El fútbol y los energúmenos
El fútbol se ha convertido en la excusa perfecta para que los energúmenos den rienda suelta a sus más violentos y salvajes instintos. Cada vez que hay un partido crucial casi nos preparamos para lo peor, y lo peor es precisamente que los peores augurios se cumplen. El último enfrentamiento entre ultras del Athletic de Bilbao y el Spartak de Moscú han provocado la muerte de un ertzaina que sufrió un infarto en medio de la batalla campal, que se saldó con varios heridos y unos gravísimos altercados.
Dicen los que siempre salen minimizando estos sucesos, para evitar sanciones a los clubes, que la violencia está extendida en todos los ámbitos de la sociedad y es admitida, incluso justificada en muchas ocasiones. Es verdad que actos violentos vemos a todas horas con solo encender la televisión, pero los campos de fútbol, las canchas de baloncesto o los recintos donde se practica cualquier tipo de deporte o sus alrededores no pueden convertirse en campos de batalla para soltar adrenalina porque eso no es un desahogo sino, en muchos casos, la incitación o comisión de un delito. Y como tal se debe entender.
Alguna vez he comentado que soy una rara avis. No me gustan el fútbol, pero cuando me invitan a un buen partido disfruto con el espectáculo y toda la parafernalia que se monta en torno a los acontecimientos deportivos. Valoro y respeto mucho a los aficionados y, por supuesto, el esfuerzo físico, el coraje, la destreza y la valentía esos deportistas de élite, pero todo eso se solapa y consigue volatilizarse cada vez que hay un incidente entre estos salvajes, a quienes los propios aficionados repudian.
Comentaba Alfredo Relaño en su columna del periódico AS que en Bilbao se esperaba la visita del Spartak con ánimo lúgubre: cerrar terrazas, cerrar colegios, refuerzo policial, no atender a provocaciones. ¿Merece la pena un partido así?, se preguntaba, recordando el espectáculo dantesco de cargas, peleas sangre y dolor por el ertzaina fallecido. “En la Eurocopa ya vimos lo que era este nuevo fenómeno. Rusia nos envió una especie de selección de ultras en la que sólo cupieron los ganadores de peleas previas entre los que se apuntaron para la preselección. En Francia se las tuvieron sobre todo con los ingleses, cuya deshonrosa corona histórica de reyes de la barbarie querían arrebatar. Digamos que lo consiguieron”.
Si esto es así, y pienso que el colega da en el clavo, la pregunta es por qué no se ponen a nivel internacional todos los medios necesarios para que estos bestias que utilizan técnicas paramilitares sean erradicados completamente. En muchos países como España, aunque se ha tardado, se ha conseguido aislar a semejantes animales que se retroalimentan entre ellos. Pero aún queda mucho por hacer.
El próximo Mundial de fútbol es en Rusia y, o las autoridades deportivas de ese país y las internacionales se toman en serio el tema de los 'holligans', o las consecuencias pueden ser terribles. Y, por si fuera poco el nivel de violencia y el uso apestoso que los ultras hacen del deporte de masas por excelencia, en las redes sociales se aviva el enfrentamiento inoculando odio, mucho odio y muchas bilis en los comentarios, y casi siempre los más venenosos suelen ser los más cobardes que, detrás su anonimato, intentan sofocar su frustración. ¡Dan asco y pena!
Aunque la FIFA se ha apresurado a aclarar que "como se comprobó en la Copa Confederaciones del año pasado, Rusia ya ha adoptado los estándares más altos de seguridad para afrontar las necesidades específicas de un acontecimiento deportivo de tal magnitud", todos deberían estar alerta porque es mejor prevenir que lamentar.