NIÑOS y... niños
Hemos estado todos en vilo con el corazón encogido, pero esta historia ha tenido un final feliz. La cueva tailandesa de Tham Luang ha sido testigo estos días de un suceso de esos que te atrapan e inquietan donde confluyen la lucha por la supervivencia, la fuerza implacable de la naturaleza, la solidaridad internacional y la potencia de una noticia retransmitida casi en directo. Hemos seguido el minuto a minuto el rescate de esos doce chavales y su monitor enterrados bajo la montaña Koi Nang Non, y todos nos hemos visto concernidos por la noticia y hemos respirado aliviados tras su desenlace.
Cuando ayer la Marina de Tailandia anunciaba que el último de los 'jabalíes' (como se hace llamar el equipo) estaba fuera de la gruta, las redes sociales se llenaron de mensajes de alegría y reconocimiento al trabajo de los rescatistas. En España las primeras reacciones institucionales llegaron desde el Twitter de la Casa Real, quien dedicó unas palabras de admiración para el buzo español, de Ciudad Real, Fernando Raigal, que ha participado en el rescate. Todos nos hemos sentido orgullosos del buzo y más cuando hemos conocido que desarrolló parte de su actividad profesional en la Armada Española, aunque en la actualidad trabaja como buzo profesional para compañías petrolíferas. Al rescate de los escolares y su entrenador llegó invitado por los Navy Seal debido a la amistad que tiene con uno de los buzos de este cuerpo de élite, que conocía su trayectoria profesional y todo el mundo pone en valor su heroicidad. El otro día, en una entrevista que le hice a la ministra de Defensa me decía que cada vez está más convencida de que los hombres y mujeres de la Fuerzas Armadas son la mejor representación de la marca España; y no le falta razón. Casos como el de Fernando nos reafirman no solo en la preparación de nuestros compatriotas, que se puede comparar a la de los países más avanzados, sino el componente solidario y humano que deja huella en cualquier misión que se realiza.
Si de muestra vale un botón, cerca de mil quinientos expertos de distintos pases países de cuatro continentes han participado en la operación que, desgraciadamente, se ha cobrado la vida de un buzo, pero el español ha tenido una actuación muy destacada, lo cual es un doble motivo de orgullo. Estos días todos hemos recordado el rescate de los mineros chilenos en la mina San José, donde la NASA facilitó una cápsula que, como un ascensor, se introdujo en la mina para sacar, uno a uno, a los 33 mineros que allí habían quedado atrapados dos meses antes. Fueron días de angustia como lo han sido estos, y también de solidaridad, pero nada sería lo mismo sin la atención mediática que se le ha dado a la historia, como también se le dedicó a los mineros chilenos.
Sobre este asunto precisamente escribía el otro día mi colega Gabriela Cañas, reflejando la otra cara de la moneda, o lo que es lo mismo, esos niños secuestrados y olvidados por casi todos donde ni hay cámaras ni interés periodístico ni nada de nada: “La profusión de cámaras marca la diferencia. Un centenar de niñas siguen secuestradas en Nigeria por los terroristas de Boko Haram. Muchas de las que fueron raptadas en 2014 quedaron en libertad tras sufrir violaciones y embarazos indeseados. Pero el mundo apenas palpita ni sufre con su desgracia porque no las ve. El velo integral con el que las obligan a vestirse oculta sus caras incluso en los escasos vídeos que sus captores han difundido. No hay cámaras y periodistas siguiendo su calvario y, en consecuencia, no cabe la solidaridad y la movilización mundial”, decía la periodista. Y no le falta razón.
En un mundo globalizado donde desde el sofá de nuestra casa somos partícipes de cualquier cosa que ocurre en el planeta, lo que no vemos no existe y hay tantos niños olvidados en las cuevas oscuras de la opresión y el abuso sin que nadie los rescate, que no está demás cuando una historia tiene un final feliz recordar otras realidades bien distintas, donde ni hay solidaridad internacional ni nada de nada, solo indiferencia y olvido. En esos casos no hay héroes, solo villanos pero a nadie parece importarles. ¡Y también son niños, solo niños!, pero unos se escriben en mayúsculas y con negritas y otros en minúsculas y ni siquiera tienen un pequeño hueco a pie de página.