social, política y civil, pero Maduro lo hizo, dando el golpe de gracia a lo poco que quedaba de democracia en ese país, y no ha pasado nada.
Las pasadas elecciones venezolanas dieron un resultado claro a favor de los opositores que dejaban al chavismo en la cuneta, no sólo porque perdió la mayoría en la asamblea nacional sino porque la derrota fue tan contundente que anunciaba el preludio, más tarde o más temprano, de su ocaso, pero no ha sido así, y no ha pasado nada. Pensamos que se dejaría de perseguir a opositores, pero el hostigamiento continúa y los presos políticos malviven en una celda, condenados a muchos años de prisión sin haber cometido delito alguno, salvo el de defender sus ideas y querer que su país deje atrás una de las la etapas más negras de su historia, pero no ha pasado nada.
Podíamos intuir que este dictadorzuelo de pacotilla se iba a resistir como gato panza arriba, cosa muy común en los mediocres. Solo hay que recordar la displicencia con la que Hugo Chávez solía tratar a Nicolás Maduro, que fue conductor de autobuses,
sindicalista y guardaespaldas del propio Comandante: "Miren allí a Maduro, guapo con su traje, que ya no conducirá nunca más un autobús", dijo en 2006, cuando el todavía presidente era ministro de Asuntos Exteriores ¿Por qué le eligió como sucesor? Se preguntaron muchos. Pues porque era su perrito fiel, un hombre que no tenía la más mínima iniciativa propia, pero que era capaz de asumir y defender a muerte cualquier capricho del líder. Cómo olvidar aquellas alocución nada más fallecer el hombre que le hizo un hombre para la política, cuando dijo que se le aparecía en forma de pajarillo trino, trino.
Solo hay que tirar un poco de hemeroteca para ver por qué se ha llegado ahora a esta situación, pero lo cierto es que pasa el tiempo y el conductor de autobuses conduce a ese país a su antojo y solo sus leales viven a cuerpo de rey y comen pernil. El régimen sigue matando, encarcelando y haciendo un corte de mangas a diario a lo que le dijeron las urnas, pero las movilizaciones han decaído hasta que ahora en Navidad ha faltado el plato fuerte de las mesas criollas. El régimen ha buscado excusas para la escasez de carne y se ha inventado, como siempre, bloqueos absurdos, de conspiraciones internacionales, para que los productos no lleguen a los escuálidos supermercados, pero eso ya no cuela y tal vez ahora empieza a pasar algo y el pernil obre un milagro.
A Venezuela, antaño un paraíso donde la naturaleza les ha regalado todo para tener un extraordinario estado de bienestar, la han convertido en un erial donde nadie tiene apenas lo imprescindible para vivir salvo ¡claro está! los amigos del régimen, que además roban a manos llenas. Un país con presos políticos, con una oposición perseguida encarcelada y humillada, un Parlamento maniatado, una prensa amordazada y un tirano haciendo y deshaciendo a su antojo es un triste destino para una gran nación a la que España ha estado muy unida.
Tengo la suerte de conocer bien Venezuela, donde ha viajado muchas veces por motivos de trabajo, y sé que los venezolanos no van a tolerar esta situación y, aunque se tarde un tiempo, el tirano caerá. Allí y ahora la impunidad supera el 96 por ciento de los casos de homicidio y la prensa libre ha sido perseguida y sometida de mil formas, tanto que se ve obligada a buscar pequeños resquicios para ejercer su sagrada misión de contrapoder, pero lo ejercen y eso hace grandes a mis colegas que no han bajado la cabeza. Venezuela volverá a ser grande y el dictador será en breve un triste y oscuro recuerdo, una línea difusa en la historia de este país para no volver a repetir. Con suerte, en la próxima Navidad habrá pernil.