Guardián de las esencias
Bueno, pues ya tenemos presidente de la Generalitat. Aunque, por primera vez en la historia de esa institución, el ungido ha preferido apartar de él ese cáliz y dejarle la responsabilidad a un fugado. Quim Torra ha sido elegido cinco meses después del 21-D gracias a los votos de Junts per Catalunya y ERC, con un solo voto de diferencia (66 a favor y 65 en contra). Gracias a la abstención de la CUP se ha convertido en “molt honorable”, calificativo que, en este caso, ni se merece ni le define . No deja de ser kafkiano que el Parlament haya elegido a un presidente dispuesto a sustituir la Cámara catalana por una asamblea de cargos independentistas sin ninguna atribución reconocida por la ley y entregar las riendas de la Generalitat a un fugado de la justicia española.
Me decía el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, en una entrevista que le hice hace unos días que “en la política catalana se está viviendo una parodia bastante patética que pone patas arriba el manual de uso político de un país democrático”, cosa que suscribo totalmente. También añadía que si el nuevo president sigue en la línea de su antecesor se va a encontrar enfrente con la unidad rotunda de todas las instituciones democráticas y de todos los partidos que creen que la Constitución va por delante. “A estas alturas estamos curados de espanto y creo que los independentistas sabe dónde está el precipicio. Puesto que hemos conseguido que no se terminen de tirar a él inevitablemente va a depender de ellos y de su raciocinio encontrar vías de diálogo, porque nosotros tenemos un manual entendimiento que está blanco sobre negro: la Constitución”, insistía.
Ojalá que el presidente castellano-manchego tenga razón, pero lo que vimos en la sesión de investidura y los movimientos posteriores nos hacen temer lo peor. Si de muestra vale un botón, solo hay dar un repaso a algunos momentos “cumbre” de la intervención del president interino, según el deseo de Puigdemont . De hecho, sus primeras palabras tras ser ungido fueron para prometer al fugado que dedicará sus días en el cargo a conseguir investirlo y su primer acto oficial fue acompañar al huido y dar una rueda de prensa en Berlín para dejar claro que él solo es un hombre de paja. El sirviente del presidente en la sombra anunció que delegara tanto en el Consejo de la República -el organismo que Puigdemont presidirá desde el exilio- como en la Asamblea de cargos electos -una suerte de parlamento paralelo formado por los concejales, diputados, senadores y eurodiputados separatistas-, que al margen de la cámara catalana se proponen diseñar la implantación efectiva de la República autoproclamada el pasado 27 de octubre. Entre sus funciones podría estar la elaboración de una constitución catalana, objetivo que Torra señaló como primordial, podíamos leer ayer en las crónicas de los periódicos.
Todo este despropósito tiene como único fin alargar todo lo que pueda la confrontación con el Estado, en un intento de presionar para que cuando llegue la detención y extradición de Puigdemont y sus compinches amedrentar al poder judicial. Solo se puede entender como fruto de la desesperación y de una huida hacia adelante que haya decidido convertir a los radicales de la CUP, en agradecimiento al apoyo que le han dado a su investidura, en una especie de “guardianes de las esencias ideológicas” como si ahora la derecha xenófoba y fascistoide que él representa fuera lo mismo que la izquierda radical en que sea en cuyas manos se encomienda. Claro que los extremos, como bien es sabido, siempre se tocan.
“Compañeros de la CUP, muchas gracias. Y manteneros alerta por si alguna vez caemos en el autonomismo. Levantad de inmediato la bandera roja. Este es un proyecto de 70 diputados". Con esta palabras encargó a los anticapitalistas la tutela de la vigilancia moral del soberanismo y el papel de supervisar al del independentismo, reconociendo a las claras sin matices que como le debe el cargo a esos cuatro escaños de extrema izquierda sus aspiraciones se tendrán en cuenta. Esa fue su última intervención en el pleno del Parlament antes de ser votado 131 presidente de la Generalitat, y con eso hay que quedarse.
Le da igual los problemas de los ciudadanos en Cataluña, su economía, su progreso. Él solo quiere, como buen supremacista, volver al día de la marmota y continuar su desafío al Estado. Ojalá, como afirma Page, se encuentre de frente la fuerza indestructible que da la unidad de los demócratas pero, de entrada, aunque PP y PSOE parecen caminar por esa senda, la actitud de Ciudadanos plantea muchas incógnitas. Ojalá todos dejen de mirarse su pequeño ombligo partidista por el bien de este gran país llamado España. ¡Ojalá!