Nombre de mujer
La actualidad estos días tiene nombre de mujer y lo que leemos en las portadas es deprimente se mire por donde se mire. Masters fantasmas, mentiras orquestadas desde la universidad, complicidades inexplicables, comparecencias parlamentarias que aumentan las sombras de sospecha y politiqueo de medio pelo. Eso por un lado, y por otro la guerra familiar en la Jefatura del Estado plasmada en un “clic” por una foto que nos ha abochornado a todos por lo que quiso ser y no fue.
Ni siquiera Puigdemont y el varapalo que la justicia alemana ha dado a la española impidiendo que el fugado sea juzgado por algo que no sea malversación de caudales públicos, ha conseguido levantar tantas pasiones en la opinión pública como los asuntos protagonizados por mujeres.
¡Claro! que las mujeres cometemos delitos, caemos en errores inexplicables y metemos la pata en muchísimas ocasiones pero siempre que algo provoca tanto revuelo y la protagonista es una mujer tengo la inevitable sensación de que todo se magnifica y la vara de medir y el linchamiento es mayor que si los mismos hechos fueran protagonizados por hombres. A leer esto algunos empezarán con la cantinela de siempre que si esos argumentos son de feminismo barato, que si pretendemos salir impunes de nuestros actos -rompiendo el principio de igualdad que reivindicamos-, que intentamos sacar tajada por una mera cuestión de género y bla, bla, bla pero mi sospecha esta ahí con motivos fundados.
El otro día en una tertulia de televisión en la que participaba un representante de Podemos, uno de mis colegas, tras afirmar que Cristina Cifuentes debería dimitir, puso sobre la mesa la similitud de este caso con el de Iñigo Errejón. Le recordó que el ahora candidato de la formación morada para ser presidente de la Comunidad de Madrid fue en su día inhabilitado por la Universidad de Málaga por cobrar como investigador de un proyecto sin realizar su labor, sin ni siquiera asistir, a la vez que estaba cobrando por asesorar a Podemos. Esto ocurrió hace dos años y el asunto no sólo tuvo consecuencias para él sino también para alguno de los profesores que consistieron el abuso.
Como era de esperar, el político -claramente molesto e incómodo por tener que salvar la cara de su compañero- insistió en que los hechos no eran equiparables y cambió el tercio acusando a la presidenta de la Comunidad de Madrid de una ristra de corrupciones de todo tipo que en su opinión justificaban su salida de la política.
No es que la vara de medir sea distinta en función del sectarismo de los distintos partidos, es que siempre que hay una mujer por el medio yo tengo la sensación de que esa vara de medir es también por género y el linchamiento es mayor.
Me pregunto si ese “clic” de la Casa Real tan poco ejemplar y menos ejemplarizante hubiera pasado más desapercibido si las protagonistas no fueran mujeres: ¿si esos hombres testigos mudos y atónitos de la escena hubieran tenido un papel estelar en el incidente la cosa sería igual? Es difícil de saberlo, pero en este país de fobias y filias machistas el jefe del Estado siempre ha sido un hombre y generalmente la manga con sus errores ha sido ancha. Eso por,no hablar del lenguaje y los,calificativos machistas que han circulado estos días en las redes sociales donde los dos casos han desatado un torrente de bilis considerable alimentando las más bajas pasiones.
Lo mejor que he leído últimamente sobre los usos y nombres machistas lo escribía Pablo Pardo en un artículo titulado "Pegamujeres", que en unos de sus párrafos decía así: “Una wife beater (apaleadora de esposas) es una camiseta de tirantes como las que llevan los estadounidenses de clase media o media-baja en las películas cuando están en casa. Aunque el término se emplea menos, sigue siendo extremadamente popular, hasta el punto de que, si uno busca en Google wife beater, le salen anuncios de cadenas de tiendas como Bloomingdale's y Gap vendiendo tan glorioso producto, que toma su nombre de la prenda que llevan en las películas y en la vida real los varones que, para relajarse en casa tras un día de duro trabajo, le dan una paliza a su esposa".
El hecho de que esas expresiones sigan empleándose en EEUU, incluso publicitando algunos productos, leído así puede resultarnos escandaloso, pero la realidad es que no hay que cruzar el charco para visualizar el poso machista que está tan arraigado en nuestro país. Las redes sociales con los casos que han marcado la actualidad van mucho más allá del "pegamujeres", las hogueras inquisitoriales son pequeñas antorchas comparadas con lo que estamos
viendo. Los políticos que mienten, sean hombres o mujeres, se tienen que ir y a los miembros de la Casa Real, sean hombres o mujeres, no les pagamos para este tipo de espectáculos intolerables.