Marta llora a Nicaragua
Marta, la chica que cuida de mis padres, es natural de Nicaragua y no hay día que no lamente el triste destino de su pueblo. Ella lleva muchos años en España y muestra orgullosa su doble nacionalidad, pero su camino hasta instalarse en nuestro país estuvo lleno de sobresaltos y dificultades. Fue primero una “espalda mojada” y llegó a EE.UU. tras sortear mafias de todo tipo, para poner un pie en la tierra que se prometía de leche y miel... y ser deportada inmediatamente . Después, una vez en Europa, conoció lo duro del empleo en tierra extraña, con jefes abusadores, horas de trabajo interminables, en condiciones casi de explotación, y en lugares recónditos apartados de la civilización, lo que supuso un destierro terrible . Cuando por fin llegó a España las cosas mejoraron y empezó a comprender que tenía derechos, cobertura social y sanitaria, además de un salario digno. Trabajaba a destajo como limpiadora de hogar, cocinera y en cualquier cosa que salía para mandar todo lo que ganaba a sus padres, que viven en Managua y se habían quedado con sus dos hijos de corta edad.
Han pasado los años, sus niños se han hecho hombres y ahora, cuando se disponía a acudir a la boda de uno de sus retoños, la violencia extrema que vive ese país se lo ha impedido y está intentando, por todos los medios, obtener la reagrupación familiar para sacarles de ese infierno. Podrá traer a parte de la familia pero no a todos. Sus padres y sus diez hermanos cuentan a diario la barbarie de odio y rencor que se vive en las calles de Managua. Marta, como es lógico, está desolada y no entiende la apatía de la comunidad internacional con su querido país.
Esta misma semana el Gobierno de Nicaragua ejecutó un nuevo ataque armado y cobarde contra la población civil, esta vez en la ciudad de Masaya, feudo rebelde contra el presidente Daniel Ortega, que se muestra indiferente al repudio local e internacional. De momento ya han sido asesinadas 350 personas en una crisis que se alarga más de tres meses sin que nadie haga nada .
Sin duda, la peor parte de la salvaje actuación de este tirano (que lleva mandando 11 años y ha sido acusado de corrupción y abuso de poder) se la están llevando los estudiantes. El corresponsal de la BBC Ismael Lopez relataba, días atrás , cómo fueron las horas terribles que vivieron en una iglesia donde se refugiaron un grupo de jóvenes. “En medio de las balas uno no piensa en la muerte, piensa en su familia: ¿Cómo les irá sin mí? Si les causará dolor... Se tira al piso y espera el "trac, trac, trac" interminable de las ráfagas. Así estuvimos un grupo de 200 personas en una pequeña iglesia católica de Managua durante más de 15 horas. La mayoría eran estudiantes que habían sido expulsados a punta de pistola de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (Unan) por tropas de civiles leales al presidente Daniel Ortega".
El periodista relataba minuciosamente la historia de Valeska, una joven estudiante de Derecho que decía abiertamente que ella “no se dejaría coger viva”, y relataba que a comienzos de junio fue secuestrada junto a tres estudiantes más por fuerzas ligadas al gobierno, que le "arrancaron las uñas de los pies" mientras le preguntaban quién financiaba la toma de la universidad. La estudiante fue abandonada desnuda en las costas del lago de Managua, en una zona desolada. "No digas eso, vamos a salir vivos de aquí", le decían a la chica dos sacerdotes de la parroquia que, como ella y los otros estudiantes, también estaban tirados en el suelo para esquivar las balas, mientras les pedían que tuvieran esperanza.
Muchos hablan no tanto de una guerra civil como de una especie de exterminio contra una población indefensa, a la que Ortega está imponiendo el más cruel de los castigos. Grupos paramilitares y parapoliciales atacan sin piedad viviendas, iglesias y todo lo que encuentran en su camino impidiendo incluso el paso de ambulancias y médicos para atender a los heridos.
En su afán de buscar una excusa a sus tropelías, Ortega ha fijado su objetivo en la iglesia católica y ha cargado contra los obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, a quienes tildó de "golpistas". También, aprovechando el acto de conmemoración de los 39 años de la revolución que derrocó la dictadura de los Somoza, desafió a la OEA y llamó a sus seguidores a no "bajar la guardia" y a la "autodefensa". Es decir, a seguir machacando a su pueblo.
La situación de ese país al que tanto queremos pinta mal; muy mal. Y, mientras, Marta cuida a mis padres, llora por su tierra, por los suyos, y tiene el corazón encogido en sus propios padres, que tienen diez hijos, cuarentena nietos y quince bisnietos. Además, le duele el alma solo al pensar el destino que tendrán sus hijos si nadie, fuera de esas fronteras, parece decidido a hacer nada. Como siempre, la comunidad Internacional mira hacia otro lado y, cuando actúe, si lo hace en algún momento, será demasiado tarde. Nicaragua se desangra. ¡Basta ya de indiferencia!