Laura y quienes ensucian España
Hasta ahora no la conocíamos. Era una chica normal, una joven que, como nuestra hijas, quería salir adelante y se estaba labrando un futuro. Era profesora, tenía 26 años, y hasta hace poco trabajaba en un colegio de Zamora con un contrato a tiempo parcial. Quería mejorar su situación y, por eso, se había presentado a las oposiciones en Andalucía, donde, como el número de plazas vacantes era mayor, tenía más posibilidades de conseguir un empleo más estable que en su tierra natal. Como ocurre habitualmente, aunque consiguió una buena nota, no obtuvo su plaza, pero pasó a integrar la lista de interinos, y como era una mujer que amaba su trabajo, cuando le llamaron para hacer una sustitución en el instituto Vázquez Díaz de Nerva (Huelva) pensó que era una oportunidad y aceptó sin dudarlo.
Se llamaba Laura Luelmo y, desgraciadamente, hoy todos conocemos su nombre no por su brillante currículum sino porque un monstruo acabó con su vida. Sabemos que Laura se resistió a ser violada y el asesino la mató sin piedad y tapó su cuerpo para que no fuera descubierto y eliminar pruebas. Laura, mujer, joven, feminista, era sensible a la violencia machista y ahí está su testimonio en las redes sociales. "Te enseñan a no ir sola por sitios oscuros en vez de enseñar a los monstruos a no serlo, ESE es el problema”, escribió no hace mucho sin pensar que el monstruo estaba al acecho y que no es seguro ir sola y da igual que el sitio no sea oscuro.
A Laura ahora la conocemos todos y su nombre se ha pronunciado en concentraciones de repulsa por toda España. En el Senado se abrió ayer la sesión con un minuto de silencio en su recuerdo y las primeras palabras de Pedro Sánchez fueron para condenar este asesinato: "La víctima es, una vez más, una mujer. Trabajaremos con determinación para poner fin a esta lacra. La violencia machista es una realidad que ensucia nuestro país. Quienes creemos en la libertad y en la convivencia seguiremos luchando contra ella con leyes que amparen a las mujeres. Descanse en paz", dijo.
Desgraciadamente, el nombre de Laura ha sido el último de una larga lista que roza las cincuenta que “ha ensuciado a nuestro país” en lo que va de año... y algo hay que hacer. Alguna vez he comentado que, más allá de lo cruel y escabroso de cada caso, la violencia machista lejos de disminuir aumenta y urge buscar soluciones prácticas a un tema que no tiene explicación posible salvo que entonemos el mea culpa por la sociedad despiadada que estamos construyendo y ponernos manos a la obra para expulsar de nuestro entorno determinadas actitudes que, luego, despiertan en algunos el monstruo que llevan dentro.
¿Cómo reaccionaría la sociedad si en vez de mujeres y niños las víctimas fuera jueces, periodistas o políticos? ¿Qué diríamos si al año se asesinará a setenta profesionales cualificados de cualquier sector o colectivo influyente? La alarma social sería inmensa y, aunque es cierto que nos hemos dotado de leyes para combatir este terrorismo doméstico, algo falla cuando, lejos de disminuir, las víctimas siguen aumentando y cada vez son más jóvenes.
Sabemos que la violencia machista no conoce de clases sociales, ni depende de niveles intelectuales, culturales o educacionales. Tenemos que preguntarnos: ¿Por qué en una sociedad avanzada se siguen produciendo estos casos terribles? Una de las respuestas es que esto no sería posible sin grandes complicidades y, desde luego, cómplices los hay a todos los niveles. Son cómplices de estos asesinos las familias y los amigos, incluso los vecinos o compañeros de trabajo que callan o miran hacia otro lado cuando empiezan a sospechar lo que esta ocurriendo. Somos cómplices los medios de comunicación cada vez que recogemos testimonios que definen a estos monstruos como vecinos ejemplares. Son cómplices los jueces cuando no dictan sentencias justas y ni ejemplarizantes, cuando no actúan de oficio, cuando aceptan que se retiren las denuncias o minimizan estos casos.
"Sabemos perfectamente que los asesinos son camaleónicos animales peligrosos que se transforman adaptándose perfectamente para sobrevivir en su medio natural. Fuera del hogar dan la impresión de ser personas de bien, buenos vecinos, educados y correctos, pero de puertas adentro, en su casa son peligrosos depredadores, capaces de acosar y hacer un daño infinito a quienes les rodean. De lo que se trata es de desenmascararles y señalarles con el dedo acusador, y si las víctimas son incapaces de decir "no" porque están aterrorizadas, debe ser la gente más próxima quienes les delaten. Si los asesinados o maltratados fueran jueces de prestigio, periodistas o conocidos políticos los asesinos estarían desde el minuto uno bajo rejas y todo el mundo les daría la espalda. El tema, pues, no es que el hecho sea distinto, sino que las víctimas lo son porque son mujeres aterrorizadas y niños indefensos, y claro que en este tema si hay víctimas de primera o segunda”, escribía en esta misma columna hace un tiempo y nada ha cambiado.
Podía cambiar los nombres de las victimas y repetir artículos que escribí hace una década. Eso conduce al desánimo. Algo hemos hecho mal, muy mal, cuando cada vez las víctimas son más jóvenes o cuando el acoso a través de las nuevas tecnologías se está extendiendo como la peste. ¿ En qué nos estamos equivocando para que esto sea así? O enseñamos a nuestras hijas a decir "no" y a nuestros hijos a denunciar a los acosadores o cualquier día ellas, como ha ocurrido con Laura, serán un número más de esta dramática estadística y ellos quienes protejan o sean los maltratadores. ¡Ni una mas! ¡Ni una mas! #TodosSomosLaura. De camino a casa quiero ser LIBRE... no VALIENTE.