Matrimonio de conveniencia
“SEÑOR MAYOR desea amistad con señorita hasta 37 años, no fumadora, buena presencia, sensible, amante naturaleza. Dejo herencia". Este anuncio clasificado aparecía en el diario catalán Regió y era recogido, como noticia, estos días la prensa nacional. “Un anciano quiere cariños de una mujer joven y atractiva y como pago ofrece todo su dinero una vez muera. Parece una locura, pero el mismo día del anuncio recibió varias llamadas, entre ellas la de una chica de 20 años, y se decantó por una. En 24 horas, tema resuelto. Así lo cuenta: Tiene 38 años, es cubana, divorciada y con dos hijos. Me ha dado muy buena impresión, es una chica seria que vive con su madre. Hemos quedado en vernos el próximo fin de semana y conocernos más". Se podía leer en la noticia que contaba con detalles la historia Alberto, de 82 años residente en Manresa (Barcelona).
"El trato es que nos tenemos que casar porque yo quiero estabilidad. Quiero una relación normal, tener compañía y que me cuiden. También tengo mis necesidades. Si no me lo da, tendré que buscar a otra persona", dice en referencia al sexo. "A cambio, les doy seguridad económica. Soy una persona muy activa, me cuido mucho y eso les gusta cuando me conocen", explica La noticia explica que este hombre prefiere dejar todo su patrimonio (varias casas, una finca y cerca de medio millón de euros en efectivo) a una extraña que acaba de conocer que a sus hijos, con quien tiene una mala relación y que, según dice, se han portado mal con él.
Precisamente más allá de que siempre resulta curioso un anuncio tan provocador como este, lo que me llamó la atención es que cada día conozco más casos de padres que deciden desheredar a sus hijos. No hace mucho comenté en esta misma columna el caso terrible de Ana Delia, la anciana a a la que sus hijos que vivían de su pensión dejaron morir de hambre y falta de cuidados. Eso es un caso extremo pero la desatención a ancianos no se puede normalizar y parece que esta sociedad consumista y frenética lo está haciendo. Alguna vez he dicho y lo mantengo que algo muy grave le pasa a una sociedad donde cada vez es más habitual que los hijos de ancianos tengan hacia ellos un trato abusivo, cosa bastante vergonzosa. No hablo sólo de casos de maltratos físicos o psicológicos, sino de una sociedad que no sabe qué hacer con sus viejos, cuando la esperanza de vida es cada vez mayor. Me es imposible imaginar porque un hijo cruza la raya del mínimo respeto no sólo filial sino hacia un ser humano y se convierte en un maltratador, un asesino y un monstruo para quien le ha dado la vida. No hay ninguna circunstancia, ninguna, que pueda justificar este tipo de violencia hacia personas tan vulnerables, máxime si son de tu propia sangre y esas actitudes deben ser denunciadas y repudiadas en todos los sentidos antes de que las cosas vayan a más. Pero muchas veces no se trata de violencia, sino indiferencia y esa indiferencia es un tipo de violencia contra las personas más vulnerables.
La crisis, el paro y la precariedad laboral han podido sobrellevarse de otra manera gracias a la generación de nuestros padres y no son pocos los abuelos que con su pensión se han visto abocados a dar de comer a sus hijos y nietos. Esa generación ha dado muestras sobradas de su generosidad especialmente en el ámbito familiar y un hijo que no es ni respetuoso, ni cariñoso, ni generoso con sus progenitores ¿qué clase de persona es? “En nuestro país hay muchas, muchísimas estadísticas con cifras de la vergüenza, pero el aumento de denuncias por maltrato a los mayores es una de las peores de todas. No es política ficción, ni tampoco una leyenda urbana que cuando llega el periodo vacacional se incrementa el número de ancianos que 'casualmente' se pierden o aparecen en gasolineras porque para sus familiares son un estorbo en sus planes. No hay palabras para calificar un acto así y seguro que luego esos hijos - si es que se puede llamar así a alguien tan miserable- terminan heredando los bienes de quienes les han dado la vida”, escribía yo en esa columna y me reafirmo en ello.
La calidad de vida cada día es mayor y eso, unido a los avances de la ciencia, nos lleva de forma inexorable a un envejecimiento de la población de tal modo que las personas octogenarias han aumentado de forma impensable hace unos años y no estamos preparados para ello. Este no es país para viejos y cuando falla la familia son ellos los viejos quienes, como ha hecho Alberto, toman la iniciativa aunque sea con un matrimonio de conveniencia.